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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sombras y luces de un rey

La rápida lectura de la solapa del libro de Jaime Contreras nos produce una primera satisfacción, la de constatar que esta obra se une a otras solventes biografías publicadas recientemente por la misma editorial, que ha escogido el camino de solicitar a los más acreditados profesionales textos de absoluta garantía científica y no ensayos sensacionalistas escritos por aficionados y publicitados a base de proponer títulos morbosos y engañosos. Así, este Carlos II se codea con el Alfonso VI de Gonzalo Martínez, el Hernán Cortés de Bartolomé Bennassar, la Isabel la Católica de Alfredo Alvar o los Trastámaras de Julio Valdeón, una serie de excelentes semblanzas que hubieran debido tener más audiencia de la que han recibido.

CARLOS II EL HECHIZADO. PODER Y MELANCOLÍA EN LA CORTE DEL ÚLTIMO AUSTRIA

Jaime Contreras

Temas de Hoy. Madrid, 2003

264 páginas. 19 euros

Consciente de esta situación, Jaime Contreras abre su obra con una declaración que a primera vista pudiera parecer sorprendente: "Este es un libro de historia". Y lo hace tal vez porque hay que señalar desde el primer momento el género de la obra, a fin de no dejarla mezclarse en los escaparates con tantos libros presuntamente de historia pero en realidad inventados, por sus muchas falsedades atribuibles a deliberación o ignorancia, y con tantas novelas pretendidamente históricas, pero que no cumplen con la misión de levantarse sobre la historia para llegar a una más profunda verdad poética, sino que se limitan a dar una versión, rutinaria, o descabellada, pero siempre sin aliento, de una realidad que bien explicada suele superar la emoción y el interés de tantas ficciones áridas y achatadas.

Jaime Contreras pertenece a la generación que ha seguido a la de los maestros ya jubilados y que ha llevado a la historiografía española al alto nivel de calidad y prestigio que actualmente ocupa en los medios académicos internacionales. Singularmente, en su extensa producción hay que señalar su ejemplar trabajo sobre El Santo Oficio de la Inquisición en Galicia, una obra que abrió nuevas posibilidades de análisis en tan polémica temática, y su libro más difundido, Sotos contra Riquelmes (Anaya & Mario Muchnik), un ejercicio de microhistoria que ha merecido los honores de su traducción al francés, al ruso y al italiano. Actualmente desarrolla su magisterio desde la cátedra de Historia Moderna de la Univesidad de Alcalá y desde el Instituto de Estudios Sefardíes ubicado en la ciudad complutense.

Carlos II no era el rey que más podía atraer la atención de los historiadores, aunque se contaba con la aproximación al reinado de Henry Kamen, la biografía de José Calvo Poyato, las prudentes páginas escritas por Luis Ribot y un puñado de buenas monografías sobre aspectos parciales. Con tales antecedentes parecía llegado el momento de disponer de una biografía que diese cuenta de los últimos estudios y que aunase todos los esfuerzos anteriores en una síntesis autorizada. Una síntesis que devolviese a la figura del monarca su verdadera dimensión, oculta entre la hojarasca de la delectación enfermiza por el delirio de los hechizos, el acre aroma de la decadencia y los crespones negros del Alcázar de los Austrias.

Carlos II fue un rey enfermi-

zo de cuerpo y de espíritu. En el aspecto físico no cabe duda de su fragilidad, puesto que comenzó a andar a los cuatro años, sufrió durante toda su vida de fuertes catarros, accesos de fiebre y desarreglos intestinales y a los treinta años presentaba una apariencia de persona prematuramente caduca y envejecida. En el aspecto intelectual, también se le reconocen serias limitaciones, aunque no parece que fuera un absoluto deficiente o retrasado mental. A estas carencias innatas, su biógrafo añade además los perniciosos efectos atribuibles ya no a su constitución, sino a su pésima educación y a la negativa influencia de su entorno, resaltando la excesiva protección de su madre y de la marquesa de los Vélez, el malsano ambiente que rodeó a un niño solitario entre enanos y meninas y la mediocridad de su preceptor, Francisco Ramos del Manzano.

Por tanto, la figura del rey queda contextualizada en el clima de la corte madrileña y aun de la España decadente heredada de su padre, Felipe IV. El biógrafo insiste aquí en la dimisión de las clases dirigentes, en el ambiente conspirativo de palacio (especialmente tras el planteamiento de la cuestión sucesoria ante la falta de descendencia del soberano), en la atmósfera de credulidad y superstición imperante en los círculos cortesanos, en el abandono de los asuntos de gobierno al amparo de un providencialismo tornado en mesianismo con la aparición de la figura de Juan José de Austria, el hermano bastardo, como presunto salvador del reino.

Sin embargo, no todo son sombras en el relato de una vida y una época. El autor valora positivamente la actuación de determinados personajes y el efecto de determinadas medidas de gobierno. Así, pone en el haber de Juan José de Austria su sincero espíritu reformista (contrariado por muchos grandes de la nobleza) y su acierto en el tratamiento de las relaciones con la Corona de Aragón. También se muestra favorable a las medidas económicas del duque de Medinaceli (a pesar de sus efectos traumáticos a corto plazo) y, sobre todo, enfatiza el sentido de responsabilidad política del grupo que se hizo cargo de la administración estatal en 1685: el conde de Oropesa, el marqués de los Vélez y don Manuel de Lira. Y, del mismo modo, como antes habían hecho otros autores, subraya la entereza de espítitu de que Carlos II hizo gala en la ocasión trascendental de 1700, cuando en su lecho de muerte dictó testamento a favor del duque de Anjou, el futuro Felipe V, como medio más seguro de salvaguardar la integridad de la Monarquía hispánica.

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