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Columna
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Tapados

A medida que se digieren los resultados electorales se preparan renovados jugos gástricos para los próximos comistrajos, trascendentes como el catalán, donde la retirada de Jordi Pujol deja tantas puertas abiertas como las dejó en su día la dimisión de Josep Lluís Núñez como presidente del Barcelona. Pujol y Núñez formaban un tándem obsesivo por lo vitalicio, y se siente, se siente la angustia diluida en la sociedad catalana ante el definitivo final del nuñismo en el Barça y el comienzo del reparto de la túnica sagrada de Pujol al pie mismo no del Calvario, sino de cualquier montaña sagrada catalana. Cataluña tiene una colección completa de montañas sagradas.

Es lógico que en la nación de naciones no vivan con tanta intensidad como los catalanes los dos seísmos político-étnicos a los que me he referido. Los protagonistas en España son la figura ascendente del PP, Alberto Ruiz-Gallardón, y la descendente doña Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, que ha conseguido llegar de la casi nada de la Presidencia del Senado a la nada de la nada, en un viaje que sólo podrían entender el Gran Wyoming y Groucho Marx. Para muchísimos españoles, Alberto Ruiz-Gallardón es el tapado en la sucesión de José María Aznar y se especula sobre la posibilidad de que cuando se destape asuma la lucha por la presidencia del PP y la candidatura a jefe de Gobierno, mientras Ana Botella asciende a alcaldesa de Madrid, comienzo de una carrera que algún día puede llevarla a La Moncloa y, quién sabe, si a entrevistarse con George Bush o equivalentes.

La candidatura popular sentimental de Ruiz-Gallardón ha puesto de los nervios a Mariano Rajoy, Rodrigo Rato y Jaime Mayor Oreja, que todas las noches consultan el espejo mágico donde siempre aparece el cejijunto Aznar recomendándoles paciencia. En cuanto a Aguirre, mal lo tiene si no vuelve el Gran Wyoming al frente de un programa televisivo como Caiga quien caiga, que hizo de esta mujer casi un sex symbol liberal conservador. Sin Wyoming y sus exquisitos cuervos, doña Esperanza dejó de ser equivalente a la indispensable matrona de las películas de los hermanos Marx, que sin entender nada de lo que decía Groucho comprendía que su mismísimo papel en esta vida dependía del surrealismo marxista.

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