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Tribuna:GUERRA EN IRAK | La opinión de los expertos
Tribuna
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Irak: una guerra sin igual

Mary Kaldor

La guerra de Irak sirve a los intereses de una élite de poder estadounidense y no a la democracia ni a la justicia global. En medio del conflicto, es urgente recuperar una perspectiva internacional que aglutine el apoyo popular en torno a un ideal de intervención verdaderamente humanitaria.

En un seminario al que asistí recientemente, un periodista británico hablaba con aprobación de la alianza entre el neoconservadurismo norteamericano y el intervencionismo liberal. Este periodista está a favor de la actual guerra de Irak. Al igual que el primer ministro británico, Tony Blair, y que muchos supuestos nuevos europeos del antiguo bloque soviético, cree que un mundo globalizado no puede ya tolerar regímenes totalitarios.

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Mi temor, en cambio, es que esta nueva alianza del neoconservadurismo y el intervencionismo liberal podría significar el fin de cualquier esperanza en un orden mundial multilateralista y liberal. En el actual contexto de Irak, esta alianza supone la legitimación de una guerra librada en interés, no de los derechos humanos y de la democracia, sino de una élite en la cima del poder estadounidense.

¿Un acontecimiento transformador? Estoy en contra de la guerra de Irak porque me opongo al uso incontrolado del poder norteamericano. La Administración estadounidense ha sido secuestrada por un grupo de ideólogos mesiánicos que creen que pueden reorganizar el mundo según los intereses norteamericanos, utilizando la fuerza militar.

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Esta gente se compone de cuatro grupos que se solapan: individuos que participaron en la Administración de Reagan y que sienten nostalgia de la lucha maniquea entre buenos y malos de la guerra fría; representantes del complejo militar-industrial que saldrán beneficiados de la guerra y que han adoptado la fe en el poder militar; fundamentalistas cristianos de derechas; y defensores a ultranza de Israel.

Su propósito declarado, en principio, es imponer el orden en Oriente Próximo para acabar con regímenes no democráticos que pueden albergar al terrorismo, para proporcionar seguridad a Israel, y para proteger los suministros de petróleo. Su propósito a más largo plazo es una estrategia de guerra preventiva para liberar al mundo de tiranos y terroristas provistos de armas de destrucción masiva.

Alguien del American Enterprise Institute, uno de los laboratorios de ideas neoconservadores, me dijo que la guerra de Irak será un "acontecimiento transformador". Un punto de vista que tiene su eco en las palabras del general Tommy Franks cuando dice que esta guerra será "una guerra sin igual, caracterizada por la versatilidad, el factor sorpresa y un apabullante despliegue de fuerza".

Los neoconservadores están convencidos de que esta guerra instaurará un modelo a imitar en otros lugares. "Hay momentos en la historia en los que el mundo necesita una sacudida violenta", me dijo un miembro de la Administración de Bush, "no existirían las democracias en Europa si no fuera por las dos guerras mundiales".

Todos aquellos que, como Blair y los nuevos europeos, promueven esta guerra, lo hacen porque el régimen de Sadam Husein les preocupa. Los argumentos sobre hasta qué punto Sadam, con sus armas de destrucción masiva y su apoyo al terrorismo, representa una amenaza para Occidente, no resultan convincentes como justificación para la guerra. Sin embargo, no es tan fácil rebatir los argumentos sobre la responsabilidad hacia los ciudadanos iraquíes que tanto han padecido el régimen de Sadam Husein, así como la guerra y las sanciones.

El efecto polarizador de esta guerra. Creo que los derechos humanos importan, y que necesitamos crear instituciones globales capaces de garantizarlos. Esto es lo que se entiende por intervencionismo liberal. Y los medios para garantizar esos derechos humanos son muy importantes. Existe una profunda diferencia entre utilizar la guerra como instrumento para cambiar un régimen, y la intervención humanitaria, algo que puede incluir, o no, el uso de fuerza militar.

La guerra consiste en luchar por la victoria contra un enemigo colectivo mientras se minimizan las bajas en el propio bando; en este caso se trata de EE UU contra Irak, y no, a pesar de todas las declaraciones, EE UU contra Sadam Husein. La guerra es un instrumento demasiado burdo como para hacer ese tipo de distinciones.

En una guerra no se pueden evitar las bajas civiles, tanto como resultado directo de errores o de los llamados daños colaterales, o, indirectamente, como consecuencia de la crisis humanitaria derivada de la interrupción de los suministros de bienes de primera necesidad. A pesar de los enormes esfuerzos de la coalición para evitar bajas civiles, ya estamos siendo testigos de estas consecuencias de la guerra de Irak.

La distinción que hace la guerra entre grupos de seres humanos quedó patente cuando los cooperantes internacionales fueron obligados a abandonar Irak mientras que los iraquíes no tenían más remedio que quedarse, aunque los americanos y los británicos insistan en que esta guerra se libra en beneficio de ellos.

A muchos comentaristas les sorprende el grado de resistencia a la invasión occidental y el bajo número de rendiciones. Aunque esto puede explicarse en parte por las amenazas lanzadas por los mandos de las fuerzas de seguridad iraquíes, una razón más significativa podría radicar en el efecto polarizador de la guerra -ellos contra nosotros, incluso si nosotros incluye a Sadam Husein-. Además, este efecto polarizador se extiende a todo el mundo islámico, dando lugar a la percepción global de que no se trata simplemente de EE UU contra Irak, sino de Occidente contra el islam.

La intervención humanitaria, en cambio, consiste en proteger a la gente de violaciones a gran escala de los derechos humanos, bajo los auspicios de la comunidad internacional. Se trata de hacer cumplir las leyes, utilizando los procedimientos acordados, de la misma manera que se persiguen los delitos en el ámbito nacional. Un ejemplo clásico de intervención humanitaria sería el refugio creado en el norte de Irak en 1991 para proteger a los kurdos de las fuerzas de Sadam.

La opinión pública como aliado. Una de las consecuencias más positivas de las últimas semanas ha sido la explosión del sentimiento antibélico. Un movimiento pacifista global ha estallado en las calles, uniendo a aquellos que hacen campaña por la justicia social, a los llamados activistas antiglobalización, al mundo islámico, tanto en Europa como en Oriente Próximo y Asia, y a cientos de miles de jóvenes recién politizados. Este nuevo movimiento supondría, en potencia, un refuerzo enorme del régimen global de derechos humanos.

El movimiento no ha logrado evitar la guerra. Pero sí ha conseguido dividir a todas las instituciones internacionales de relevancia y demostrar que EE UU no puede ya dar por sentado el apoyo multilateral. La crisis de Naciones Unidas, la Unión Europea y la OTAN es muy seria. Puede suponer una pérdida de muchos años de avances en la lucha por la gobernabilidad mundial. Pero podría también abrir la posibilidad a una nueva era de instituciones multilaterales basada, no en la hegemonía norteamericana, como hasta ahora, sino en un apoyo internacional mucho más sólido. Al ponerse del lado de los neoconservadores, los intervencionistas liberales están polarizando el debate entre aquellos que apoyan una postura fuerte a favor de los derechos humanos y aquellos que se oponen a la guerra. Acusan a los activistas antiamericanos de estar a favor de Sadam Husein. Y, por su parte, muchos activistas pacifistas argumentan que la ayuda humanitaria no es más que una máscara del imperialismo norteamericano. ¿Podemos extraer de todo este desastre una perspectiva humanitaria internacional?

La influencia de la opinión pública ya ha obligado a hacer un gran esfuerzo por minimizar las bajas civiles y por evitar daños en infraestructuras básicas. Se habla de hacer público un plan que abra el camino para la creación de un futuro Estado palestino, lo cual podría ayudarnos a responder a las acusaciones de doble moral. Y hay intentos de persuadir a los norteamericanos de que firmen una nueva resolución del Consejo de Seguridad, para poner a Naciones Unidas a cargo del programa de reconstrucción de Irak, en lugar de a un general norteamericano. Es muy importante que los intervencionistas liberales insistan en medidas de este tipo; después de todo, los británicos ocupan ahora una posición de fuerza sobre el terreno. Si fracasan, se arriesgan a perder una oportunidad histórica de aliarse con la opinión pública, en lugar de con los neoconservadores.

En lugar de un conjunto de instituciones globales más justas y seguras, sostenidas por una sociedad civil global, el resultado podría ser más guerras preventivas norteamericanas y más terrorismo.

Militares estadounidenses vigilan a prisioneros iraquíes en el centro de Irak.
Militares estadounidenses vigilan a prisioneros iraquíes en el centro de Irak.AP

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