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Entrevista:Jesús Ferrero

"El olvido en España ha sido aterrador"

Sin querer se ha convertido en un desenterrador. Al escarbar en una leyenda se ha topado con el primer fusilamiento de menores en la posguerra civil española. El mito de las trece rosas nacido y enterrado entre julio y agosto de 1939 cuando quedó claro que "la vida se dividió en zonas de luz y de sombras". Un corte fulminante, creado por los vencedores, en cuyo abismo quedaron atrapadas miles de personas, entre ellas, 13 jovencitas. Y hasta allí ha ido Jesús Ferrero (Zamora, 1952) para narrar en Las trece rosas el valor de la vida cuando se pierde o es arrebatada y mostrar la dignidad de estas mujeres en medio de un carnaval de delaciones y muertes.

Un mito olvidado al que el autor zamorano le presta el susurro de una canción popular en boca de una niña del manicomio que estaba frente a la cárcel de mujeres de Madrid: "A la verde, verde, / a la verde oliva, / donde cautivaron / a las mil cautivas. / El pícaro moro / que las cautivó / abrió una mazmorra, / abrió una mazmorra... / ¡Y allí las metió!".

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PREGUNTA. Es la primera novela que escribe partiendo de un hecho real.

RESPUESTA. Sí, pero las trece rosas se convirtieron en un mito muy pronto. La historia las trataba de una manera neutra y la leyenda las mitificaba. Partí de esas dos fuentes consciente de que en una novela hay que usar las dos.

P. Es un mito poco conocido. ¿Por qué ese silencio?

R. Es sorprendente al ser un mito carcelario y del exilio. Quizá se temía que como eran personajes muy atractivos pudieran ser mitificados o utilizados ideológicamente. Y porque, dicho en términos brutales, todo cadáver susceptible de convertirse en objeto de culto se hace desaparecer.

P. ¿Son reales todos los personajes de la novela?

R. Salvo las trece rosas casi todos los demás personajes aparecen con nombres falsos. Por dos razones: una literaria y proustiana, y la otra, que tampoco quiero herir la dignidad de ninguna familia sea de la ideología que sea. Como dice Muñoz Molina, la historia de España es un campo minado en el que hay que tener mucho cuidado con las palabras. Y porque en mi procedimiento narrativo prefiero una novela llena de silencios a una de gritos.

P. ¿Por qué?

R. Porque el silencio cuando está bien colocado es más definitivo que las palabras. Y aunque no había demasiada información tenía la suficiente para plantearme lo que Ortega llama "la novela autopsia", que consistía en no explicar los hechos sino en mostrarlos.

P. ¿Lo sedujo más la historia o tratar de reivindicar el papel de las mujeres en la guerra?

R. No me acerqué a ellas porque quisiera recuperar presuntamente una memoria perdida. El interés era totalmente literario. Me enamoré del concepto "trece rosas" en cuanto lo vi. Tuve la impresión de que ahí me podía reencontrar con la tragedia griega sin necesidad de irme a Grecia.

P. Pero hay reivindicación.

R. Por lo que ellas tienen de rotundo y de trágico y definitivo pueden representar a esas miles de personas que vivieron lo mismo. Justamente por eso, porque podían representar más de lo que eran, también el novelista estaba obligado a intervenir con su inventiva y no a intentar describirlas sino en cierto modo resucitarlas.

P. Una mirada en línea con la actual recuperación literaria de esa memoria silenciada.

R. Las cosas no suelen ocurrir por casualidad, ni siquiera los movimientos literarios. Si sucede esto es porque resulta necesario. Cuando te acercas a estas historias te das cuenta de la dimensión del olvido en España, que ha sido aterrador. Se ha perdonado todo, pero ha quedado enterrado como en una olla podrida. En ese sentido es mejor desenterrarlo de una maldita vez y así comprender mejor este momento. Pero yo no soy un desenterrador. Mi interés era hacer una buena novela.

P. Hay quienes no están de acuerdo con la recreación de hechos históricos.

R. Sólo cuando estos hechos entran en la literatura empiezan a ser verdaderamente asimilados. Y desde luego quienes no son partidarios de construcciones novelescas sobre hechos así de definitivos, que prescindan de más de la mitad de la literatura universal.

P. Dice que hay recuerdos que son como fantasmas y que a veces no debe o no puede uno liberarse de ellos. Habla de ¿olvidar?, ¿de perdonar?

R. Con los muertos hay que llevar un proceso de duelo que es lo que te lleva a la liberación, algo que las culturas antiguas entendían muy bien. Ahora, me temo que en este caso muchos muertos no tuvieron siquiera duelo, ni tumba; eso sí que los convierte en fantasmas terribles.

P. Otro fantasma es la sensación de locura en la novela.

R. El año 1939 debió de ser de auténtica locura, que se debía manifestar en las conciencias continuamente. Pero en esta historia te lo daba el espacio, veías que el manicomio estaba junto a la cárcel. Se habla de algunos policías que encarnaban la banalidad del mal. Líbrenos de los tiempos en que el ejercicio del mal se convierte en un asunto ordinario, y en esos años era así. Esa locura que yo muestro flota en los testimonios de la época y más que una invención mía es una hermanación de esos testimonios.

P. La Iglesia no queda muy bien parada.

R. (Risas). Pero tampoco mal. No siento que sea un personaje maltratado. Aunque para su desgracia participó ardientemente del lado de los vencedores y fue una parte importante de la represión de posguerra.

P. Alguna vez escribió sobre el dolor, sobre la pérdida de la gramática de sus sensaciones.

R. Varias épocas han sido el campo de cultivo más apropiado para la expansión de esas adicciones. La España de 1936 a 1946 era una máquina de fabricar dolor...

P. ¿Sigue pensando que Occidente debería leer más

El Príncipe,

de Maquiavelo?

R. Yo insisto en que es un libro que hay que leer porque no es despótico. Es una gramática muy interesante de poder que conviene analizar. Si Occidente sólo cumpliera una de sus cláusulas, el comercio de armas, los cambios serían enormes. No armar a tu enemigo porque tarde o temprano se revelará contra ti. Básico.

P. ¿Cuál es la función de un escritor en estos tiempos?

R. No me interesa hacer política con literatura porque la literatura es en sí misma una política, o más exactamente una manera de ser en la polis y que desde ese punto de vista la misión de un escritor es emplear bien las palabras, y ya con eso tiene bastante.

Jesús Ferrero, en su casa de Madrid, junto a una pintura de Irene Gracia.
Jesús Ferrero, en su casa de Madrid, junto a una pintura de Irene Gracia.GORKA LEJARCEGI

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