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Crónica:TOUR 2002 | Novena etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

Armstrong da vida a sus rivales

Igor mantiene el liderato después de que Botero infligiera al americano su primera derrota en una contrarreloj larga

Carlos Arribas

El hotel Pasadoiro, en Navacerrada, es un avispero de ciclistas en cuanto llega la primavera. Profesionales de todo el mundo acuden allí. Hablan de los beneficios de la altitud, de oxígeno para la sangre, de las virtudes del aire sano. Santiago Botero también está allí. Es mediados de junio. Faltan un par de semanas para el comienzo del Tour. El increíble colombiano rubio pasa un par de semanas con su mujer, Catalina, pero no piensa en la altura, que bastante ha tenido todo el invierno, pasado en los 1.900 metros de su Medellín, en Colombia. 'La verdad es que me fui a Navacerrada porque en Alicante, donde tengo la casa española, no podía dormir, no aguanto ese calor pegajoso'. Allí se preparó Botero, la fuerza de la naturaleza sobre una bicicleta, la revolución. Allí, Armstrong empezó a perder la primera contrarreloj larga desde que venció al cáncer y se convirtió en emperador del Tour.

A partir de ahora todo le está permitido a una generación que ha vivido sometida
Entre el colombiano y el español han derribado un mito y el Tour ha cambiado de repente
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Armstrong también había pasado medio junio en altura, en los Alpes franceses, cerca de Morzine, pero no lo hizo por una razón tan sencilla como la de Botero. Armstrong, el norteamericano que controla hasta el último detalle, buscó, junto a medio equipo, el ajuste fino, el toque final de su puesta a punto. Largas jornadas con el SRM, el aparato que mide velocidad, pulsaciones, cadencia y potencia, vatios, latidos, potencia media, cadencia alta, pura ciencia. Oxígeno en la sangre, hematocrito, las virtudes de la altura. Estaba preocupado. Estaba afectado. Botero le había ganado en la contrarreloj de la Dauphiné Libéré. Había necesitado un golpe de orgullo para ganar la carrera francesa. Algo no marchaba a la perfección.

Mientras, en Vitoria, Igor González de Galdeano, una fuerza tranquila, un hombre imperturbable, una ambición controlada, daba también las últimas pinceladas a su cuerpo. Salidas con su vecino Beloki. Dieta. Mantenimiento del peso y de la forma. De la fuerza. Así, también de forma simple, preparó Igor su contribución a la revolución, aunque sólo sea simbólica. Pero los símbolos en ciclismo tienen mucho que decir.

Un mito cayó ayer, aunque sea por pocos segundos, el de la invencibilidad de Lance Armstrong, el norteamericano que quería ganar la contrarreloj y quedó segundo; que podía recuperar el maillot amarillo y quedó segundo. Se quedó a 11 segundos de Botero en la lucha por la etapa; se quedó a 26 segundos de Igor en la pelea por el amarillo. Ahora todo les está permitido, por lo menos creer en sus fuerzas, a una generación sometida.

Todo ocurrió en una jornada dramática y teatral, en las costas bretonas, un día de sol y playa. Fue una contrarreloj absurda por su desarrollo, con Botero saliendo hora y media antes que Igor y una hora antes que Armstrong. Y siete del ONCE-Eroski ocupando los momentos estelares, el final de la película. Botero se ha bebido un par de litros de agua, se ha puesto unos leotardos negros para no coger frío en las piernas y sufre. Sufre más que en la contrarreloj, la prueba en la que el ciclista colombiano más atípico, menos escarabajo, más europeo, parece disfrutar, doblado sobre la bici, paralelo a la barra, como si una bisagra permanente en la cadera le permitiera rotar la pelvis a su antojo, y los muslos, las piernas, entes autónomos, generan vatios, caballos de potencia, mueven bielas, platos, desarrollos increíbles, 10 metros por pedalada, y plato en los repechos. Y, en el oído la voz suave de Laguía, nada de megáfonos extemporáneos, un arrullo por auricular, un grito de ánimo, un consejo.

Botero ha terminado su actuación y ha terminado sufriendo, viento de cara, repechos interminables subiendo hacia Lorient. Duda (como siempre: se cree tan bueno como es pero le da miedo pensarlo). Mira la tele y casi reza. 'Venga, que gane, con lo bien que le iría a Colombia una victoria mía, con lo mal que lo está pasando el país'. Lo dice mientras ve a Armstrong, su increíble cadencia, su estilo de cowboy sobre una bicicleta, las piernas abiertas, la mirada de hielo. La necesidad. Ve a Armstrong y le ve sufrir, una lucha interior, entre las informaciones que le transmite Bruyneel, su director, por el auricular, y la capacidad de su cuerpo, que por primera vez parece limitada. Armstrong lo dijo luego: 'Hacía falta un Superarmstrong para ganar, hoy he sido sólo Armstrong'. Y también ve a Igor, alto, fuerte, impresionante, potente, la cabeza siempre alta, tragando viento, pero tan armónico, tan limpio de amarillo, tan pulido. La imagen le dice algo, que Igor marcha muy bien, pero no le dice nada, necesita referencias Botero, el incrédulo, necesita cifras, datos, no impresiones. Le ve tragarse los repechos, toboganes, ondulaciones, la carretera que nunca es lisa, avanzar como si fuera una aspiradora. Y oye a Marino Lejarreta por el megáfono, al mago de las comunicaciones, dándole consignas, ánimos. Y cuando llega la última referencia, a seis kilómetros de la llegada, se da cuenta de que la lucha de Igor es por conservar el maillot. Grita de alegría porque sabe que la lucha de Igor es la misma que la suya, que entre los dos han derribado un mito y que el Tour ha cambiado de repente.

A la izquierda, Igor González de Galdeano en pleno esfuerzo durante la contrarreloj. A la derecha, Botero, el ganador de la etapa.
A la izquierda, Igor González de Galdeano en pleno esfuerzo durante la contrarreloj. A la derecha, Botero, el ganador de la etapa.REUTERS / EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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