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Estados Unidos y Europa, ¿Marte y Venus?

A menudo se dice que se puede saber mucho del carácter de las personas por la forma en que gastan su dinero, o, como se denomina en el Nuevo Testamento, sus talentos. Imaginen que usted y tres de sus amigos ganaran cada uno 1.000 euros en la lotería. Un amigo se va a casar pronto y sensatamente guarda su dinero en un banco. Otro considera su ganancia como una fortuna pasajera y organiza una gran fiesta. El tercero ha estado deseando cambiar sus viejos muebles y lo hace gustosamente. Su elección, por supuesto, sólo le pertenece a usted.

Al igual que sucede con las personas, también sucede con los países, o al menos con los líderes políticos que controlan el bolsillo común. Cuando George Washington compuso su Discurso de despedida a la nación, estaba convencido de que Estados Unidos debía utilizar sus "talentos" de forma diferente a como lo hicieron las militaristas e imperiales grandes potencias europeas. Cuando las democracias occidentales castigadas por la guerra se propusieron invertir en mejoras sociales en las décadas de 1920 y 1930, tuvieron dificultad para comprender por qué los pujantes Estados fascistas invertían tanto en armamento. Hace algún tiempo, Costa Rica, esa democracia centroamericana modelo, simplemente abolió su Ejército, porque lo consideraba innecesario; sin embargo, muchos de sus vecinos tienen ejércitos que se llevan una gran tajada del presupuesto público y amenazan el orden interno. Cada país a su gusto, se podría decir.

Planteo esta cuestión del "gusto" nacional a causa de las furiosas y perturbadoras polémicas que se han estado produciendo entre Estados Unidos y Europa en torno a sus opciones políticas y prioridades de gasto respectivas en esta era de la posguerra fría. No es una nueva diferencia de énfasis, sino que ha sido especialmente aguda el año pasado. ¿Se debería dedicar toda la atención y el dinero a la derrota del terrorismo, ignorando otros problemas globales acuciantes? ¿Se debería invadir Irak porque su régimen desafía las resoluciones de la ONU, o simplemente mantenerlo en cuarentena como Corea del Norte?

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Son asuntos graves, y en el caso de Irak puede que se solucionen en un plazo muy corto. Pero tras las disputas inmediatas entre Estados Unidos y Europa yacen diferencias obvias de cultura política: en las actitudes hacia la guerra y la paz, en la consideración por el orden internacional, en los sentimientos hacia el uso de la fuerza armada. La brecha fue captada muy bien en un artículo sagaz, casi bromista, del analista de política exterior estadounidense Robert Kagan, publicado en la revista Policy Review hace algunos meses. Kagan, cuyo artículo se titulaba Poder y debilidad, insinuaba que cada bando estaba siguiendo sus propias preferencias y debería permitírsele que lo hiciera. Los estadounidenses eran de Marte, escribió, y los europeos, de Venus.

Por supuesto, no era tan ingenuo como para pensar que eso era el fin de la historia. Aunque el "poder" del título era todo de Estados Unidos, y la "debilidad" toda de Europa, ¿no deberían los europeos mostrarse más firmes y enérgicos y gastar más, mucho más en defensa? ¿Debería Estados Unidos confiar en sus militarmente inadecuados socios europeos para dar un paso adelante en futuras crisis? ¿Quedaba, de hecho, gran cosa de la vieja asociación de la OTAN? Es la cuestión más importante que afronta Occidente hoy, y la que tiene implicaciones de más largo alcance.

En lugar de unirme directamente a esos debates acalorados, pensé que debía dedicar algún tiempo a examinar las prioridades de gasto de cada bando, comprobando así la inquietante observación de Kagan sobre Marte y Venus. Esto podría ser un estudio mucho más extenso y largo de las diferentes actitudes de estadounidenses y europeos hacia la cuestión de gobierno frente a individualismo, hacia las nociones de contrato social y Estado de bienestar en el país y en el extranjero, hacia lo que debería estar en los bolsillos privados y lo que pertenecería al sector público, hacia los sistemas educativo y sanitario comparados. Ése es un tema que reclama a voces un autor.

Para no complicarlo, no obstante, este examen se centrará solamente en las prioridades de gasto nacionales relativas a los asuntos externos y de defensa. Éstos comprenden el gasto militar, sin duda, pero también las partidas para el servicio diplomático, los servicios secretos, las cuotas de las agencias internacionales, la promoción cultural en el extranjero y, especialmente, la ayuda al desarrollo. La mayoría de los lectores se dará cuenta de que emergen pautas muy distintas, pero dudo de que muchos sean conscientes de las dimensiones que tiene la brecha actualmente.

Veamos, por ejemplo, a nuestro Marte estadounidense. De acuerdo con la Oficina Presupuestaria del Congreso, del total de gastos estadounidenses en asuntos internacionales en 2001, en torno al 93% fue a parar al Pentágono. Puesto que el presidente Bush firmó hace poco el presupuesto militar del año próximo -355.000 millones de dólares, que elevan el total al 12%, o la friolera de 37.500 millones de dólares- la parte del Pentágono en el total será aún mayor. Ese incremento anual es mayor que el gasto total de defensa del Reino Unido y Francia. Las cifras fluctúan, pero ahora mismo la república estadounidense está gastando en defensa más o menos tanto como las siguientes 12 o 15 naciones juntas.

Pensemos en otro hecho: Estados Unidos es responsable de cerca del 44% del gasto total de defensa de los 191 países del mundo. En un par de años, gastará en torno a la mitad del total mundial. El año pasado, Estados Unidos fue el origen de un colosal 66% de todas las ventas y transferencias internacionales de armas. Los patriotas estadounidenses estarán encantados. Los internacionalistas y liberales de todo el mundo, horrorizados.

Cuando uno observa las porciones del "pastel" del PNB que las economías industriales avanzadas dedican a gastos de defensa, Estados Unidos se sitúa de nuevo muy por delante, asignando cerca del 3,5%. Pero observen la parte que los políticos estadounidenses dedican a la ayuda exterior -que el ex senador Jesse Helms una vez describió como arrojar el dinero de

los contribuyentes a ratoneras extranjeras- y verán que es inferior a la de cualquier otro país rico, situada en un simple 0,11%. La comparación con países europeos particularmente generosos como Suecia es especialmente llamativa: cada sueco aporta seis veces más de ayuda al desarrollo que cada estadounidense. Y si se mide el total de Estados Unidos frente al total de la Unión Europea -que tiene más o menos el mismo peso económico-, el contraste de nuevo es muy marcado. La UE da anualmente 26.000 millones de dólares en ayuda, y Estados Unidos entre 10.000 y 11.000 millones. La proporción entre gastos de defensa y ayuda exterior de Estados Unidos es 35:1; la de Gran Bretaña, 6:1; la de Dinamarca, 1,6:1. Por contraste, los gastos de defensa absolutos y relativos de los países europeos están muy por detrás de los de Estados Unidos, se mida como se mida. El Reino Unido y Francia dedican la mayor parte, en calidad de miembros permanentes de la ONU (en torno al 2,6%); pero Alemania, Italia y el resto están muy a la cola. Marte y Venus, en efecto.

Esto suscita a buen seguro sentimientos muy entremezclados. Kagan, sin duda, tiene razón al insinuar que lo que están haciendo Estados Unidos y Europa es "cambiar puestos". El continente que fue el reñidero de la mayoría de los conflictos más grandes y sangrientos del mundo durante los últimos 500 años ya ha hecho bastante de soldado y busca la paz, y desde luego no quiere verse patrullando por el centro de Bagdad. Y la república estadounidense, que nació en una lucha antiimperial, se opuso a enredarse en alianzas y buscó mantenerse apartada de las peleas del mundo, planea ahora una marcha a través de Mesopotamia. En este momento está congregando sus fuerzas en el océano Índico y en las bases de la parte inferior del golfo Pérsico. Si la operación tiene lugar, su éxito podría ser sorprendentemente fácil, pero también podría ir terriblemente mal. ¿Cómo podemos saberlo? Lo que podemos observar, sin embargo, es la dureza de Estados Unidos y la preocupación europea.

Ambas actitudes pueden estar justificadas. Después de todo, hay dos grandes cuestiones, muy divergentes, que plantean amenazas a la paz y la seguridad internacional. Vivimos en un mundo terriblemente fracturado, y no es momento para ignorar las cuestiones globales de la pobreza, la tensión a la que está sometido el medio ambiente, los abusos de los derechos humanos y la pura "injusticia" Norte-Sur; todas las democracias de Europa, así como Japón, Canadá y Australasia lo reconocen, y algunas lo afrontan con seriedad, como muestran sus cifras de ayuda. Vivimos también en un mundo de regímenes inestables y probablemente maniacos -en Irak, Corea y otros lugares- que tienen intención de hacer mucho daño, y con armas horribles; esto es lo que centra toda la atención de Washington, y los europeos deberían tomárselo más en serio. Pero, aunque se hiciera la división del trabajo como Marte y Venus que todas estas estadísticas (y el pícaro artículo de Kagan) podrían dar a entender, ¿es realmente prudente hacer que Europa haga todo el trabajo de "poli bueno" y que Estados Unidos siga siendo el "poli malo" del barrio global?

La postura europea en este aspecto es grave, pero no desesperada (como el ejército de los Habsburgo solía decir). En muchas de las cuestiones de política exterior surgidas en los últimos años -los Balcanes, Oriente Próximo, África-, los grandes Estados europeos han estado sin duda divididos y han sido ineficaces. Pero probablemente responderán de forma adecuada si se producen grandes abusos de los derechos humanos o amenazas a la seguridad. No todos los europeos (piensen en los paracaidistas británicos o la Legión Extranjera francesa) se visten de Venus. Algunos de ellos cargarán con obligaciones internacionales, si no son ignorados o menospreciados, y verán una buena razón para esas obligaciones.

Por tanto, la mayor preocupación debería ser acerca del futuro a largo plazo de la república estadounidense si asume un papel más como Marte, identificando nuevos enemigos, enviando aún más tropas al exterior, viendo el mundo en términos cada vez más maniqueos y de "cruzada", distorsionando el sentido de nación y de bien público por fines distantes, alienando a sus amigos en el extranjero y a sus ciudadanos en el interior. Este país ha recorrido un largo camino desde los días de George Washington y sus colegas, y el mundo mismo se ha convertido en un lugar diferente y más atribulado. Pero, a pesar de todos los cambios temporales y circunstanciales, es difícil creer que los Padres Fundadores de Estados Unidos no examinarían con más atención la política sobre Irak de la actual Administración y harían muchas más preguntas de las que parece estar haciendo el mustio y maltrecho Congreso.

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