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Roosevelt tenía razón acerca del multilateralismo

Ernesto Zedillo

Teniendo en cuenta el futuro, Estados Unidos debería considerar seriamente las posibles consecuencias de una política individualista que dejaría atrás a las instituciones internacionales que ha fomentado.

Vale la pena recordar que tan sólo dos días después del ataque de Pearl Harbor, el presidente Franklin Delano Roosevelt habló no sólo de ganar la guerra, sino también de ganar la paz que vendría después. La intención de Roosevelt era promover la promulgación de normas que rigieran el comportamiento internacional y la creación de instituciones que fomentaran la cooperación entre naciones. La Carta de Naciones Unidas se negoció y se ratificó en San Francisco, y en una reunión en Bretton Woods se crearon el FMI y el Banco Mundial para guiar la cooperación y la inversión económicas internacionales en las áreas de la reconstrucción y el desarrollo. Después vinieron el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio para fomentar el comercio internacional, la Declaración Universal de Derechos Humanos, la creación de la OTAN, el Plan Marshall, y el nacimiento de la Unión Europea. La generosa ayuda del Plan Marshall evitó los peligros que suponían "el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos" para los países recién liberados de Europa, y ayudó a reconstruir el mundo.

El líder estadounidense y otros líderes mundiales de los años cuarenta y cincuenta dedicaron tanta energía y tantos recursos a construir las instituciones internacionales porque habían presenciado la destrucción que resulta de la división de los países y de la búsqueda de los intereses individuales. De modo que intentaron crear un sistema -anclado en la libertad, la apertura y el imperio de la ley- que diera soporte a la seguridad y la prosperidad de todos sus miembros. ¿Ha funcionado bien este sistema? Las instituciones internacionales han propiciado una convergencia de valores mucho mayor que en cualquier otro momento de la historia de la humanidad. Por primera vez, casi todos los gobiernos del mundo son democráticos. El orden multilateral también ha presidido el mayor periodo de creación de riqueza de la humanidad. La impresionante expansión económica lograda por Estados Unidos y otros países industrializados no habría sido posible sin el sistema económico multilateral. En el mundo en vías de desarrollo, millones de personas han salido de la pobreza, aunque todavía queda mucho por hacer.

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Sin embargo, hoy en día, parece que el sistema internacional está en crisis. Han surgido profundos desacuerdos sobre cuál es la mejor forma de combatir las nuevas amenazas para la paz y la seguridad internacionales y la mejor manera de conservar y ampliar la prosperidad en el mundo. El desprecio por el sistema multilateral puede comprobarse en la marginación de la ONU, la ruptura transatlántica, la división de la OTAN y de la Unión Europea, y el actual resentimiento entre viejos amigos, vecinos y socios.

La cuestión es ésta: a comienzos de este nuevo siglo, un siglo marcado por una incuestionable unipolaridad, ¿necesita Estados Unidos el sistema multilateral? La única respuesta razonable que puede darse es: sí, todas las naciones, hasta las más poderosas, necesitan el sistema multilateral. Está claro que los miembros más débiles de la comunidad internacional preferirían navegar por el escenario internacional según las leyes internacionales acordadas y a través de instituciones en las que sus voces puedan ser escuchadas y en las que sus intereses legítimos estén representados y reconocidos. Para Estados Unidos, la auténtica hiperpotencia de nuestra era, el argumento en favor del multilateralismo no es menos irresistible, pero es más sutil. Es evidente que los líderes de Washington tienen que mirar por los intereses nacionales de Estados Unidos, pero el unilateralismo podría acabar por ir en detrimento de esos intereses. Puede que el mundo en el que vivimos sea unipolar, pero también es interdependiente.

En este momento de interdependencia global, hasta la potencia más poderosa ve limitada su influencia, su capacidad para controlar la reacción que otros puedan tener ante sus acciones. Para que la unipolaridad sea algo más que un momento en la historia, otros no deben percibirla como una amenaza, sino como un auténtico pilar para la paz. La unipolaridad agresiva obligará al mundo a buscar un equilibrio diferente, un equilibrio en el que otras potencias puedan contrarrestar la fuerza militar de Estados Unidos. Este proceso será trágico y costoso. Un mundo con tanta pobreza no puede permitirse otra carrera armamentística, ni el conflicto que ésta pudiera desencadenar. Sería peligrosamente pueril pensar que el terrorismo -que hoy constituye la mayor preocupación en materia de seguridad- puede combatirse sin ayuda. La lucha contra el terrorismo requiere el apoyo de amigos, de aliados, y a veces, hasta de adversarios. Además de la seguridad, Estados Unidos y todos los países se enfrentan a otros problemas que no respetan las fronteras nacionales y que, por tanto, requieren soluciones de cooperación global. Pensemos en el calentamiento del planeta, la destrucción de la biodiversidad, la exterminación de la pesca, la polución de los océanos, las enfermedades infecciosas, el narcotráfico, o el contrabando de seres humanos, por nombrar sólo unos pocos. Una nación actuando en solitario no puede enfrentarse a ninguno de estos desafíos extremos. La cooperación internacional es lo único que puede ofrecer alguna esperanza de éxito a la hora de combatirlos.

Asimismo, en la búsqueda de la prosperidad y de la prevención de males como las crisis financieras internacionales, las recesiones, y ahora la deflación, la cooperación internacional es vital para el éxito. La cooperación económica es ahora más necesaria que nunca. Existe el riesgo de que el sistema de comercio multilateral pudiera convertirse en el campo de batalla de disputas geopolíticas no resueltas, con consecuencias nefastas.Algunos en el bando unilateralista son conscientes de estos argumentos. Están dispuestos a admitir que Estados Unidos debe tragarse una dosis de cooperación internacional en su persecución de intereses nacionales legítimos. Y por eso proponen vivir con un doble rasero. Es un planteamiento interesante, pero no convence a nadie.

¿Podría coexistir la cooperación internacional con la unipolaridad agresiva? Un sistema multilateral útil depende de las negociaciones, los compromisos y los acuerdos. Y ninguno de éstos pueden cultivarse en un terreno de amargura y resentimiento. En ese terreno sólo pueden germinar las semillas del antagonismo, la envidia y el miedo, semillas que pueden ahogar la globalización inclusiva y la interdependencia constructiva.

Ya es hora de dejar de atacar a las instituciones multilaterales. Nunca tendrán ni más ni menos que lo que las grandes potencias les otorguen en términos de liderazgo, diplomacia y recursos. La forma correcta de proceder es no minar estas instituciones, sino, cuando sea necesario, reformarlas para que puedan ser más útiles a las buenas causas de los derechos humanos, la seguridad, la paz y la prosperidad. En un futuro, esta iniciativa requerirá el liderazgo inspirado y no agresivo de Estados Unidos. Pero la persecución de este esfuerzo debería estar orientada por la misma visión que el presidente Roosevelt esbozó en líneas generales en 1941: la visión de un orden mundial basado en "una cooperación de países libres, que trabajen juntos en una sociedad civilizada y amistosa". Y por encima de todo, por la visión de un orden mundial basado en las libertades humanas esenciales.

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