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Una visita esperada

Los encerrados aguardaron toda la noche la intervención policial sin tratar de huir ni ofrecer resistencia a las detenciones

Tereixa Constenla

La primera señal de que los inmigrantes no cumplirían los dos meses en el encierro de la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla, llegó pasadas las 6.10 del cielo. Al ruido del rotor de un helicóptero policial se sumaron rápidamente sonidos más amortiguados de de una veintena larga de furgones de intervención. La mayoría de los 270 extranjeros (casi todos de nacionalidad argelina) dormían a esa hora en el interior de un pabellón cubierto del campus, aunque varias decenas habían preferido pasar la noche al raso, en los alrededores del edificio.

Un par de argelinos hacían guardia, como casi todas las noches, para avisar ante cualquier movimiento extraño, pero la madrugada del jueves dio la impresión de que habían decidido esperar a que ocurriese lo inevitable sin oponer resistencia.

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Lakhaar, que cambió su peluquería en Argelia por la incertidumbre del temporero irregular en España, había deducido ante la inusual guardia nocturna de periodistas: 'Va a pasar algo a la mañana'. A pesar de ello, no intentó irse. 'No hay solución', señaló con tanto pesar como resignación.

Un mes y 28 días después de que comenzase el encierro, los que aún permanecían -los antiguos y los recién llegados- estaban dispuestos a prolongar su estancia de forma indefinida a sabiendas de que no serviría para regularizar su situación. Debilitados por la escasez de comida de las últimas jornadas, estaban en un callejón sin salida y optaron por no moverse. La reflexión de un argelino un par de días antes revelaba la razón: 'Esperaremos aquí, pero no nos iremos. Si el Gobierno quiere que nos vayamos a Argelia, que mande a la policía. No hay trabajo, no tengo adónde ir, ¿voy a robar? No puedo robar'.

Así que la policía accedió al pabellón sin topar resistencia, mientras otro grupo de agentes recorría el campo circundante para localizar a quienes dormían a la intemperie. A los inmigrantes localizados en el exterior los colocaron en fila junto a una pared lateral. A todos les sobraba cara de sueño, pero pocos parecían sorprendidos por la presencia de agentes. Los que dormían más alejados se incorporaban voluntariamente. No hubo violencia. Los miramientos policiales fueron menores en el interior del pabellón con algunos, sobre todo con un inmigrante que se encerró en el baño, pero en general no se registraron incidentes.

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La policía entró con la orden de 'no sacar nada' inicialmente, y después tampoco hizo falta. La colaboración de los inmigrantes fue tal que uno de ellos, oculto en el techo del pabellón, sorprendió a todos mientras se descolgaba de un árbol para sumarse al resto de los detenidos. Muy pocos trataron de zafarse de la operación: tres que se escondieron en otro pabellón fueron localizados más tarde.

La neutralización de los encerrados fue tan rápida que la policía apenas invirtió 20 minutos en entrar y controlar la situación. A las 7.10, una hora después, se retiró el helicóptero y comenzaron a introducir a los primeros detenidos en autobuses, casi todos maniatados y con bolsas de plástico con sus escasas pertenencias. Un equipo de emergencias sanitarias del 061 atendió a los que presentaban algún malestar: ocho inmigrantes fueron trasladados a hospitales por heridas leves o síntomas de agotamiento y malnutrición. Entre ellos, según fuentes universitarias, figuraba la rumana Adriana Covaci, la única mujer que participó en el encierro.

Alrededor de las 9.30 había culminado la operación de desalojo en el campus. Para el traslado hasta las dependencias policiales se emplearon furgones y dos autocares, que tuvieron que hacer tres viajes.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Lisboa desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera en Andalucía. Es autora del libro 'Cuaderno de urgencias'.

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