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Columna
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¿Otra crisis del petróleo?

El conflicto de Oriente Próximo plantea serios riesgos para el crecimiento y la estabilidad financiera. Para entender la gravedad de estos riesgos, empecemos por razonar lo que es improbable que suceda.

Es improbable que se imponga un embargo de petróleo a Estados Unidos. En primer lugar, el compromiso de oponerse a EE UU no incluye el debilitador sacrificio de renunciar a unas ventas de petróleo esenciales que mantienen en pie unas economías ruinosas. Irán e Irak (los dos países que más hablan de un embargo) son conscientes de que si se niegan a vender petróleo a Estados Unidos, otros países (Rusia y México) incrementarán el suministro.

El verdadero riesgo son las hostilidades abiertas o el sabotaje. Lo más importante no son los campos petrolíferos, sino los oleoductos, refinerías y oleopuertos, que influyen en el precio al contado porque determinan la disponibilidad inmediata de petróleo. Durante la Guerra del Golfo vimos que los precios al contado registraban un alza espectacular. No cabe duda de que esta vez los precios subirán más debido a que los riesgos son más amplios.

Echar la culpa a Estados Unidos es más que nada una forma de apartar la atención del fracaso de los líderes europeos

En principio, Arabia Saudí podría contrarrestar la subida de precios aumentando su producción. Su situación es inestable, de modo que procurará no tomar ninguna postura. La utilización de las enormes reservas de petróleo estratégicas de Estados Unidos amortiguará los precios mundiales durante un tiempo, pero, en definitiva, una vez que empiecen las hostilidades con Irak, los precios del petróleo se dispararán.

¿Cuándo podría pasar todo esto? Estados Unidos exige que Irak cumpla tres criterios -impulsar la estabilidad regional, dejar de desarrollar armas de destrucción masiva y poner fin a la aniquilación de su propio pueblo- que Sadam no va a aceptar jamás. Por consiguiente, Sadam está perdido. Al igual que en 1991, el problema es la ausencia de un Gobierno idóneo que llene el vacío. Esta cuestión y la hecatombe entre Israel y Palestina, aún sin resolver, están retrasando la acción inmediata. Esto significa que los precios del petróleo se mantendrán elevados (posiblemente suban más) durante bastante tiempo.

Los consumidores de Estados Unidos, así como los de Europa y Asia, se verán afectados por una crisis del petróleo. Tendrán menos poder adquisitivo, la demanda disminuirá y el crecimiento se desacelerará, como sucedió durante la Guerra del Golfo. Un enfriamiento de la economía de Estados Unidos y de la economía mundial es a su vez una mala noticia para los mercados de inversión y pondrá a los bancos centrales en la incómoda situación de tener que optar entre combatir la recesión relajando la política monetaria o combatir la inflación provocada por la subida de los precios del petróleo aumentando los tipos de interés. Si la norma es apretarse el cinturón, despídanse de un alza del mercado de valores.

Suponiendo que pasara todo esto, ¿qué le sucedería al dólar? De momento, el dólar se mantiene fuerte frente a la divisa europea -no muy fuerte, un cambio de 1,10 dólares por euro no fue nunca un cambio de equilibrio- pero es gracias al crecimiento relativo de Estados Unidos y a su imagen de superestrella mundial. El papel de superestrella se ve reforzado por sus hazañas militares, pero se ve gravemente menoscabado cuando Estados Unidos se empantana en la desaprobación mundial de verdes, movimientos antiglobalización y pacifistas, en el cinismo europeo y en la enfurecida 'calle árabe'.

Lo único que podría mantener el dólar en sus niveles actuales o en torno a ellos es un descenso del rendimiento en Europa. Después de todo, echar la culpa a EE UU es más que nada una forma de apartar la atención del fracaso de los líderes europeos y centrarla en las luchas de otro país por un mundo más seguro (incluida la existencia continuada de Israel) y una economía mundial más fuerte. Al fin y al cabo, los problemas que acosan a Schroeder, Berlusconi, y Chirac no son la clase de cosas que forjan el mundo.

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