_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Patata caliente

Francesc de Carreras

Como era de esperar, el viejo edificio metálico que durante tantos años fue el mercado central de Barcelona no será una biblioteca pública. El Ayuntamiento y la Generalitat, Joan Clos y Marc Mayer, no han podido resistir las presiones a que han sido sometidos por parte de determinados poderes fácticos que, envueltos en una bandera que no se mide por metros, organizaron una extraordinaria campaña el invierno pasado. En Cataluña, cuando se esgrime el santocristo de la Patria, todos se rinden. Incluso algunos lo hacen por motivos razonables que nada tienen que ver con nostalgias melancólicas. Pero al final, como comprobamos una vez más, siempre ganan los mismos.

Que los motivos de no aceptar la cohabitación entre la biblioteca y los restos del barrio arrasado por Felipe V tras su conquista de Barcelona en 1714 son políticos y de un signo muy concreto y preciso, me parece evidente. Si los restos hubieran sido de la época romana o simplemente medieval, sin otras connotaciones, todo se habría arreglado razonablemente, como tantas veces. Pero no es el caso: lo simbólico nos domina y los restos del Born serán usados como testigos mudos de la mítica perversidad castellana.

Eso, simplemente eso, es lo que se pretende al reservar todo el amplio espacio del edificio de Fontseré -muestra provinciana de una Barcelona que, como tantas ciudades de Europa y del mundo, quería parecerse a París- al recuerdo de aquella sangrienta guerra y a la posterior represión. Que quede claro: seleccionamos los pedazos de historia que nos convienen y tapamos lo que nos molesta. No queremos conocer nuestro pasado por un legítimo afán de conocimiento: utilizamos la historia para satisfacer opciones políticas actuales. La historia como arma, como constructora y conservadora de mitos, contra el peligroso conocimiento crítico a que pueden dar lugar los libros. Igual, exactamente con la misma intención, que la siniestra ceremonia militar ante la gigantesca bandera rojigualda de la plaza de Colón en Madrid. Ni lo uno es historia ni lo otro es Constitución. Todos están en el mismo cesto de la propaganda dirigida a los sentimientos más primarios. Malos tiempos para la razón.

Sin embargo, también es cierto que la polémica del Born puede enfocarse desde puntos de vista perfectamente razonables. Intentémoslo.

Habría que pedir responsabilidades políticas a quienes sabían, por lo menos desde 1992, que en el subsuelo del Born había restos históricos de interés. Parece que al construir el aparcamiento contiguo constataron su importancia y, en lugar de seguir inspeccionando dicho subsuelo, decidieron no sólo acabar el aparcamiento, sino también, unos años más tarde, dedicar la vieja estructura a biblioteca, a una biblioteca singular que además sirviese de centro cultural con personalidad propia como no hay otro en Barcelona. ¿Por qué no tuvieron en cuenta lo que allí había o era probable que hubiera? Rectificar es de sabios, pero, en el caso que la decisión actual fuera acertada, ahí se ha perdido mucho tiempo y dinero. Alguien debe responder de ello.

También muchos dicen ahora que instalar una biblioteca en el Born era, ya de entrada, una mala decisión, dado que el armazón del edificio no era el adecuado para tal fin. Quizá tienen algo de razón. Pero tampoco se puede pretender conservar esta gran mole, en lugar tan céntrico, sin utilidad alguna, y otras opciones desechadas eran todavía peores. Cáceres y Soria son dos excelentes arquitectos y su proyecto, ganado en un disputado concurso público, fue ampliamente reconocido como un gran acierto que beneficiaría al barrio y a la ciudad. Un lego en arquitectura como yo pensaba que si bien quizá no era el lugar ideal, una cosa se compensaba con la otra: se salvaba el Born y se construía un importante espacio para la cultura. Ciertamente, era una solución de compromiso pero, desde el mero sentido común, no parecía una mala solución.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

La solución tomada ayer, en cambio, plantea grandes problemas obvios. Primero, y más sencillo de resolver aunque grave, la construcción de la biblioteca se retrasa por bastantes años. Que ello no importe a las administraciones ni a los sectores culturales que han forzado esta decisión resulta incomprensible.

Menos grave, pero más difícil de resolver, me parece el otro problema: ¿Qué hacer con el Born? Especialistas serios como García Espuche o García Cárcel dicen que los restos son valiosos y yo, por tanto, no lo pongo en duda. Pero lo que allí hay no es Micenas, ni Cnossos, ni Pompeya, ni siquiera Empúries. Tampoco el entorno es parecido. En el Born están los restos de los cimientos de las casas y del empedrado de las calles, ya que la zona fue arrasada. Y justamente al lado, en el barrio de la Ribera, hay desde modestas casas hasta antiguos palacios totalmente en pie y todavía útiles. Si se trata de saber cómo vivían en pasadas épocas, por cierto muy cercanas, ¿no sería mejor habilitar estas viviendas para que fueran visitadas como piezas arqueológicas y así conocer mejor la Barcelona medieval? El tesoro está ante nuestros ojos y lo buscamos en los restos de un subsuelo arrasado. ¿No será el Born del futuro algo tan triste como la plaza de la Villa de Madrid, a lo grande y con la carcasa de Fontseré como gran capucha? Ello en el caso que se quiera hacer arqueología de verdad, porque lo que me temo es que empiece la operación de maquillaje y que los actuales restos de piedras que no alcanzan el metro de altura sean pronto altas paredes propias de un decorado de Cecil B. de Mille, la Roma que aparece en Quo Vadis? Eso sí, justificado por amor a la Patria, a la razón de Estado.

Esta es la patata caliente que tiene Clos entre las manos: ¿qué hacer con el Born? La opción está ahora entre un Ullastret sin la estupenda vista sobre el Empordà o un Port Aventura con algún resto de auténticas piedras de época. Me apuesto cualquier cosa a que dentro de unos años todos se arrepentirán de la decisión hecha pública ayer. La Cataluña oficial sólo mira hacia atrás, pero algún día no lejano, si la democracia funciona y se pierde el miedo a una estaca muy distinta a la de Lluís Llach, la Cataluña real lo empujará todo hacia adelante.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_