_
_
_
_
_
LECTURAS DE AGOSTO

Milenio

Ya había publicado Tatuaje y el entonces joven periodista de Tele-Express y hoy director adjunto de EL PAÍS, Lluís Bassets, me preguntaba sobre el proyecto Carvalho, por mí exhibido como una sucesión de novelas crónica que iría describiendo la transición, no sólo la española entre Franco y el infinito democrático de la libertad duradera, sino la que ya estaba produciéndose entre la década de las luces, los años sesenta, y el tenebrismo desesperanzado del fin de milenio. Entre la píldora anticonceptiva y el Papa polaco. Entre la revolución de los claveles y el presidente Bush. Entre los Beatles y don José María Aznar.

Y a la palabra me agarré para prometerle a Bassets que tal vez la última aventura de Carvalho se llamaría Milenio y consistiría en una vuelta al mundo en el momento en que el XX se convertía en XXI. Nadie podía pensar entonces que el siglo XX iba a ser tan breve -en opinión de Hobsbawn, apenas ha durado entre 1917 y 1990- y que por respeto a la combinación de tiempos que comportan las novelas de Carvalho, Milenio no sería escrita hasta 2002 y tendría su tiempo interior, literario, en el segundo semestre del mismo año. Entre la invasión de Afganistán y la anexión de Irak, Milenio no es sólo un viaje geopolítico, sino una angustiada peregrinación laica por un mundo cada vez más hipócritamente religioso, convocados todos los días los dioses para justificar guerras santas y hegemonías económico-militares.

Entre la memoria y la historia, Carvalho y Biscuter pasan por los escenarios de la cuarta guerra mundial, que nunca será declarada, y por todas las profecías del Apocalipsis
'Milenio' deja establecidos enigmas sobre el futuro de Carvalho y Biscuter a partir del pesimismo insuperable del detective y de la suicida esperanza de su ayudante
"La mujer atravesó con decisión, incluso mediante empujones, la perezosa tropa de buscones y salieron a la calle para ganar cuanto antes la garita policial"
"Conducía un hombrón de aspecto militarizado como la propia Malena sentada junto a él y muy dedicada a observar a sus dos acompañantes por el espejo retrovisor"
"Les abrió camino el fornido chófer, y en una estancia adlátere encontraron a Irina con abrigo de piel y su violín bajo el brazo. El abrigo y el violín parecían sus únicos elementos de vestuario..."
"El cadáver de Samuel estaba caliente y sus oídos habían escuchado una canción de Jim Morrison una y otra vez. Como si todo su horizonte sentimental se hubiera reducido a aquellas estrofas"

Fugitivo y algo paranoico, Carvalho acomete su última vuelta al mundo, y Biscuter, la primera. Sobre el viaje se ciernen referentes literarios inevitados, sea La vuelta al mundo en ochenta días de Verne, sea Don Quijote y en tercer lugar Bouvard et Pécuchet, la inacabada novela de Flaubert. Si nos ponemos estructuralistas, es decir, desalmadamente pedantes y codificadores, convendríamos en que la novela de Verne le presta a Milenio la coartada de la aventura; Don Quijote, la dialéctica entre el hidalgo y Sancho, finalmente decantada a favor del escudero que reclama continuar la aventura, sin la cual pierde identidad. Finalmente, Bouvard et Pécuchet era necesaria como contrapunto sarcástico de la experiencia por la experiencia, a manera de filosofía circunstancial que evita filosofías más fundamentales. Además, Carvalho y Biscuter, cuando cambian de personalidad administrativa a lo largo de su vuelta al mundo, suelen llamarse Bouvard y Pécuchet según el juego completo de documentos falsos que Biscuter se ha procurado antes de iniciar el viaje.

Aunque Milenio partía de un cierto esquema previo, lo cierto es que la novela ha crecido hasta alcanzar casi novecientos folios movida por su lógica interna y la vuelta al mundo se da según las exigencias más pesimistas de la acción, en conexión con uno de mis principales axiomas subnormales: el movimiento se demuestra huyendo. Lo complementaría con la angustiada advertencia de Samuel Beckett ante la motilidad vital: esto no es moverse, esto es ser movido. A partir del ferry que une Barcelona con Génova empieza una aventura que pasará por Afganistán, por Bali en pleno atentado fundamentalista o por el Pacífico en una curiosa travesía dirigida por un vasco, navegante solitario, un etarra excarcelado tras veintiún años de reclusión. Salvo la etapa inicial que les iba a llevar a Grecia, el resto del viaje es una huida en la que Biscuter y Carvalho no se mueven, sino que son movidos.

Entre la memoria y la historia, Carvalho y Biscuter pasan por los escenarios de la cuarta guerra mundial, que nunca será declarada, y por todas las profecías del Apocalipsis, insinuada la guerra de anexión de Irak, cuyo desenlace momentáneo el lector ya conoce, pero Carvalho y Biscuter no. Especialmente significativa la rebelión de Biscuter desde su condición de subalterno a la de verdadero protagonista de Milenio porque al final de la novela aún conserva, con ayuda de Shiller y Miguel Ríos, esperanza, una virtud decididamente laica, aunque no pueda prescindir de cierta semántica trascendental dudosamente religiosa. Biscuter atraviesa toda la novela con un proyecto, Carvalho la consuma despidiéndose de las personas y las mujeres y las copas. Personajes de ficción, pero también algunos reales, como el historiador argentino Osvaldo Bayer o el teólogo liberador Frei Betto, sin que el autor haya renunciado a resucitar personas literarias cono Paganel, el geógrafo diseñado por Verne para Los hijos del capitán Grant, en Milenio convocado como el principal geógrafo de las religiones de todo el universo e implicado en una historia de adulterio.

En ningún caso he querido trazar un itinerario ejemplar, que en sí mismo se convirtiera en una referencia privilegiada. Al contrario, el viaje de los dos protagonistas se ve continuamente modificado por presiones externas y he tratado de diferenciarlo de cualquier propuesta turística, incluso del postmoderno turismo con algo de incierta aventura incluida. Es propósito expreso de los protagonistas principales permanecer fieles a la consigna de Bowles: un turista es el que sabe dónde y cuándo empieza y termina su viaje, un viajero sólo sabe dónde y cuándo empieza. Durante su extraño recorrido, Carvalho y Biscuter tratan de ver el Taj Mahal aunque no hayan podido ver Petra, y consiguen bañarse en el Ganges impresionados por los restos de carnes insuficientemente incineradas que lleva el río. Algunos escenarios ya han aparecido en otras novelas de Carvalho, como Tailandia, Los pájaros de Bangkok, y se recuperan personajes literarios, como el marino asesino de La rosa de Alejandría, ahora convertido en sospechoso mercader negrero en las costas de África Occidental.

Milenio deja establecidos enigmas sobre al futuro de Carvalho y Biscuter, a partir del pesimismo insuperable del detective y de la suicida esperanza de su ayudante. A lo largo de la novela, Carvalho descubre asombrado que Biscuter tiene vida propia y que durante más de treinta años de colaboración ha conseguido una inteligencia bien comunicada con la vida y ahorros, ahorros que le permitirían ayudar económicamente a Carvalho a culminar su vuelta al mundo. Experto en sopas y salsas francesas, Biscuter da la vuelta al mundo culinario con mejor estómago y paladar que su patrón y cumple el precepto marxista de en cada lugar comer su pan y beber su vino.

Cabe la sospecha de que entre los dos personajes se haya producido algo parecido a la transustanciación y que Biscuter tenga más futuro que Carvalho a pesar de que en un momento de la novela le confiesa su edad. Biscuter es dos años más viejo que Carvalho. Como muestra de las diversas urdimbres de Milenio, he escogido uno de los fragmentos del paso de los protagonistas por Estambul, comprometidos con la salud moral de un extraño biólogo ruso y judío, un joven sordo que sólo quiere oír las canciones de Jim Morrison.

Digería Carvalho la respuesta cuando Biscuter señaló con un ademán algo que estaba ocurriendo a sus espaldas. Se dio la vuelta y en la puerta del zaguán estaba Malena, sola, desobedeciendo la consigna de que las mujeres deben siempre ir acompañadas o mejor no ir a aquel antro, pero no parecía la misma rubia frágil interesada en explicar el fatalismo autodestructivo de los pobladores de la Massada. Llevaba ropa deportiva y avanzaba con inesperada decisión hacia ellos, con el rostro hierático y los ojos graves. Apenas si aceptó la sonriente invitación de Biscuter para que se explicara y a cambio le explicarían su versión de lo sucedido.

-No hay mucho tiempo que perder. Samuel Sumbulovich corre un grave riesgo.

La mujer atravesó con decisión, incluso mediante empujones, la perezosa tropa de buscones y salieron a la calle para ganar cuanto antes la garita policial. Como adosada a ella les esperaba una furgoneta.

-¿Adónde vamos?

-Samuel nos necesita.

Biscuter se manifestó asombrado de lo rápidamente que Sumbulovich había salido del edificio para ponerse en peligro. En Estambul debía estar siempre muy cerca la amenaza. Mediante gestos le expresó a Carvalho su sorpresa por tener que ir en furgoneta a un lugar que debía estar al lado del almacén. Estudiaba el itinerario y le dio la impresión de que daba vueltas en tormo a un centro radial del que no se alejaban.

-Roda el món i torna al Born. Cuánto tiempo hace que no hablamos catalán.

Con Biscuter nunca había hablado en catalán, pero ya estaba sobre aviso y también él comprobó que apenas se habían alejado unos metros del lugar de partida. Conducía un hombrón de aspecto militarizado como la propia Malena sentada junto a él y muy dedicada a observar a sus dos acompañantes por el espejo retrovisor.

-Convendrá que sepan cómo ha ido todo. Samuel no hizo caso del plan que habíamos acordado aquella noche en Jerusalem. Les dejó a ustedes nada más entrar en Turquía, voló hasta Estambul y entró en contacto con Irina, a la que supongo que ustedes ya habrán identificado. En un mensaje enviado ayer les recomendaba que dejaran correr el asunto. Gracias por todo lo que han hecho y se acabó. Pero por lo visto no me expresé bien y ahora se han asomado tanto a la realidad que no hay más remedio que enseñársela del todo. Pues bien, Irina se enterneció mucho cuando vio a Samuel, sin embargo se negó a irse con él. Aquí es una puta, pero vive mejor que todas las concertistas de su generación que empezaron su educación en la infancia convencidas de que el Estado proveería y eso se acabó. El mercado de las violinistas en la nueva Rusia o en cualquiera de las demás repúblicas ex soviéticas está saturado. Samuel no aceptó la decisión. Supone a Irina prisionera de la mafia y no de sus deseos de vivir bien. Hace apenas una hora les implicó a ustedes en un plan de secuestro de Irina para llevarla a Grecia.

-Alto ahí. No ha hablado de secuestro. Él ha dado por seguro que Irina se prestaría a esa huida en cuanto saliera del burdel.

-Les ha engañado. Ahora vamos a poner todas las cartas sobre la mesa y nadie podrá equivocarse si no es por gusto.

Desde un portal les hicieron una señal luminosa y el conductor detuvo finalmente su merodeo. Estaba a oscuras y solitaria la calzada, con policías, creyó ver a Carvalho en las dos bocacalles que delimitaban el espacio en el que se movían. Malena les precedió y el chófer completó el cuarteto que avanzaba en fila india por un patio de lo que había sido taller de algo, en el que se conservaban los esqueletos férricos agredidos por los abandonos. Por una escalera accedieron a un inmensa nave que achicaba las cinco o seis presencias de los allí reunidos, dos evidentes matones empeñados en pregonar su oficio a través de todo su sistema de señales, Samuel, Irina vestida y dos dolicocéfalos bárbaros y con lentes redondos de escasa montura que parecían diseñados por los servicios de prospección del Mossad. Samuel respiró aliviado cuando les vio aparecer.

-Malena. ¡Menos mal! Me han tendido una trampa y quieren convertirme en un perdedor. Ayúdame. Tú puedes ayudarme.

Malena invitó a Carvalho y Biscuter a que abandonaran la habitación.

-Déjenme un rato a solas con Samuel. Hay que aclarar algunas dudas.

Les abrió camino el fornido chofer y en una estancia adlátere encontraron a Irina con abrigo de piel y su violín bajo un brazo. El abrigo y el violín parecían sus únicos elementos de vestuario, se le había corrido el rímel, tal vez por haber llorado, y hablaba para sí misma, como si estuviera contándose la historia que estaba viviendo. Calló para estudiar a sus dos nuevos acompañantes.

-¿Qué piensa hacer?

Aquel hombre que le hablaba en inglés le estaba proponiendo una respuesta, en realidad no era una pregunta.

-¿Con respecto a qué?

-A Samuel, naturalmente.

-Pienso hacer lo que puedo hacer y sólo puedo quedarme aquí. No he pasado por todo esto para escaparme por la ventana en mi mejor momento. Samuel es un adolescente. Yo he dejado de serlo hace tiempo.

-Estaríamos dispuestos a ayudarles.

-¿A qué?

-A escapar.

-¿De quién?

-De la mafia que les dirige.

Irina estaba irritada, se acercó a Carvalho y le escupió más que le habló.

-De quien trato de escapar es de Samuel y todo lo que representa. Detesto lo que representa.

-¿No le gustan a usted los biólogos?

-No me gustan los perdedores.

Malena entró en la habitación diríase que demudada y se encaró con Carlvalho y Biscuter.

-Ustedes lo han complicado todo.

-Usted nos metió en esto. Yo no tenía vocación de salvador de drogadictos de Jim Morrison.

Finalmente les dije que se apartaran y no me hicieron caso.

Dedicó un aparte la argentina a la muchacha del violín, que emitió un sollozo interrumpido porque se había llevado preventivamente la mano hasta la boca y llegó a tiempo de asfixiar su angustia. Coincidió el gesto con el ruido de un disparo en la habitación donde estaba Samuel y nada ni nadie evitó que Carvalho corriera hasta allí para contemplar el cuerpo del biólogo tendido en el suelo y una mancha de sangre que se agrandaba bajo sus espaldas. Llevaba puestos los cascos de psicópata melódico. Carvalho se inclinó sobre el cuerpo y creyó percibir una sombra de musiquilla que salía por uno de los audífonos mal ajustad a la oreja. Los cogió y comprobó que todavía sonaban canciones, al menos una canción que era la única grabada porque en cuanto terminó volvió a empezar. El cadáver de Samuel estaba caliente y sus oídos habían escuchado una canción de Jim Morrison una y otra vez. Como si todo su horizonte sentimental se hubiera reducido a aquellas estrofas.

"Ella vive en la calle del amor. / Hace tiempo que está en la calle del amor. Tiene casa y jardín, / me gustaría ver qué pasa. / Tiene ropa y tiene monos. / Perezosos lacayos forrados de diamantes. / Es lista y sabe qué hacer. / Me tiene y te tiene. / Veo que vives en la calle del amor. / En ella está esa tienda donde se reúnen las criaturas. / Me pregunto qué hacen allí / un verano, un domingo y un año. / Supongo que me gusta algo tan agradable".

Cuando se desentendió del mensaje dejó sobre el cadáver todo el equipo de sonido que había formado parte del equilibrio psicosomático del difunto Samuel Sumbulovich.

-Ha sido un accidente. Nadie quería dispararle, sino devolverlo a Israel para que Irina tuviera la fiesta en paz.

Ha sonado a sus espaldas la voz en off de Malena y cuando se vuelve la redescubre segura de sí misma, no entristecida, como si la muerte de Samuel formara parte de la agenda, de su agenda. Respaldando a su mujer dos matones con aspecto de dedicarse a la lucha turca y Biscuter en un ángulo de la habitación como tratando de desentenderse de lo que ha ocurrido o de lo que puede ocurrir. Malena se acerca a Carvalho, le pone una mano sobre el hombro.

-Lo siento.

Y al tiempo de oír estas palabras, alguien a sus espaldas le ha dado un pinchazo hondo y desde esa hondura le sube el escozor y una sensación de pérdida de conocimiento. Como un vuelco del mundo. Su cuerpo en tierra.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_