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Reportaje:

Simbiosis ejemplar

La apertura del Patio Herreriano en Valladolid marca un nuevo punto de referencia dentro de ese febril proceso de proliferación, a lo largo y ancho de nuestra geografía, de nuevos museos y centros de la plástica contemporánea, que constituye uno de los fenómenos más característicos de la orientación espectacular que la difusión de lo artístico alcanza en el contexto español del cambio de siglo. Pero aun propiciado sin duda, al menos en origen, por el mismo contagio, el Patio Herreriano se sitúa entre aquellos casos que, en dicha geografía, hay que calificar de excepcionales. Excepcional, ante todo, porque en su génesis y planteamiento, como en el resultado con el que se toparán, la próxima semana, los visitantes, el flamante museo vallisoletano se sitúa justo en los antípodas de lo que, lamentablemente, ha venido siendo entre nosotros una inercia habitual para iniciativas de esta índole. Me refiero, claro está, a la insistencia de los responsables de la administración de turno en caer en el tozudo equívoco de creer que un museo es ante todo un edificio, cuya ejecución se pone alegremente en marcha, sin un proyecto museológico previo -lo que provoca no pocos desajustes entre arquitectura y función- ni un perfil definido del centro o de su colección.

De hecho, la gestación del Pa

tio Herreriano ha seguido una vía inversa a la descrita, que es precisamente el camino natural para llevar a buen puerto una aventura como ésta. Pues se partía aquí, de entrada, de una colección, y no de una colección cualquiera. Nace, en rigor, el proyecto del Patio Herreriano del acuerdo establecido, en enero de 2000, entre el Ayuntamiento de Valladolid y la Asociación Colección Arte Contemporáneo. Creada en 1987, presidida por José Lladó e integrada por un núcleo de empresas nacionales, la Colección Arte Contemporáneo, ha reunido en estos tres lustros, uno de los fondos de arte español del siglo XX incontestablemente más importantes de nuestro país. Importante por el número y entidad de las piezas que incorpora, pero de manera más decisiva incluso por la articulación teórica definida en su estructura de colección, fruto de la labor del comité asesor integrado por figuras de la talla de Valeriano Bozal, Antonio Bonet Correa, Simón Marchán y, en una primera etapa, Julián Gallego.

De densidad, coherencia y rigor inusuales en el horizonte del coleccionismo privado, resultaba a la postre como un museo sin sede, que encuentra al fin su lugar natural con el pacto simbiótico que da origen al museo vallisoletano. Una sede, hay que reconocer, asimismo excelente. El deslumbrante escenario del 'patio herreriano' diseñado por Juan de Rivero Rada para el antiguo monasterio de San Benito, y núcleo emblemático que estructura y da nombre al flamante museo, ha sido objeto de un impecable proceso de rehabilitación, adecuación y ampliación, con un ala adicional de nueva planta, tan eficaz en el respetuoso tratamiento del edificio histórico como en el diálogo propiciado con la sintaxis de las incorporaciones contemporáneas. El equipo de arquitectos responsable del proyecto, integrado por Juan Carlos Arnuncio, Clara Aizpún y Javier Blanco, ha acertado además a resolver de forma notable -hecho, por desgracia, no tan frecuente- la adecuación de la arquitectura a las servidumbres funcionales de los espacios expositivos y los servicios del museo, cuestión que, cabe suponer, se ha beneficiado de la base de partida propiciada por la definición implícita en la propia colección, así como de la asesoría decisiva, en los aspectos museográficos, de una figura de referencia como Juan Ariño.

En esta etapa inaugural, y du

rante los primeros meses de andadura del museo, el conjunto integrado por las 11 salas destinadas al recorrido expositivo han sido dedicadas a la presentación de una visión extensa de la colección, que más tarde, en una síntesis más reducida, cederá parte del espacio a la programación de muestras temporales. Oportuna, sin duda, esta opción inicial permite al visitante hacerse una idea precisa de la importancia excepcional de los fondos que atesora el museo. Al tiempo, el itinerario configurado describe pormenorizadamente, en sus etapas y episodios básicos, el azaroso devenir secular de nuestra modernidad, desde las vanguardias de anteguerra hasta el joven frente generacional que se abre hoy al reto de un nuevo siglo. Y en tal viaje, algunos hitos merecen ser resaltados. Así, desde luego, la sala personal dedicada al escultor Ángel Ferrant, un nombre decisivo de quien, con más de cuatrocientas obras y un importante archivo, la colección atesora el fondo decisivo sobre su legado. Pero también, ya hacia el final, la sala de doble altura, con sus García Sevilla y Sicilia formidables, sin duda el espacio más espectacular del circuito expositivo del museo.

Con un marco de inusual belleza y pertinente diseño, con unos fondos artísticos de primer orden, el Patio Herreriano de Valladolid se sitúa ya, desde su apertura, como uno de los núcleos básicos de nuestro circuito artístico nacional. Queda ahora la espera hasta el arranque de su actividad expositiva que, presumiblemente, habrá de situarse a la altura de la ambición definida en el proyecto y que ha de convertir el museo, desde el espejo ejemplar de la memoria reciente, en espacio abierto a la tensión del tiempo futuro.

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