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Tribuna:DESAPARECE EL GRAN PATRÓN DE ITALIA
Tribuna
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El 'Avvocato' y la Juve

Un día le dijeron: "Avvocato, ¿hay algo que pueda hacer aún más feliz a quien ya lo tiene todo?". "Ver jugar a Platini durante 10 minutos", contestó Gianni Agnelli. Y habría podido responder que coches, dinero, mujeres, poder, Nueva York, Saint Moritz. Para él, el fútbol era la alegría pura y gratuita del arte, y la Juventus, la forma de esta alegría. En otra ocasión le pidieron que definiera a la Juve, y dijo: "La compañera de mi vida, pero sobre todo una emoción. Ocurre cuando les veo entrar en el campo con esas camisetas. Me emociono incluso cuando leo en el periódico la letra J en algún titular. A veces también me emociono con la Udinese, también por aquello de los colores blanquinegros".

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Tenía casi cinco años cuando su padre Edoardo le llevó a conocer a la Juventus al campo de Corso Marsiglia. Y hay impresiones que, en el corazón de un niño, no acaban nunca, aunque el niño se convierta en una especie de rey. Aquella vez Gianni Agnelli vio de cerca a los jugadores, y en particular al húngaro Hirzer. Seis años más tarde quedaron grabados en su memoria, pero el recuerdo más nítido es otro. "Veo el funeral de mi padre, con los jugadores de la Juve que llegaban de uno en uno y se colocaban alrededor del féretro". El Avvocato tenía 14 años.

Unos meses más tarde fue a "aprender la Juve" asistiendo a las sesiones del consejo de dirección, como le había pedido su abuelo, el senador Giovanni Agnelli. Y el 22 de julio de 1947, a los 26 años, ese chico alto y delgado se convirtió en presidente por aclamación, permaneciendo en el cargo hasta 1954. Ganó dos scudetti , prácticamente inventó el mercado internacional del fútbol, cuando fue a buscar a los daneses John Hansen y Praest, acompañó los comienzos de Giampiero Boniperti, el campeón más querido, y dimitió a raíz de un accidente de coche. "Había problemas, estaba en el hospital de Florencia, me alejé un poco de la Juventus. A Valletta no le importaba. Le tocó reconstruirla a mi hermano Umberto".

Pero no hicieron falta muchos cargos oficiales para que Gianni Agnelli se convirtiese en la Juve, para que la encarnara y fuese correspondido con un fabuloso intercambio de dinero, ideas, estilos. Quizá la Juventus haya sido para el Avvocato algo incluso más completo, más total que la misma Fiat. Él la usó para jugar, para emocionarse, para sentir placer, para dar salida a su gran competencia técnica, para competir y también para perder, para ganar muchísimo dinero y para ser feliz. Como los que llegaron a Turín desde el sur para trabajar, consolándose los domingos con un balón.

Ante todo, la Juve fue para el Avvocato una pasión desmesurada, pero con arquitecturas técnicas concretas, no sólo emotivas. Él la vivió durante casi 80 años, ganando 24 de los 26 scudetti blanquinegros, apoyando los ritos de la soberanía, pero sin usar nunca la fuerza del dinero de forma descarada y vulgar. El Avvocato supo retirarse cuando el gasto podía ser excesivo, incluso castigarse evitando ir al estadio cuando estalló Tangentopoli: le parecía de mal gusto aparecer alegre y festivo en aquellos días de apocalipsis nacional.

Llegaba al estadio Comunale conduciendo siempre él, y casi siempre a toda velocidad, para la visita pastoral a los entrenamientos. Una vez llevó incluso a Gorbachov, que preguntaba a los que estaban a su lado: "¿Por qué, qué tiene que ver?", y entonces le susurraron que la Juve era de Agnelli y le divertía mucho. Agnelli, que entraba en el vestuario para ver, para entender, para seguir aprendiendo. "Hay que mirar a Peruzzi mientras se cambia, su masa muscular es impresionante".

Gianni Agnelli se enamoró de la Juve mientras su padre Edoardo ganaba los cinco scudetti del 30 al 35. Siempre amó al futbolista, que enciende la fantasía y abre de par en par los mundos de lo imposible. A veces jugó con ella como un abuelo con su nieto, inventando definiciones cáusticas y abrasivas, por ejemplo Baggio conejo mojado "el más grande jugadorcito que haya visto nunca". Pero ese conejo le apasionaba: le llamó a Estados Unidos antes de la final con Brasil, "me ha dicho que todo va bien, se estaba haciendo la coleta: tarda siempre 20 minutos, así se relaja".

El Avvocato tuvo con su Juventus una relación que se podría definir como física. Cuando se despertó después de que un cirujano pusiera las manos en su corazón, en Nueva York, preguntó si los blanquinegros habían derrotado al Parma y vencido el vigésimo tercer scudetto. Las primeras salidas públicas, después de otras tantas fracturas, operaciones y escayolas, tuvieron lugar en 1987 y 1989, en el Estadio. El Avvocato llegaba con las muletas, o con su imperecedero anorak beis, y nunca rechazó una pregunta sobre fútbol: "Si me piden explicaciones técnicas sobre el coche, tengo a 2.000 ingenieros dispuestos a contestarlas, pero de la Juve hablo yo". Quiso mucho a los atípicos, los irregulares, y los anárquicos, porque el fútbol no es una vía, sino una sorpresa. Quiso a toda costa a Zibi Boniek, adoró a Causio, quiso mucho a Scirea y le costó renunciar a Zidane: "Un maravilloso anómalo; nunca hace lo que los demás esperan de él, pero es más divertido que útil".

En el estadio, Agnelli fue un rey feliz. Quizá le fastidiaba el palco de honor que se giraba de golpe, todas las miradas fijas en él, ante el entusiasmo de un gol o la pena por un error. Seguro que amó más otros ritos, sobre todo cuando el equipo iba a verle a Villar Perosa subiendo a pie por el elegante jardín, cuando su mujer iba a llamarle y le decía: "Están tus jugadores", y hacía que se pusieran a su alrededor, hablando con todos.

¿Imaginar a la Juve sin Agnelli? "Espero que no ocurra nunca", dijo. En los últimos años acudía al campo con la frecuencia de un jubilado enamorado, es decir, muy a menudo. "Han pasado por aquí tantos jugadores que echo de menos a casi todos", decía a sabiendas de que el fútbol le había permitido incluso abandonarse a la melancolía. No se metía en la gestión de su hermano Umberto. "Si veo un jugador que me gusta digo: 'buscadme a ése', siempre que sea posible. Y eso es todo". A pesar de su inmenso poder, el sentido de la medida le perteneció siempre, igual que la deportividad: "Pocas veces he visto jugar tan bien como el Gran Turín, muy importante para la ciudad y para la Italia de la posguerra". Los aficionados agarrados a las vallas del estadio, con las axilas sudadas y asombrados por tanta Juve, le llamaban Gianni y le trataban de tú; él respondía estrechando manos y hablando de fútbol. Feliz, y éste es el milagro de un balón, precisamente como ellos, y muy parecido a ellos.

© La Repubblica

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