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Biodiversidad en Barcelona

"Protegir els espais lliures i la biodiversitat i ampliar el verd urbà" (objetivo 1º de la Agenda 21 de Barcelona)

El término biodiversidad fue acuñado a finales de la década de 1980 para referirse a la variedad biológica, cifrada en número de especies diferentes o en diversidad genética, que se manifiesta a escala geográfica. Como ha pasado con otros términos que forman parte del campo semántico científico, ha sido adoptado por el lenguaje común de algunos colectivos que, haciendo de él un uso arbitrario e impreciso, han acabado por desvirtuarlo. Afirmaba el gran pensador Ortega y Gasset que la ciudad es un ensayo de secesión que hace el ser humano para vivir fuera de la naturaleza, pero asiendo de ella porciones selectas. Esta definición de ciudad encaja perfectamente en el concepto de biodiversidad urbana que comúnmente se tiene. Así, de la misma manera que para muchas personas los bosques son el paradigma de la naturaleza, los parques y jardines de nuestras ciudades, esas porciones selectas a que se refería Ortega suelen ser considerados los epicentros de la riqueza específica de la urbe. Sin embargo, no toda la riqueza de especies se encuentra en los parques; de hecho, desde un punto de vista cualitativo, las especies más interesantes de las ciudades no suelen habitarlos, sino que o bien forman parte del ecosistema puramente urbano, aquel cuyo sustrato físico está constituido por el entramado de edificaciones y vías públicas, o bien hay que buscarlos en los espacios todavía no urbanizados, los que todavía no han sido artificializados. Principalmente, en las ciudades encontramos especies cuyos requerimientos biológicos las vinculan estrecha e irrenunciablemente al ser humano (como el gorrión común), o cuya plasticidad hace que se adapten fácilmente a su presencia e incluso la aprovechen (como las golondrinas, los cernícalos, los halcones, las cigüeñas, los vencejos, los murciélagos, las salamanquesas, etcétera). No obstante, las administraciones locales suelen obviar la importancia para la biodiversidad de estos hábitat ciudadanos, pues pocas son las acciones encaminadas, por ejemplo, a adecuar o conservar edificios para que puedan albergar determinadas especies o asumir en conciencia la importancia que determinados espacios libres tienen para la biodiversidad.

La diversidad biológica de las ciudades encuentra, por descontado, más cobijo en las construcciones de tipología popular, en franca regresión, o en edificios regios o monumentales que en los modernos inmuebles, quizá energéticamente eficientes, pero inhóspitos para la gran mayoría de organismos, cuyos lugares de reproducción van disminuyendo de forma constante; recordemos que cuando un ecosistema se empobrece, suele acentuarse el predominio de ciertas especies, a veces en forma de plaga.

En el caso de Barcelona, ciudad que cuenta con unos parques y jardines hermosísimos, algunos de un calado histórico y cultural profundo, los polos importantes de biodiversidad se hallan fuera de esas islas de naturaleza artificializada. Mencionemos como una de las joyas de la ciudad, en términos de biodiversidad, el acantilado marítimo de Montjuïc, que, entre otros elementos, alberga una de las colonias más importantes de Europa de cernícalo común. Joyas son los halcones peregrinos, que después de tres décadas de ausencia, desde que fue eliminada la última pareja silvestre, que nidificaba en el iglesia de Santa Maria del Mar, vuelven a surcar de forma constante el cielo de Barcelona, gracias a un proyecto de reintroducción impulsado y financiado por el Ayuntamiento. También son destacables los campos de cultivo del barrio de Vallbona, importantes como medio natural abierto y como representantes del ya casi extinto cinturón agrícola barcelonés, y que todavía riega, como desde hace más de 1.000 años, el venerable Rec Comtal.

Sin embargo, la confusa concepción de la biodiversidad lleva a equívocos lamentables. El Ayuntamiento de Barcelona decidió no hace mucho interrumpir las eutanasias de gatos callejeros, medida elogiable desde un punto

de vista ético, pero cuya solución alternativa, la creación de colonias de estos felinos en varios puntos de la ciudad, es un atentado directo contra la biodiversidad. Diferentes estudios realizados en Estados Unidos y Reino Unido demuestran que los gatos domésticos constituyen la primera causa de origen antrópico de mortandad de aves, por encima de la caza; por ejemplo, la Universidad de Wisconsin y la Great Lakes Indian & Wildlife Comission estima que los 1,4 millones de gatos de todo el Estado de Wisconsin matan anualmente no menos de 7,8 millones de aves y 31,4 millones de micromamíferos. Recordemos que los gatos no pierden el instinto cazador aunque estén bien alimentados. Aunque se han justificado las colonias de gatos bajo el pretexto de que controlan las plagas de roedores urbanos, nada más lejos de la realidad. Los gatos desplazan las poblaciones silvestres de micromamíferos (ratón mediterráneo y de bosque, topillo, musaraña) en favor de otras especies que han coevolucionado con ellos (el ratón doméstico o la rata), mejor adaptadas a su presencia, como hemos podido comprobar con las colonias gatunas ubicadas en Montjuïc.

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Por otra parte, estas colonias afectan muy negativamente a otras especies predadoras silvestres. No sabemos cuál pueda ser la mejor solución ante el abandono de gatos en Barcelona (que ronda los 2.000 al año), lo cierto es que, de seguir así, se podrá hacer realidad una fabulosa greguería de Ramón Gómez de la Serna: "Si los gatos se subiesen unos sobre otros, llegarían a la Luna".

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