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Columna
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Libertad

Era un hombre rubio de Castilla que nos daba clases de Formación del Espíritu Nacional. Hablaba con pasión del Cid, de Pizarro y de la monja alférez.

Justificaba el alzamiento y ensalzaba el movimiento. Afirmaba que los franceses y los marroquíes eran poco recomendables, y los españoles, sin embargo, casi todos honestos y bizarros. Era un entusiasta de la Falange y de las JONS, a partes iguales, y se mostraba ruidoso siervo de un Dios muy litúrgico y castrense. Una tarde aquel profesor, que era un tipo adusto y atildado, nos reveló su sueño principal: el nacimiento de un nuevo estado atlántico, reagrupado y fervoroso llamado Hispanoamérica y cuya capital sería Valladolid, la ciudad donde él había nacido, hijo de un burócrata del Servicio Nacional del Centeno y de una mujer piadosa del campo.

A los niños del régimen anterior nos educaron así, con mucho nacionalismo, pero nosotros enseguida lo trocábamos por risa, por tedio, por olvido, por nada. Nosotros estábamos en otra parte, lo mismo los muchachos que eran hijos de padres religiosos que los hijos de padres agnósticos; de igual modo los hijos de la clase media que los de la clase trabajadora. Porque aquello no se sostenía, ni siquiera en una pequeña ciudad apartada, regida por ganapanes del partido único. Aquello era un disparate necio, una antigualla, y resulta que ahora, tantos años después, tras un cuarto de siglo de democracia y desarrollo, carreteras y libros, autogobiernos y cupos, desnudeces y viajes, subvenciones y banderas, el juguete decimonónico no sólo se resiste a desaparecer, tal y como pasó con otros peligrosos colectivismos, sino que se crece en algunas zonas de la península, con una pujanza altanera que es hija del temor y del vértigo. Una fuerza vieja que se disfraza de victimismo y soberanía, de caridad y de cumbres nevadas, pero que por sus flancos más crueles insulta, veja, atemoriza y cosas peores. Tanto tiempo después de Franco, y al bies de las últimas utopías europeas de la identidad que envilecieron y ensangrentaron los Balcanes, el nacionalismo excluyente persevera en su lastimosa batalla contra la libertad.

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