Sufrimiento animal
Ayer tuvimos que sacrificar a Rabito, un precioso gato de un año. Algún desalmado le había quebrado la columna vertebral: un balín de rifle de aire comprimido. El pobre animal volvió a casa arrastrando medio cuerpo y hasta el último momento, a pesar de su estado, respondió a nuestras caricias. Zoe, de tres añitos lo llamaba anoche, Alba de diez todavía no sabe nada porque ayer, afortunadamente, estuvo en casa de una amiga. Los niños pueden llorar lo mismo por un gatito que por una persona, creo que no entienden la diferencia. A nosotros que estamos más acostumbrados a la muerte y a la barbarie en el mundo, ya casi no nos quedan lágrimas ni para las personas. Sin embargo, nos asombra comprobar que todavía nos hace llorar el sufrimiento animal y el llanto de los niños.