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Columna
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Más y menos

La explosión de delincuencia valenciana es el resultado de una extraña combinación de escasez y de abundancia. Por un lado, la marginación, la inmigración explotada y la pobreza pretenden alcanzar de golpe los beneficios de la sociedad de consumo, pensando que tienen tanto derecho a disfrutarla como los demás. El resultado es el trapicheo conflictivo de la droga, la prostitución callejera y los robos de urgencia, cualquier cosa para pasar un buen fin de semana, una noche de sueños o un pequeño viaje de esperanza.

Por otro lado, los que creyeron firmemente que iban a más, se encuentran ahora estancados o hasta sienten que van a menos. Entonces muestran su desencanto, se comportan de forma antisocial o llegan al delito, pero sin ningún beneficio económico visible. Queman coches, destrozan plazas o se emborrachan hasta el colapso.

En ambos casos expresan como pueden su descontento y producen un aumento desproporcionado de lo que vulgarmente llamamos delincuencia urbana. La novedad es que ambos mundos empiezan a convivir juntos, a lo largo y ancho de las calles, alrededor de los coches o deslumbrados por las lucecitas de colores de las discotecas multitudinarias. Desamparados por las grandes ideologías, el gran recurso de los viejos tiempos, ellos mismos producen sus pequeñas explicaciones, justificaciones de corte y confección, es el rollo personal o compartido frente a las grandes concepciones sociales. Unos se sienten realizados luchando contra el demonio bajo la forma de la gran serpiente de la circulación urbana, mientras otros disfrutan desinhibiéndose colectivamente para escandalizar ante los ojos horrorizados de la gran ciudad.

Nuevas formas, nuevos rollos, que cambian y se transforman en poco tiempo, sin dar momento ni tregua a una respuesta coherente por parte de la administración, caracterizada siempre por su agilidad tradicional y por los enfrentamientos personales entre las autoridades. Al fin y al cabo, también los políticos fabrican sus propios rollos, aunque se llamen patriotismo constitucional, federalismo asimétrico o pacto local.

No es extraño que los principales líderes quieran irse o al menos moverse del sitio, para no ser alcanzados por las facturas de sus promesas incumplidas y de las aspiraciones inalcanzables. Se dan cuenta de que pronto les van a caer encima los que quieren más y los que tienen menos, pero en este caso todos juntos. Por eso el perfil típico del sucesor tiene que ser el de un gran creyente, con ilusiones de salvación, que centrifugue los pagos hacia el más allá, aunque tenga que negociar los intereses del aplazamiento con las empresas del más acá.

Sin embargo, ahora más que nunca, necesitaríamos políticos que practicasen un realismo cínico, sea lo que sea eso, pero que predicasen el esfuerzo y la esperanza moderada para los que se incorporan de nuevo a la sociedad de consumo y que dijeran a los que ya tienen que no hay más, y aún eso en el mejor de los casos. Pero es como pedir peras al olmo, algo que seguramente ya ha conseguido la ingeniería genética, aunque resulte incomestible para nuestro paladar actual. Al menos, a mí me parece que ese es el rollo.

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