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Reportaje:ANÁLISIS

¿Acabarán los capitalistas con el capitalismo?

Durante varios siglos, el capitalismo ha sido el protagonista más entusiasta en la lucha mundial por la supremacía económica. Surgió de su enfrentamiento de décadas con el comunismo como vencedor indiscutible. Su pelea con el socialismo no duró más que unos asaltos. Floreció en tiempo de guerra y sobrevivió a los ataques obstinados de embargos y aranceles. Ni siquiera la agresión directa del terrorismo contra el corazón del capitalismo consiguió dejarlo fuera de combate.

Sin embargo, ahora, una abrumadora oleada de desastres empresariales está suscitando una pregunta inquietante: ¿puede sobrevivir el capitalismo a los propios capitalistas?

Los escándalos habidos en el mundo empresarial norteamericano en meses recientes tienen siempre como protagonistas a ejecutivos que traicionan el mercado por su propio interés a corto plazo. Enron, Global Crossing, Adelphia, WorldCom: los detalles difieren, pero las historias se reducen a lo mismo: las empresas mintieron sobre la realidad de sus actividades, y los inversores han pagado el precio.

Los escándalos corporativos en estos meses tienen como protagonistas a ejecutivos que traicionan al mercado por su propio interés a corto plazo
Las desgracias empresariales del tercer milenio ponen en duda la credibilidad del sistema de control financiero y la fe de los inversores en los mercados
El capitalismo tiene un factor correctivo con los abusos excesivos: el deseo de los capitalistas de recuperar la confianza de los inversores salva la situación
En 1933, un congresista preguntó al coronel Carter, socio principal de una auditora, quién iba a controlar a los contables. Contestó: 'Nuestra conciencia'
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Los acostumbrados a las fechorías empresariales -quizá porque se acuerdan de los escándalos de la información privilegiada en la Bolsa o del desastre de las instituciones de ahorro y préstamo- tal vez piensen que la última oleada de delitos de cuello blanco es otra más de lo mismo de lo mismo, ejecutivos codiciosos que bordean la legalidad para obtener beneficio. Sin embargo, las desgracias empresariales del milenio que arranca son de nuevo cuño: ponen en tela de juicio la credibilidad del sistema de control financiero y la fe de los inversores en los mercados de capitales, el motor que ha permitido triunfar al capitalismo.

No debía ser así. Tras el derrumbe del mercado de valores en 1929 y la revelación de los chanchullos y las manipulaciones que habían contribuido a inflar el mercado, Estados Unidos se enfrentó a lo que parecía ser el aspecto más vulnerable del capitalismo. Gracias a las investigaciones del Senado celebradas a principios de los años treinta, con el asesor especial Ferdinand Pecora, los inversores supieron lo que era la manipulación de los precios de las acciones, la información privilegiada y la especulación a través de los llamados fondos de inversión, que habían labrado grandes fortunas para los capitalistas y habían costado sus ahorros a los inversores.

¿Cómo había sido posible? El capitalismo, en lo esencial, tiene como norma que la empresa que ofrece el mejor producto al precio más bajo es la que vence. Para los capitalistas, la victoria no se mide más que en beneficios. Era evidente que, si se les dejaba campar por sus respetos, algunos capitalistas buscarían con ansia la forma de obtener beneficios, aunque ello significara engañar a los inversores que habían suministrado todo el capital.

Mecanismos de control

Por consiguiente, el juego siguió siendo el mismo, pero el Gobierno introdujo unos mecanismos de control. El Congreso aprobó las leyes del mercado de valores de 1933 y 1934, y creó un nuevo organismo federal, la Comisión del Mercado de Valores, para vigilar su aplicación. La transparencia se convirtió en el elemento fundamental del sistema. Las empresas podían tomar prácticamente las decisiones que quisieran, siempre que revelaran los datos fundamentales a los inversores en documentos presentados periódicamente a la comisión.

El resultado fue todo un baluarte de medidas de protección: la junta directiva encargada de supervisar la gestión de las empresas, las empresas independientes de auditoría que debían garantizar la exactitud de las cifras, los funcionarios responsables de supervisar las normas.

A pesar de los ladrillos y el mortero con los que estaban construidas estas barreras de protección, resultaron ser tan permanentes e impenetrables como el humo. Al final, el sistema seguía dependiendo de la confianza; en este caso, la confianza en unas personas que no eran los directivos ni los propietarios de las empresas. Se confiaba en la competencia de los consejeros, la integridad de los contables y la capacidad de los responsables de aplicar las normas.

Esto quedó patente en 1933, cuando un miembro del Congreso preguntó al coronel A. H. Carter, socio principal de Deloitte Haskins & Sells: 'Si los contables auditan a las compañías, ¿quién va a auditar a los contables?'. La respuesta fue noble y -como se vería- vacía de contenido: 'Nuestra conciencia', contestó el coronel Carter.

Ahora estamos viendo con claridad que, a finales de los noventa, esa capa de integridad personal había sido debilitada por el beneficio fácil. Llegó un momento en el que, empujados por las expectativas de los accionistas y sus propios paquetes de opciones sobre acciones, algunos ejecutivos empezaron a ocultar las pérdidas sufridas en una economía debilitada, a manipular las cifras que presentaban a los inversores.

El hecho de que, con toda probabilidad, esas empresas sean unas cuantas manzanas podridas entre muchísimas compañías honradas, no cambia la situación. Al presentar informes engañosos por el ansia de ganancias a corto plazo, esos capitalistas han hecho que los inversores duden de la fiabilidad de todos los datos que se les presentan y de los mecanismos de control instituidos para asegurar la validez de dichos datos. No sólo el sector de la contabilidad y las auditorías ha quedado mancillado porque Arthur Andersen permitió las manipulaciones de Enron, sino que, empresa tras empresa, los consejos de administración cerrados, los auditores internos incompetentes y la negligencia de unos organismos reguladores infradotados han permitido que se desvaneciera la imagen de unas normas y medidas de protección rigurosas.

Trucos empresariales

No es que los trucos empresariales sean cosa nueva. La historia nos muestra numerosos casos de hombres de negocios que empiezan a infringir las normas en épocas de expansión, cuando los precios en alza de las acciones les dan literalmente sensación de invulnerabilidad. Luego, cuando los mercados sufren caídas -y siempre las sufren-, esos hombres intentan conservar su poder y su riqueza con más acciones delictivas. Siguen convencidos de que los precios de las acciones subirán y cubrirán sus fechorías. Verdaderamente parecen creer que nadie les va a atrapar.

La crisis en la confianza del inversor se está convirtiendo en un aspecto fundamental para los dirigentes políticos del mundo industrializado, formado, en gran parte, a partir del modelo norteamericano, un modelo que Estados Unidos prácticamente ha insistido en que sigan todos los demás.

'Todos los dirigentes están preocupados porque se está creando una falta de confianza en los mercados, y la gente tiene dudas sobre la forma de transmitir la información al público', dijo Jean Chrétien, primer ministro de Canadá, el primer día de la cumbre del Grupo de los Ocho, las principales naciones industrializadas.

Los trabajadores van a llevar la peor parte. WorldCom empezó por despedir a 17.000 personas el viernes de la semana pasada. Muchos otros empleados de muchas otras compañías están inquietos. Y los inversores -sacudidos por el pasado e inseguros sobre dónde puede surgir el próximo desastre- se dedican a mover su dinero, se deshacen de acciones y se llevan las ganancias a lugares más seguros, como los bonos del Tesoro.

¿Es posible que la mentalidad estrecha y codiciosa de un puñado de capitalistas vaya a destruir el capitalismo? ¿Que vaya a provocar cientos de bancarrotas, hundir a los bancos, acabar con la concesión de préstamos? ¿Que vaya a destruir los Estados Unidos que conocemos?

No parece probable. El sistema tiene un factor correctivo inherente, que salta cuando los abusos van demasiado lejos. El daño a la confianza de los inversores perjudica al mercado, que a su vez perjudica la capacidad de las empresas de reunir el capital necesario para crecer y ser rentables. Al final, el deseo de los capitalistas de recuperar la confianza de los inversores salva la situación.

Ahora, después de años de despreciar a los pesimistas que aconsejaban volver a las raíces, los inversores parecen redescubrir el cariño hacia el viejo y pesado análisis de valores. 'Nadie prestaba atención a temas aparentemente tan aburridos como la contabilidad y la dirección de empresas', dice Troy Paredes, profesor asociado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Washington. 'Ahora, la gente se da cuenta de que eso es lo que importa'.

Al mismo tiempo, de Wall Street y Washington han surgido una serie de propuestas para transformar el mundo empresarial norteamericano. La Comisión del Mercado de Valores está dando pasos para endurecer las normas sobre contabilidad. Pero, aun así, hay algunos capitalistas que no piensan más que en el premio a corto plazo y cuentan con que, a pesar de las pruebas sobre las mentiras de las empresas, los inversores no necesitan ninguna transformación sustancial para seguir teniendo confianza en el mercado. Muchas firmas de Wall Street están presionando para disminuir el poder y la autoridad de los responsables de las medidas reguladoras, los que históricamente han mostrado un empeño más inflexible en conseguir la transparencia y la protección de los inversores.

Legislación rigurosa

Mientras tanto, las empresas auditoras hacen todo lo que pueden para impedir los esfuerzos de someterlas a una regulación más estricta. En Capitol Hill [sede en Washington del poder legislativo estadounidense] corrían rumores de que la legislación rigurosa sobre contabilidad tenía los días contados; hasta que apareció el escándalo WorldCom.

Lo más probable es que el capitalismo supere esta arremetida de los capitalistas, aunque sólo sea porque la supervivencia es lo que más beneficia a todos los involucrados. Probablemente los inversores habrán aprendido la lección, estarán menos dispuestos a apuntarse a la última moda y más preocupados por lo fundamental. Sin embargo, según dicen los expertos, esa situación durará lo que dure el recuerdo de este periodo, que quedará borrado la próxima vez que una exuberancia desatada produzca un mercado en expansión.

'La gente aprenderá a ser más exigente con su forma de invertir', dice David Hawkins, catedrático en la Escuela de Empresa de Harvard y asesor contable de Merrill Lynch. 'Pero ésta no será la última vez que vamos a pasar por esto. La gente se olvidará, y volverá a ocurrir lo mismo'.

© The New York Times

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