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PRIMAVERA EN UNA EXTREMADURA DE LEYENDA

El mejor ejemplo de desarrollo sostenible

Rafael Gumucio

La encina se alza como símbolo del monte mediterráneo y también de la vegetación ibérica, por ser el árbol más numeroso, con 700 millones de ejemplares repartidos por todo el país, en especial por la mitad meridional y, sobre todo, en Extremadura. Gran parte de estas masas forestales se han visto sometidas desde hace siglos a una explotación que muchos han definido como el mejor ejemplo de desarrollo sostenible de un ecosistema. Han sido aclaradas para el aprovechamiento ganadero y agrícola, lo que no ha impedido la presencia de una relevante diversidad faunística. En las llamadas dehesas encuentran refugio y alimento más especies vertebradas que en ningún otro tipo de bosque europeo. Y no sólo es capaz de mantener las poblaciones de animales silvestres que de forma tradicional viven en él, sino de atraer a otras especies que antaño no tenían nada que ver con estas áreas.

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A su interés como refugio de vida hay que unir su valor estético. Otros árboles podrán igualar, pero ninguno superar en belleza a una encina centenaria de retorcido y pardusco tronco en medio de la dehesa, donde aposentan sus nidos cigüeñas negras, águilas imperiales o buitres negros.

La práctica de la ganadería extensiva en grandes latifundios y el pastoreo trashumante mantenido durante 10 siglos entre los puertos de la cornisa cántabra y las dehesas del suroeste peninsular han contribuido de manera definitiva para que estos vergeles hayan sobrevivido hasta hoy. Vacas de razas retinta, avileña, blanca cacereña, morucha y brava; ovejas merinas, y cerdos ibéricos componen el grueso de la cabaña ganadera que pasta en los bellotares cacereños y pacenses.

Con los fríos invernales llegaron a los montes domados de Extremadura las grullas del norte de Europa, a compartir la montanera con muchos otros animales, autóctonos y forasteros, salvajes y domados, bípedos y cuadrúpedos, de pelo o pluma, convirtiendo los adehesados horizontes en bulliciosos parajes. Pero si las fechas invernizas convierten las dehesas en impresionantes escenas de vida silvestre, la gran explosión de su rica naturaleza se produce en el mes de marzo con la entrada de la primavera. Mientras las grullas se han marchado a sus zonas de cría y el resto de la avifauna nómada regresa de las tierras africanas, los campos se visten de un florido manto de colores que ninguna otra región ibérica puede presumir de superar.

Junto a la encina aparecen, aunque en menor número, otras especies arbóreas, como el alcornoque, el quejigo, el fresno y el roble rebollo. Entre todos dan forma a los 2,5 millones de hectáreas de montes adehesados que se reparte por la península Ibérica. La mayor superficie corresponde a Extremadura, con más de 815.000 hectáreas, seguida de Andalucía, Castilla-La Mancha y Castilla y León; la mitad sur de Portugal también posee algunas extensiones adehesadas de notable valor, allí llamados montados.

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La provincia de Badajoz tiene el honor de poseer las mejores dehesas de la Península, y los montes que comprenden la comarca de Jerez de los Caballeros, Zafra, Fregenal de la Sierra, Barcarrota, Higuera de Vargas y Villanueva del Fresno son su más preciado tesoro. Pero los privilegiados encinares salpican cada rincón de Extremadura, pudiendo encontrar dehesas de indudable hermosura en muchos otros lugares, como en Olivenza, Almendralejo, Mérida, sierra de San Pedro, Montánchez, sierra de Guadalupe, Monfragüe, Alcántara o Coria.

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