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Columna
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Los sesenta

La España de los años sesenta quedaba fuera del club europeo, condicionada a unos cambios políticos que el franquismo no parecía dispuesto a incorporar, sobre todo porque el cambio imprescindible pasaba por la desaparición del propio Franco de la jefatura de un Estado en perenne excepción, una excrecencia totalitaria que avergonzaba a los demócratas europeos avivando el recuerdo de cercanos horrores. España no entraba en el mercado europeo pero formaba parte de Eurovisión, organización en la que pesaba más la geografía que la política. La sintonía de conexión de la macrocadena europea, con su alegre fanfarria, se dejaba oír en todos los hogares españoles que habían accedido al progreso a través del televisor. El número de aparatos de televisión y de vehículos era utilizado por el régimen como presunta prueba de que un país podía progresar y enriquecerse sin democracia y sin libertad, esa libertad que los españoles tendían a confundir con el libertinaje según los celosos tutores del Movimiento.

La Copa de Europa y el festival de Eurovisión eran los eventos que convocaban la mayores audiencias. El triunfo de Massiel en el festival de Eurovisión de 1968 fue una victoria muy trabajada y no demasiado limpia. El efecto propagandístico de un éxito a escala continental era contemplado por los propagandistas del franquismo como un hito importante en el progresivo acercamiento de España a las instituciones europeas, aunque hasta los más optimistas reconocían, al menos en su fuero interno, que para conseguir la plena integración habría que esperar a la extinción física del excelentísimo ogro. La Operación La, La, La, ejecutada por los diplomáticos de Prado del Rey, tuvo su inesperado prólogo a cargo de Serrat y su 'inoportuna' reivindicación del catalán. Luego, para vender a Massiel con su audaz minifalda europeísta, firmada por Courrèges, los ejecutivos de TVE, sin pudor, ni rubor, concienciados por su patriótica misión, demostraron con sus turbios manejos que no fue casual que la picaresca naciera y se desarrollara en la península Ibérica. Por los pasillos de Prado se contaba que algunos de estos patriotas habían sobornado en su gira europea a jurados e intermediarios a base de botellas de brandy, de Jerez, veteranos, soberanos y espléndidos. La tramoya de la Operación La, La, La no llegó a aclararse en los medios de comunicación nacionales, sometidos todavía a censura, y pasó a formar parte de la crónica oral de los corrillos, alimentada por anécdotas, bulos y chistes instántaneos y anónimos.

Durante muchos años, mis primeros años como periodista y crítico musical, tuve que redactar crónicas, críticas, reportajes y comentarios sobre el magno evento eurovisivo que poco a poco fueron haciéndose más irónicos. Con la decadencia cantada del certamen, obsoleto y anquilosado, las críticas fueron ocupando cada vez menos espacio en los periódicos hasta convertirse en meras notas de compromiso. Pensé que nunca volvería a ocuparme de tan banal y venal asunto, pero la apisonadora de la Operación Triunfo con sus patrióticos acordes y su estúpido estribillo en presunto inglés terminó también por arrollarme. El revival eurovisivo y la novena copa suenan a 'España va bien' como el La, La, La de los sesenta. En el túnel del tiempo en el que nos ha metido el PP hemos vuelto a aquella década 'prodigiosa', a la España que no vivió ningún mayo glorioso en el 68 y que incluso bajo el prisma favorecedor de la nostalgia televisiva sigue viéndose en blanco y negro y en gris marengo.

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