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Columna
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Mal vino

Sí que es un problema el de la temprana juventud entregada al consumo del alcohol y otras sustancias nocivas de manera asidua y multitudinaria. No creo que se trate de una inclinación natural y viciosa, porque la reacción inicial que provoca la bebida es de repulsión. Siempre hubo una primera copa, la primera borrachera, las primeras arcadas y la angustiosa resaca posterior, aunque esa aduana se traspase con suma facilidad. Alguien definió al ser humano como el único animal que bebe sin sed, lo que convierte ese gesto en uno de los más voluntariosos de nuestro repertorio. Ingerir un par de vasitos de vino o cerveza, antes o durante las comidas, dicen que es muy saludable, y en países como Francia está incorporado a los hábitos domésticos, en los que participa toda la familia. En el nuestro, también. Lo recuerdo de mi lejana niñez, cuando nos lo servían, previamente aguado, y no creaba dependencia. Hasta pasados los 18 años -con una guerra civil en curso- no experimenté la afición por trasegar bebidas fuertes, aunque, todo hay que confesarlo cuando se ha esfumado hasta el arrepentimiento, me entregué durante mucho tiempo a ello como si se fuera a pasar de moda.

Las mujeres, salvo en las zonas portuarias y casos de secreta dipsomanía, no solían hacerlo por dos razones: sentaba mal y sobreexcita la libido amortiguando el autocontrol, al revés de lo que le ocurre al hombre si se pasa con la dosis. Eso escuché, aunque de ello tenga limitada experiencia.

La incorporación de la adolescencia al mundo báquico es un fenómeno reciente, porque la embriaguez, más o menos habitual, era una opción adulta, individualizada y generalmente solitaria. Quizás esa posibilidad contribuye a frenar la aproximación al alcoholismo: solo, en el extremo de una barra, dándole la lata al barman o al tabernero, acechando la hora en que abren el establecimiento y situado en una longitud de onda diferente a la de los demás. La cogorza colectiva y pasajera se produce en algunas bodas modestas y rumbosas, y en la final de los campeonatos de fútbol. Es el cortejo de la celebración, no el objetivo principal. Por ello mantengo las mayores reticencias sobre que emborracharse sea un vehículo de comunicación social, pues la gradación en los efectos sobre el individuo no es homogénea ni contemporánea.

Las mujeres y los hombres frecuentan los lugares donde se despachan bebidas, en principio para encontrarse con personas semejantes o complementarias, incluso para anudar nuevas relaciones. Un recurso o un medio que parece intrínsecamente alejado de la inacabable promiscuidad que produce la polarización en puntos concretos de una gran ciudad. El lazo, el pretexto puede ser echarse al coleto unos tragos de vino, de licor, de cerveza, pero la ebriedad impuesta segrega al individuo. Ya es curioso que la peregrinación masiva se produzca hacia lugares donde existen varios establecimientos que despachan alcohol y el capcioso argumento de que resulta más barato que adquirirlo en locales cerrados. Queda de manifiesto que adquiere mayor protagonismo la bebida que la reunión. Desprende cierto tufo a negocio concentrado en una clientela poco experimentada y fuertemente consumista.

Centenares de chicas y chicos se encuentran azarosamente, orientados por páginas web de dudosa intención. Se critican los lugares con un nivel de ruido muy alto, por la incomunicación que produce el estrépito, ligado al rito antiguo de la danza tribal, y cuesta trabajo imaginar un trato amistoso renovado cada ocho días, incluso a lo largo de una jornada, lo que sólo indica la incapacidad para imaginarlo.

Ya lo creo que es un problema de bigote y no se soluciona con medidas policiales contra los jóvenes, que, por su propia naturaleza, son un banco de pruebas y un espléndido negocio de avispados. 'Si quieres que te siga una muchedumbre, ponte a la cabeza', ironizó otro. El secreto está en maquinar aquello que cae en ese fértil terreno. Personalmente creo que no sólo la bebida es perniciosa tomada en exceso, sino que hace mucho daño la mala bebida, que es lo que ingieren, inadvertidamente, nuestros muchachos. Problema de salud pública, soslayado hasta ahora y uno de los pocos datos objetivos de que se dispone.

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Grave problema si no hay claridad en los términos. De la mayor entidad cuando se sabe que criaturas de diez o doce años toman el primer sorbo. Porque alguien se lo da. Nunca es tarde para poner remedio si se conoce y se aplica con la mayor delicadeza. Condenadamente difícil.

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