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EL 'NOBEL' DE LA ARQUITECTURA

Gran danés

Para celebrar su 25º aniversario, el Premio Pritzker se otorga a un gran danés que hace un cuarto de siglo era ya historia. En 1978 Jørn Utzon recibió la medalla de oro del Royal Institute of British Architects, un prestigioso galardón centenario que en la edición de este año ha correspondido a su discípulo y también premio Pritzker Rafael Moneo, y por entonces su vida creativa estaba sustancialmente completa. Cinco años antes, las cáscaras crustáceas hinchadas por el viento de la Ópera de Sidney se habían abierto a una navegación agridulce, tras un largo proceso de desencuentros que en 1966 habían alejado finalmente al arquitecto de la obra y del país; y mientras el que ya era símbolo de Australia se inauguraba en ausencia de su autor, Utzon proyectaba el que sería su último capolavoro, la iglesia de Bagsvaerd, un exquisito cobertizo claustral de cubiertas de chapa y techos ondulantes de hormigón en las afueras de su Copenhague natal, que al terminarse en 1976 clausuró un itinerario de fascinante inventiva formal.

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Jørn Utzon consigue el Premio Pritzker

Atrás quedaba la topografía vernácula de las casas Kingo, con la inteligencia paisajística de sus patios en secuencia y la sensibilidad táctil de sus fábricas de ladrillo, diseñadas poco antes del concurso de la ópera que en 1957 había otorgado a Utzon el premio equívoco de la fama, y extendidas poco después con otra modélica realización residencial, el conjunto de Fredensborg; atrás también el insólito proyecto de museo para el artista Asger Jorn, un racimo de tinajas o cocos enterrados y enredados de rampas que reúnen la Einsteinturm y el Guggenheim neoyorquino con Kiesler y Ronchamp; atrás su primera casa en Mallorca, un recinto grave y arcaico construido con piedra, geometría y luz, en el que se recluiría a partir de 1973; y atrás el proyecto definitivo de la Asamblea Nacional de Kuwait, un bazar laberíntico en penumbra y unos pórticos solemnes de toldos de hormigón con ecos de Chandigarh, cuya monumental prefabricación arquitrabada tardaría algún tiempo en completarse, para ser arrasada en la guerra del Golfo y reconstruida con poca fortuna después. Cuando Utzon se convierte en mallorquín honorario y secreto, el arquitecto escandinavo es ya reconocido como uno de los grandes maestros de la segunda mitad del siglo: un discípulo del Aalto cuyas huellas se hallan por doquier, desde los abanicos de las casas Birkehøj a las olas de Bagsvaerd, pero también un creador independiente que dialoga en igualdad con la obra tardía de Wright y Le Corbusier, y con los proyectos contemporáneos de Tange, Niemeyer o Kahn; un humanista lacónico que reconcilia la industrialización tectónica con los arquetipos preindustriales, y la construcción por elementos de la modernidad con la elocuencia intemporal de las arquitecturas anónimas o históricas recorridas en sus viajes testarudos; y un innovador formal que cristaliza en hallazgos como la plataforma coronada por un dosel de cubiertas ingrávidas la esencia lírica de su exploración arquitectónica.

Desde entonces, ese héroe extraviado en su refugio insular ha sido objeto de numerosas recuperaciones críticas: algunos lo destacan como el visionario expresionista y ecléctico que en Sidney alumbró las construcciones mediáticas de la sociedad del espectáculo, y no olvidan señalar la presencia del Saarinen de la TWA en el jurado que premió las velas voladoras australianas; otros prefieren recuperar la sabiduría orgánica de sus obras residenciales, y subrayan la elegancia en sordina de los conjuntos daneses o las casas mallorquinas; y no faltan los que reconstruyen su trayectoria desde las poéticas situacionistas de lo informe, emplazando el proyecto para Jorn y la conexión CoBRA en el núcleo cordial de su experiencia artística.

Es difícil saber cuál de estos rasgos ha pesado más en la decisión de otorgarle el Premio Pritzker, que por segunda vez se entregará en España, y de nuevo a un arquitecto escandinavo, ya que en 1997 galardonó al noruego Sverre Fehn en el marco de un Guggenheim bilbaíno todavía en construcción. Pero el autor de ese Sidney de titanio que se levanta a orillas del Nervión formaba esta vez parte del jurado, y es inevitable sospechar que, antes que el Utzon ecológico o el vínculo Jorn-Jørn, ha sido el icono austral lo que ha animado a la cofradía Pritzker a celebrar su aniversario de plata con este arquitecto de oro: un metal que cotiza al alza en tiempos de incertidumbre, y un valor refugio en días de mudanza.

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