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Reportaje:

'Rayuela': la conquista de la transgresión

La novela de Julio Cortázar, arquetipo literario y símbolo de una generación, cumple 40 años

Elsa Fernández-Santos

La destrucción del sentido común, la perversión del lenguaje, la imaginación al servicio de nadie. En 1959, Julio Cortázar (Bruselas, 1914-París, 1984) se refiere al libro que entonces prepara: "Será algo así como una antinovela, la tentación de romper los moldes en que se petrifica este género". Rayuela se publicaba cuatro años después revolucionando ("provocar, asumir un texto desaliñado, incongruente") la literatura en castellano. Las aventuras parisienses de Rayuela ("En el fondo, París es una enorme metáfora", escribe Cortázar) fueron una puerta a la modernidad de toda una generación que, en plenos años sesenta, encontró en este libro la transgresión que anhelaba. Ayer, un grupo de escritores y amigos de Cortázar analizaron en Madrid al escritor y su obra.

"Cortázar siempre está en el filo de una cornisa con peligro de caerse de un lado o de otro"
"Fue víctima de sus lectoras. Algunas creían que les había escrito personalmente a ellas, se sentían sus novias"
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Un artefacto lleno de posibilidades

Rayuela era una novela que se presentaba como protagonista de sí misma, un juego de palabras que podía leerse siguiendo múltiples caminos, sin pautas. Rayuela pedía un lector libre. En 1951, poco antes de embarcarse en su escritura, Cortázar escribía en una carta a su amigo Fredi Guthmann: "No quiero escribir, no quiero estudiar; quiero, simplemente, ser de verdad; aunque ello me lleve a descubrir que no soy nada".

Ayer, y bajo el título de Celebración de Julio Cortázar (a los 40 años de 'Rayuela'), la Casa de América de Madrid celebró una mesa redonda en la que el crítico y poeta Saúl Yurkievich, encargado de las obras completas de Cortázar que editará Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, definió Rayuela como una "jugarreta metafísica, una jugada lúdica y humorística en la que Julio da lugar a todo lo que se le ocurre y todo lo que ocurre. Es la chispa, el capricho y el divertido dislate". "En Rayuela", continuó, "tenemos todos sus saberes y todos sus quereres".

Yurkievich añadió: "Cortázar nunca se consideró un escritor profesional, era imposible teniendo en cuenta su relación con la literatura. Necesitaba estar del todo implicado en el escrito, para él la literatura era algo estrictamente personal, era una literatura contra sus propios poderes, siempre escribiendo la antiliteratura, adoptando la antiforma, creando la antinovela. Cortázar no quería apoyarse en las facilidades del oficio y por eso siempre está en el filo de una cornisa con peligro de caerse de un lado o de otro. Siempre nadó contracorriente, buscaba controvertir y controvertirse".

Junto a Yurkievich, participaron -en un acto al que asistió la viuda y segunda mujer de Cortázar, Aurora Bermúdez- otros miembros de la Cátedra Julio Cortázar de la Universidad de Guadalajara: Raúl Padilla, Sealtiel Alatriste, el crítico Julio Ortega y el escritor Carlos Fuentes.

Sealtiel Alatriste calificó Rayuela como "la piedra de toque" de la educación sentimental de toda una generación. Recordó sus últimos encuentros con el autor de

Historias de cronopios y de famas, entre ellos, el último, un paseo por la casa de la pintora Frida Kahlo, donde el escritor argentino le dijo: "Tú piensas que yo debería haber escrito un gran libro, pero no entiendes que yo escribo para vivir". "Cortázar", añadió, "me enseñó que la fuerza de la literatura está en la vida misma y no en la perfección de lo que se escribe". Alatriste recordó cómo la muerte de la tercera mujer de Cortázar, Carol Dunlop, sumió al escritor en una terrible tristeza. Ella, mucho más joven que él (y también infectada por el entonces desconocido virus del sida), murió sin que él acabara de aceptar su desaparición.

Julio Ortega (que tituló su intervención Retrato de Julio Cortázar con musas al fondo) versó su comparecencia en la reacción apasionada que provocaba la lectura de Rayuela en las mujeres. "Cortázar fue víctima de sus lectoras", afirmó Ortega. "Empezaban buscando un lugar en sus libros y acababan queriendo un lugar en su vida. Las muchachas de mi facultad querían sobre todas las cosas ser La Maga: llevaban medias negras, fumaban Gitanes y empezaban a cocinar mal, llevaban como una especie de amenaza Rayuela bajo el brazo. Con ese libro, de alguna manera empezó la crisis existencial masculina. Algunas de estas lectoras creían que Cortázar les había escrito personalmente a ellas, se sentían sus novias". "Él", continuó Ortega, "había concebido la literatura como un acto amoroso, un acto íntimo".

Tanto Carlos Fuentes como Raúl Padilla recordaron el compromiso político de Cortázar. Dijo Padilla: "El tono emocional y la perspectiva del autor de Rayuela no fue diferente a la del hombre político. Cortázar mezcló el pesimismo con el optimismo, la condena con la esperanza. En sus obras y en sus compromisos políticos el eje siempre fue el hombre.

Carlos Fuentes recordó su vieja amistad con el escritor ("ya son 19 años sin Julio"). El autor mexicano señaló que con Cortázar murió también el misterio de su propia literatura, aunque no el de un hombre "excelente", a la altura de lo que escribió. "Verlo por primera vez fue una sorpresa. Fue en 1960 y en mi memoria sólo había una foto vieja en la que se le veía con un aspecto prohibitivo, unas gafas enormes, el pelo pegado y lleno de gomina. Cuando abrió la puerta de su casa vi el rostro de un muchacho alto y con pecas. Pregunté por su padre, pero era él".

Fuentes habló de una amistad que se prolongó durante años en viajes y reuniones, en coincidencias aunque no siempre ideológicas y en lo que definió como una amistad generosa y alegre. "Cortázar era un surrealista que quería que la revolución fuera de dentro y de fuera. Vivió un conflicto del que pocos se salvaron en nuestro tiempo, coincidimos políticamente en muchas cosas, pero no en todo. La amistad salvó nuestras diferencias". Fuentes describió los paseos por el Barrio Latino de París, reuniones con Gabriel García Márquez y sesiones de cine a todas horas. "Lo llamé un día El Bolívar de la literatura, nos liberó liberándose. Le dio sentido a nuestra modernidad porque la hizo crítica. Nos habló del valor insustituible del momento vivido y por eso seguirá convocando a los lectores que necesita para seguir viviendo".

Julio Cortázar.
Julio Cortázar.REN BURRI (MAGNUM PHOTOS)
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Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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