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Columna
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La semana

De creer las consignas radiofónicas, los barceloneses durante la semana que hoy empieza deberían recluirse en sus búnkeres antiatómicos a la espera de que pase la cumbre europea y se disuelvan los grupos antiglobalizatorios. El encuentro en la cumbre se ha organizado junto a la puerta más importante de la ciudad y los teólogos de la seguridad la han bloqueado para impedir la ofensiva antiglobalizatoria. Junto a esa puerta quedan varios centros universitarios, hoteleros y hospitalarios, así como el estadio del Barcelona, donde primero el Liverpool y luego el Real Madrid pondrán a prueba la menguada salud del Barça. El Gran Hermano insiste: 'No cojan ustedes el coche y no se arriesguen a ir en transporte público porque no será suficiente'.

Es decir, el Gran Hermano propone que llenemos el frigorífico y nos quedemos en casa a la espera de que se disuelva la dialéctica globalizatoria. Como si no fuera cosa nuestra. Pese al acuerdo de pacificar las manifestaciones, sensata decisión que permitirá mantener y agrandar el frente crítico, los estrategas oficiales quieren difundir terror ante un enemigo que le obliga a un despliegue policial de guerra de las galaxias, despliegue que ya ha exhibido por las calles de la ciudad en horas punta para que la ciudadanía sepa que todo está atado y bien atado frente a los enemigos de la globalización. Primero creí que la mente, individual o colectiva, que había elegido el lugar de encuentro pertenecía al club de esos tontos que empiezan a serlo donde termina la espalda. Pero no, al contrario, se trata de un estratega de la lucha ideológica que al colocar a Barcelona en estado de sitio culpabiliza no a los jefes de gobierno y estado aquí reunidos, sino a los manifestantes que les piden simplemente: globalicemos pero a favor de la gente.

Ignoro si todo saldrá bien. Es decir: que los políticos se reúnan tranquilamente y se hagan la autocrítica sin llegar al masoquismo; que los manifestantes impongan democrática, pacíficamente, la fuerza de la razón y conviertan a la policía en biológicas estatuas desmotivadas; y que Manu Chao clausure la semana cantando un rock antieconomicista, mientras coches, metros y autobuses vuelvan a acercarnos al cero y al infinito.

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