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Columna
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Convivencia

En los últimos días, el crescendo verbal de buena parte de la izquierda ha ido a más. Después de la escenificación de la indignación moral por el rumbo de los acontecimientos internacionales en las Cortes y en los diferentes Parlamentos de las CC AA, más allá de la proliferación de pancartas, pegatinas, manifestaciones, cadenas humanas, conciertos-denuncia, caceroladas y acampadas de protesta contra la imparable agenda de la guerra, los actores políticos (alguno de ellos, pero muy significativos) habrían pasado a disparar salvas artilleras dialécticamente graves quizás con el propósito de mantener la movilización, o puede que como ejercicio de irresponsabilidad política tout court.

Los ataques a las sedes del PP, las gravísimas acusaciones hacia los líderes del PP comparándoles con los nazis o señalándoles directamente como criminales de guerra, asesinos o terroristas excede toda prudencia y toda justicia y puede que no sea más que el producto de un desvarío lamentable provocado por la cita del 25 de mayo.

Tratar de facha, de fascista al Gobierno del PP, y al propio PP por un apoyo a la coalición internacional que ha atacado a Irak al amparo de la resolución 1.441 del Consejo de Seguridad de la ONU que se traduce en el envío de un buque hospital y poco más parece tan desmedido, tan tremendo y fuerte que apela a la desmemoria actual de quienes en su día aceptaron negociar con el franquismo una democracia con algunos handicaps y ahora, desesperados por la falta de credibilidad de sus opciones en el contexto de una situación económica y social manifiestamente mejor que la que se recuerda de su dilatada época de gobierno, incluso ponen en peligro la convivencia retrotrayéndonos al famoso vídeo del dóberman que salvó in extremis a González en las generales del 93.

Recuerdo con perplejidad que yo fui de los que entendieron la transición como una transacción hasta cierto punto vergonzante, concedida al reformismo del régimen de Franco por actores principales como el PCE y el PSOE. Entonces, estos y otros actores políticos se mostraron firmes partidarios de no introducir ninguna referencia a las responsabilidades políticas del franquismo para no entorpecer el proceso hacia la democracia. Poco después del frustrado golpe de Estado del 23-F comprendí que la pretensión republicana que me animaba, la nacionalista radical de la que me sentía deudor debían dar paso a la responsable aceptación de la Constitución, después del Estatuto, y desde entonces, a olvidar deliberadamente, que nadie del régimen anterior me debía nada en la frágil democracia recién estrenada.

Por eso ahora, cuando asistimos a la descalificación frontal que algunos líderes de la izquierda entregada de la transición hace de los dirigentes del PP para apoyar su pretendida posición pacifista me permito la libertad de señalar que no es ni ético ni responsable poner en peligro el pacto de convivencia que la Constitución ha propiciado sólo porque el 25 de mayo hay elecciones donde, al parecer, de no mediar una circunstancia aciaga como la Guerra de Irak, la izquierda daba por perdida la batalla.

Esta desproporción oportunista contrasta vivamente con el silencio de esas mismas voces ante las condenas en juicios sumarísimos de hoy mismo contra disidentes del régimen dictatorial y de partido único de Cuba.

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Con todo, no acierto a comprender cómo el Gobierno no es capaz de explicar con coherencia y valentía el verdadero alcance de la posición española.

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