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Columna
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Educación y triunfo

¿Existe alguna relación entre la Ley de Educación y Operación Triunfo? Existe. De la Ley de Educación sólo sabemos en concreto que habrá una reválida, que, mientras no se especifique lo contrario, y tratándose de la derecha, suena a castigo. De Operación Triunfo estamos tan ocupados en limpiar nuestras mentes de las toneladas de melaza sentimental con que nos obsequiaron en la pringosa final superguayemotiva que no hay espacio en ellas para pensar. Sin embargo, existe una relación.

De la ley no parece saber nada concreto ni la ministra del ramo, pero quizá sea porque el sentido último aún permanece en la cabeza de quien parece saberlo todo, nuestro líder máximo, que ya se ha despachado con uno de esos comentarios sentenciosos con que nos adoctrina y regaña caritativamente a la vez -frases tan incontestables como 'el agua es un elemento sumamente húmedo' o 'todos los negros tienen un gran sentido del ritmo'-. En este caso, ha venido a decir que la reválida es algo que sirve para revalidar, cosa en la que ninguno de los españoles habíamos caído.

De Operación Triunfo no quedarán en un futuro previsible más que las cenizas de los pobres aspirantes a dioses mediáticos enlatados y los dineros bien embolsados de todos los que se han movido alrededor suyo. O quizá resistan hasta las elecciones municipales, haciendo los coros en los mítines del PP. Pero hay un hecho incontestable: durante todo el tiempo que ha durado esa operación se ha visto algo muy llamativo: cómo unos alumnos que tenían interés en aprender eran conducidos por gente que tenía algo que enseñar. Es decir, que los alumnos reconocían, en el más amplio sentido de esta palabra, a los profesores. El principio educación se sustenta en un mutuo reconocimiento: yo tengo unas carencias que tú puedes llenar. ¿Qué quiere decir eso?, pues que el buen funcionamiento de la educación depende de que ambos, profesor y alumno, aprecien aquello que los une mucho más que aquello que los separa. Ahora bien, ¿cómo conseguir que un alumno se interese por lo que un profesor puede enseñarle?

La madre del conocimiento es la curiosidad. Las leyes educativas parecen concebidas para matar esa curiosidad. Pero, además, si la primera educación es el ejemplo, hay que decir que el primer ejemplo que da el ciudadano español a sus hijos es el de que el trabajo es un castigo, de donde no es difícil deducir que estudiar es otro castigo -un castigo previo-, porque la idea española del paraíso es la de vivir sin dar golpe. Sin embargo, la curiosidad es innata, otra cosa es que no se cultive. Potenciar la curiosidad sería, pues, la primera piedra sobre la que apoyar una torre de motivaciones. Una de las maneras de motivar es formar buenos profesores y pagarlos decentemente, otra es invertir en centros y medios, otra es fomentar la investigación hasta el extremo de que investigar sea atractivo y otra es jubilar a los pedagogos que se dedican a la teórica de despacho. Todo eso es dinero, claro, pero si hay una buena inversión, donde merece la pena echar el resto sabiendo que los resultados son siempre a favor del desarrollo material y espiritual de ese país, es en la educación de sus hijos, de los del país. El problema de la derecha es que le basta con educar a los suyos. El de la educación, en cambio, es un problema de amplitud de miras y generosidad social.

¿Qué les queda a los demás, a los del mogollón de la educación pública?: el lado detestable de Operación Triunfo; la idea que transmite de que el triunfo no es aprender, es triunfar ante la multitud. Es la versión moderna del torero como realización social. A mí, el mero hecho de aprender me parece triunfar; pero también es cierto que no aspiro a ser un astro mediático, sino a la satisfacción que produce el saber y el saber usarlo. No parece ser ése el camino. ¿Recuerdan aquel área falangista llamada de Educación y Descanso? Pues mucho me temo que de lo que vamos camino, a juzgar por las apariencias, es de ponerlo al día bajo el nombre de Educación y Triunfo, como corresponde al paso de los tiempos.

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