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El Museo Oteiza cambia su presentación

El nuevo montaje resalta las 'cajas metafísicas', obra central del escultor, precursor del minimalismo

Más de un mes después de inaugurarse el Museo Jorge Oteiza en Alzuza, localidad próxima a Pamplona, la Fundación ha modificado la exposición del legado del escultor, subsanando el caótico montaje inicial, que penalizaba la contemplación de las llamadas cajas metafísicas. Estas obras centrales de Oteiza, que el artista calificaba de "conclusivas", conforman lo más profundo y magistral de todo el cuerpo oteicia

no. Con una instalación más ajustada y razonable, pueden ahora verse en su plenitud las cajas vacías y abiertas, las secuencias de diedros y otras muchas obras en las que el escultor de Orio centró sus propósitos experimentales mediante la desocupación del espacio. Se convirtió con ello, sin proponérselo, en el auténtico precursor del minimalismo.

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Un espíritu contradictorio

Ha bastado colocar esas piezas en el espacio justo y de forma adecuada para que lo exhibido pueda percibirse de otro modo. Aunque todavía le falta al museo hallar una puesta a punto más dúctil, precisa y contundente, el visitante puede disfrutar con el amplio muestrario exhibido. Resulta espectacular el conjunto de piezas diminutas que se muestran en vitrinas. Son lo que el artista concibió como escarceos experimentales, trazados con alambres, hojalatas, maderas y tizas. Cada miniatura es un aviso de escultura, que en los últimos años de Oteiza se plasmó en numerosas reproducciones a escala.

En representación de las obras primeras de Oteiza están las expresivas formas de las cabezas de apóstoles creadas para el friso de Aránzazu. Son obras trazadas como a zarpazos expresivos, en cuya representación se palpa una religiosidad rebelde y doliente. Estos trabajos son muestras del proyecto monumental llevado a cabo en el santuario de Aránzazu (Oñati), cuya arquitectura corrió a cargo de Francisco Javier Sáenz de Oiza, arquitecto del propio Museo Jorge Oteiza.

En semipenumbra

Las esculturas repartidas por el ámbito museal se muestran rebajadas de luz, en tonos oscuros, medios tonos, semipenumbras y semejanzas. Se ha tenido en cuenta aquello que interesaba a Oteiza o, siquiera, aquello de lo que descreía, esto es lo bello y lo decorativo. En una ocasión que se le preguntó si la belleza era el símbolo de los símbolos, contestó categórico: "La belleza es una mierda". Obviamente, Oteiza no deambuló por un sendero de bellezas; prefirió patear a lo largo del tiempo que nos mira por los vericuetos del pensamiento. Lo expresó muy bien en diez palabras: "El vacío no se ocupa, no se pinta, se piensa".

El pensamiento del escultor lo hizo extensivo en otro pasaje de sus escritos teóricos que se titulan Propósitos experimentales 1956-1957: "Mi escultura abstracta es arte religioso. No busco en este concepto de la estatua lo que tenemos, sino lo que nos falta. Derivo así de lo religioso a la estela funeraria. No es minuto de silencio. Es la imagen religiosa de la ausencia civil del hombre actual. Lo que estéticamente nace como desocupación del espacio, como libertad, trasciende como sitio fuera de la muerte. Tomo el nombre de lo que acaba de morir. Regreso de la muerte. Lo que hemos querido enterrar, aquí crece".

La relación existente entre el interior del museo con el exterior viene dada a través de varios y amplios ventanales. Son como respiraciones visuales. Surge una cierta comunicación entre el encuentro de los grandes espacios libres y los espacios atrapados, construidos, creados por el arte clarividente y meditativo de Jorge Oteiza. El arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza dijo antes de morir que el museo lo concibió no sólo para albergar obras de Oteiza, sino con la intención de que la envoltura pudiera entenderse como una obra del propio Oteiza.

El juego de espacios del edificio tiende al laberinto y al secreto. Un potente núcleo espacial, al modo de nave central de una antigua iglesia, consigue que todos los recorridos posibles confluyan en ese ámbito. Un nombre se añade a esta historia, como es el de Le Corbusier -admirado por Oteiza y Oiza-, puesto que este último señaló que en el diseño de la Fundación podían percibirse evocaciones a la manera de una "promenade architectural corbusieriana".

Un aspecto del vestíbulo del Museo Jorge Oteiza en Alzuza, con una escultura y un friso del artista.
Un aspecto del vestíbulo del Museo Jorge Oteiza en Alzuza, con una escultura y un friso del artista.JESÚS URIARTE
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