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Columna
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Quilla azul

Me había propuesto realizar una travesía feliz con ron, mojama, frutos secos y canciones napolitanas, pero a una milla de la bocana me sorprendió una ceremonia funeraria con salmos de Isaías. La cubierta de un velero en medio del mar estaba ocupada por gente vestida de luto. Una mujer con la pamela y el rostro tapados con una mantilla negra iba abrazada a una pequeña urna y el resto del duelo navegaba de pie en silencio agarrado a las jarcias y a los obenques. Como de costumbre el naufragio se había producido en tierra y siguiendo la moda de convertir el Mediterráneo en un cementerio aquella gente iba a dar de comer a los peces con las cenizas de un ser querido, que ahora sucumbían por encima de la borda junto con una plegaria y un ramo de rosas. Los salmos de Isaías los traía hasta mí una brisa cargada de sal y sonaban muy bien desnudos, sin un grito de dolor. Mientras me alejaba de aquel funeral marino pensé que hay tantas almas en el mar como pavesas humanas el amor haya esparcido sobre sus aguas. En este litoral tengo varios amigos sumergidos y ahora navegaba sus almas que ya son olas azules. Su destino en el más allá lo marcan las mareas. Unas veces las almas de estos amigos están en calma, otras son almas rizadas o arboladas, convertidas en fuertes marejadas, en amaneceres rosados y en sangrientas puestas de sol, según sea la meteorología. Esta mañana los he recordado mientras la quilla iba partiendo su memoria. El mar no quiere hacerse cargo de los náufragos que han muerto luchando contra la tempestad, ya se trate de héroes, esclavos, príncipes mercaderes o navegantes desesperados que huyen del hambre de otras latitudes. Sólo admite con gusto a cuantos naufragan en tierra y desean que sus almas se vuelvan azules. Cada día asistimos con horror a la visión de sucesivos bancos de cadáveres que llegan flotando a nuestras costas y que el oleaje arroja contra nuestra conciencia. Esos muertos alineados en las playas con la imagen del paraíso congelada en sus ojos abiertos no los quiere el mar porque se deben a la injusticia y a la crueldad humanada. Ésta es la lección moral que nos da con cada remesa de náufragos: en la cultura moderna el mal ya nunca podrá ser ocultado por el placer. Con el sonido de los salmos de Isaías perdido en el agua vi que el velero del funeral volvía a puerto. Pese a todo mi travesía fue muy suave, nada melancólica. Esa mañana las almas de los amigos estaban en calma y su brisa era constante. Les ofrecí un poco de ron con algo de mojama.

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