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Entrevista:Antonio Caballero

"La cultura no ha entendido los toros"

Javier Rodríguez Marcos

Antonio Caballero (Bogotá, 1945) es un crítico taurino que empieza por avisar de que los críticos siempre exageran y siempre se repiten. Acaba de publicar un libro de cuyas exageraciones se trasluce una pasión que trasciende su propio contenido. Tanto como de Rafael de Paula o José Tomás se habla en él de los héroes, los mitos, los ídolos o el secreto del arte. Entre sus repeticiones declaradas, las siete virtudes que José Bergamín encontraba en el gran toreo: ligereza, agilidad, destreza, rapidez, facilidad, flexibilidad y gracia. Con todo, esa suerte de calvinianas propuestas para el próximo milenio le resultan demasiado físicas a Caballero, que destaca un nombre para San Isidro, Matías Tejela, y a quien le gusta discutir con el más pintado.

"A los puristas les pasa como al Papa, que sólo canoniza religiosos: curas y monjas. Los toros son para todos"
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PREGUNTA. ¿Tiene algún argumento para convencer a los antitaurinos?

RESPUESTA. A los antitaurinos no se les puede convencer porque no lo son por cuestiones estéticas, ni animalísticas siquiera, sino políticas. Y en política es muy difícil convencer a alguien. No me interesan los antitaurinos, sino los no taurinos, los indiferentes. He escrito este libro para no aficionados, como una especie de epístola de san Pablo a los gentiles.

P. Reconoce, con todo, cierto grado de crueldad en los toros.

R. No creo que los toros sean tan gratuitamente crueles como se dice. El toro es un animal al que le gusta pelear, como a los hombres o a los gallos. Hay pocos animales a los que les guste. A los tigres, por ejemplo, no.

P. ¿Pero qué añade la muerte a los toros?

R. No sólo está la muerte del toro, sino el peligro de muerte en que está el torero. Samuel Beckett dice que el deber de un artista es atreverse a fracasar, y yo creo que en ningún artista el fracaso está tan subrayado como en el torero, por la muerte.

P. Su libro tiene mucho de tratado de estética.

R. El toreo es sobre todo proporción. El problema es que es un arte muy fugaz, pasajero, que sólo existe en el momento. Tiene mucho de composición y, a un tiempo, de interpretación. Tanto como la danza.

P. Y no se puede separar al bailarín del baile.

R. Así es. Y eso es malo para las artes, porque en realidad no sabemos cómo toreaba Pedro Romero, pero sí sabemos cómo pintaba Rafael.

P. Es curioso que gente aparentemente no muy culta entienda tanto de toros.

R. Es que yo no creo que haga falta cultura para entender la pintura o la música. Lo que pasa es que la gente no educada va con más facilidad a una plaza que a un museo, pero no significa que si de pronto se encuentra ante el David de Miguel Ángel no se dé cuenta de que es algo extraordinario. Lo que pasa es que no se le ocurre entrar en un museo, que inspiran más respeto, más temor. La plaza de toros es un lugar abierto, popular..

P. Dice usted que las siete virtudes de Bergamín le parecen demasiado físicas.

R. Un torero no es un trapecista ni un boxeador, es un artista. Belmonte decía que el toreo es una actividad del espíritu.

P. ¿Qué virtud aprecia más?

R. La ligereza, pero no entendida como rapidez, sino como levedad.

P. ¿Y cuál es el torero más leve que ha visto usted en una plaza?

R. De los que están en activo o recientemente retirados, José Mari Manzanares, que yo creo que volverá.

P. ¿Por qué vuelven siempre?

R. Por dinero. Y porque un notario se retira, pero un torero no se retira nunca, como no se retira un poeta.

P. ¿De los que no ha podido ver, quién le gustaría que volviera?

R. Juan Belmonte. Fue el más espiritual, el más intelectual y el menos físico; el menos simplemente físico. Decía más cosas que los demás.

P. ¿Por qué hablan tan bien algunos toreros?

R. Una vez se lo pregunté al Niño de la Capea, y me dijo: "Porque somos analfabetos".

P. Todo el mundo se queja de los toros, de los toreros, del público... ¿Eran mejor antes?

R. No. Bueno, tal vez el público sí era mejor. Era menos público y más aficionado. Pero ya hace cien años los críticos se lamentaban de que todo era mejor antes.

P. Usted se queja de que el público está educado en la televisión.

R. Los espectadores actuales están acostumbrado a que las cosas ocurran incesantemente, como en televisión. Si no cambian, cambian ellos de canal. Les pone nerviosos que en una corrida las cosas sucedan lentamente.

P. ¿Dónde está el límite entre el rigor y el purismo?

R. A los puristas les pasa como a este Papa actual, que sólo canoniza religiosos: monjas y curas. Los toros son para todo el mundo.

P. Alguna andanada lanza al tendido 7 de Las Ventas.

R. El tendido 7 se sienta ya irritado y quiere que las cosas salgan mal, porque a lo que va es a indignarse, no a gustarse. Y eso me parece tan mal como que se regalen vueltas al ruedo. En general, el público español, de cualquier espectáculo, es muy aplaudidor. No conozco ningún lugar del mundo en el que se aplauda tanto.

P. Una vez preguntaron a Curro Romero por su público preferido. Y contestó: "El del tenis".

R. Porque es silencioso. Los toreros han pedido siempre silencio, sin lograrlo, porque el público está ahí para gritar, para quejarse. Eso siempre fue así. Si uno lee a Stendhal, ve que el público de la ópera de Milán silbaba, comía helados, se salía, volvía a entrar... Cuando se vuelve excesivamente respectuoso se pierde vida.

P. Otra queja: el fraude.

R. ¿Fraude? Claro que lo hay en los toros. Como en la poesía, el fútbol o la política. No me parece una actividad más pícara que los últimos Juegos Olímpicos de Invierno.

P. ¿Cree que la cultura española ha entendido los toros?

R. No. La poesía taurina es malísima. Gerardo Diego, que fue el poeta que más sabía de toros, me parece mediocre. Lorca tiene algunas cosas, pero siempre de los alrededores del toreo, de lo pintoresco. ¿Pintores? Goya y un poco Picasso. Y Altamira. Los que mejor los han entendido son los fotógrafos.

P. Recomiende un libro.

R. El hilo del toreo, de Pepe Alameda; La música callada del toreo y El arte de birlibirloque, de Bergamín. Y sobre todo, la biografía de Juan Belmonte contada por Chaves Nogales.

P. ¿Por qué ése sobre todo?

R. La primera mitad es Belmonte hasta que triunfa. La segunda, Belmonte triunfador, que es una vida muy monótona. La vida de un torero puede ser peligrosa, pero es tan monótona como la de un piloto. Hay riesgo, pero hoy aterriza acá, mañana allá. Sin embargo, es en esa segunda parte donde Belmonte habla de qué es para él el toreo, y es el toreo no sólo contado por un torero, sino por uno que lo revolucionó. Es como oírle las confesiones a Orfeo cuando inventó la música.

P. De los ocho toreros sobre los que escribe, ¿a quién le gustaría biografiar?

R. A ninguno. No soy amigo de ser amigo de los toreros. Entre otras cosas porque no hablan más que de toros.

Antonio Caballero fue crítico taurino en 'Diario 16'.
Antonio Caballero fue crítico taurino en 'Diario 16'.MIGUEL GENER

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Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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