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Reportaje:

Los porteros de la 'limpieza'

El asesinato de Pacheco cuestiona de nuevo los métodos de algunos vigilantes y el uso continuado de la violencia

Los vigilantes de seguridad de las discotecas dicen que hay dos tipos de porteros. Los porteros a secas y los porteros de la limpieza. Los primeros filtran la entrada de los clientes. Los segundos, echan a los indeseables, una palabra que ellos asocian muchas veces con los inmigrantes. Así es el trabajo de los porteros de la limpieza. En este caso, étnica.

La muerte del ecuatoriano Wilson Pacheco, de 26 años, golpeado y arrojado al mar en el puerto de Barcelona el pasado domingo, ha vuelto a cuestionar un oficio que muchas veces no habla otro lenguaje que el de la violencia. Dos vigilantes de seguridad y un portero del Maremàgnum duermen desde hace cuatro días en La Modelo acusados del homicidio de Pacheco, y la policía sigue buscando a otro portero del bar Caipirinha.

La falta de personal y el poco rigor de ciertas empresas favorecen el intrusismo en el sector
'Los hay que sólo presumen de músculos. Otros, además, tenemos cultura'

'Hay que comenzar a distinguir entre los guardias de seguridad serios y los simples matones', clama el sector de la seguridad privada. Se juegan el negocio, la dignidad profesional y el futuro de un oficio en el que cada vez abundan más el intrusismo, las malas prácticas y la falta de control de la Administración. Hablan en voz baja, pero los ánimos andan calientes a raíz de la muerte de Pacheco.

José, un portero del Puerto Olímpico de Barcelona distingue bien entre sus compañeros de profesión. 'Los hay que sólo presumen de músculos. Otros, además, tenemos cultura', asegura. Los que son como José trabajan de relaciones públicas, tienen buen aspecto e inspiran cierta confianza. El uso de la fuerza es para ellos la última solución. No ocurre lo mismo con los que presumen de músculos, que son reclutados en gimnasios y escuelas de defensa personal, y lucen estética de matón. 'Lo más importante es que estén cuadrados, que den miedo', dicen sus compañeros en tono despectivo, y a menudo se les va la mano y las consecuencias son terribles.

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La tragedia del Maremàgnum no es un hecho aislado. Hace unas semanas, una discoteca de Lleida rescindió el contrato con una empresa de seguridad cuando detuvieron a cinco de sus porteros, acusados de apalear a 20 clientes en menos de tres meses. Un promedio de una agresión cada cuatro días. En 1998 también falleció el cliente de la discoteca Yes & Yesterday, de L'Hospitalet de Llobregat, después de que el portero le sacara del local y le propinara un golpe seco en el cráneo que acabó causándole la muerte.

¿Qué es lo que origina tanta violencia? El portero del Puerto Olímpico lo tiene claro. 'La vigilancia se está dejando en manos de gente poco profesional. Muy pocos quieren trabajar en esto y cada vez se recurre más a los extranjeros, muchas veces sin formación, pero que ven en este trabajo una forma fácil de ganar dinero'. La precariedad implica sueldos todavía más bajos y mínimas exigencias de control.

Florecen así, cada día más, las empresas de seguridad poco solventes, que revientan los ya paupérrimos sueldos del sector, situados en unos 780 euros (130.000 pesetas mensuales). O lo que es lo mismo: poco más de cinco euros la hora.

Los dueños de los locales coinciden con ese análisis. 'Las empresas de seguridad no quieren dar servicio a las discotecas porque no les sale a cuenta y porque es más conflictivo que vigilar un banco, una fábrica o una urbanización', asegura Pau Soler, presidente de la Asociación Catalana de Salas de Fiesta. Existe, además, una gran movilidad de personal que no ayuda en nada. Los dueños de las salas de fiesta reclaman, y no siempre lo consiguen, que las empresas de seguridad les envíen siempre a los mismos vigilantes, que conocen el local, el tipo de clientes y cómo funciona el negocio. Eso facilita mucho algunas cosas, porque a nadie se le ocurre, por ejemplo, que un coche patrulla de la policía salga a hacer la ronda hoy en una ciudad y mañana en otra.

Pero no es sólo eso. Es que la demanda de seguridad supera muy ampliamente a la oferta y, además, en Cataluña rige un decreto restrictivo que obliga a las salas de fiestas a tener un cierto número de vigilantes en función del aforo del local. Un ejemplo: la sala de fiestas La Paloma necesita tres vigilantes de seguridad con el decreto de la Generalitat. Si se aplicara la normativa que rige en el resto de España, bastaría con uno.

La consecuencia de este rigor oficial es que muy pocas salas se ajustan a la norma 'porque es imposible cumplirla', asegura Pau Soler. Un reciente estudio de la asociación demuestra, por ejemplo, que todos los vigilantes de seguridad que hay en la provincia de Girona son insuficientes para cubrir las exigencias que marca el decreto de la Generalitat sólo en las salas de fiestas. 'Lo mismo pasa en Barcelona y en Cataluña', asegura Soler. Lo que ocurre entonces es que algunas empresas recurren a argucias para sortear la ley, y si en un local se exigen tres personas, la empresa pone un vigilante que cumpla todos los requisitos y dos que no, por ejemplo.

¿Qué diferencia a un vigilante de verdad de un intruso? El de verdad ha pasado unas mínimas pruebas físicas y psíquicas y obtiene una tarjeta de identificación profesional. Su nombre está registrado en el Ministerio del Interior y tiene una arma que controla la Guardia Civil. El vigilante de verdad lleva uniforme, una placa que le acredita, y si tiene cualquier problema con la justicia nunca vuelve a ejercer. El intruso puede llevar uniforme y porra, pero es sólo para despistar. Normalmente no se le exige casi nada. Lo que sí tienen en común casi todos ellos es que en su día fueron aspirantes a policías o guardias civiles y no superaron las pruebas.

Pero hay otras causas, incluso fisiológicas, que explican el uso de la violencia. Muchos de estos fornidos porteros saben que sólo trabajarán mientras puedan lucir corpulencia. Es entonces cuando recurren a los anabolizantes, unas sustancias que incrementan la masa muscular pero que también tienen, como efecto secundario, un aumento de la agresividad y trastornos de personalidad.

Ante este panorama la pregunta que puede plantearse es: ¿quién vigila al vigilante? Y la verdad es que la respuesta es difusa. En teoría, cualquier cuerpo policial tiene autoridad para, si se tercia, acudir a una sala y pedir a la empresa la documentación de los vigilantes que están allí. En la práctica, como los ayuntamientos de Barcelona y del área metropolitana tienen traspasadas las competencias sobre control y sanción de locales, la función corresponde a la Guardia Urbana. Fuera de esta zona, la competencia es de los Mossos d'Esquadra. El Ministerio del Interior, además, es el que tiene el registro de las 161 empresas de seguridad que operan en Cataluña y que la Generalitat reclama para sí. Pero esa es otra historia.

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