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CRÓNICAS
Columna
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Los personajes de los libros

Juan Cruz

Un año en el cine. Este personaje -¿un hombre, una mujer?- parece salido de una novela de Manuel Longares. Su diario de 1957 refleja uno de los pocos acontecimientos que en el Madrid de entonces no estaba presidido por el frío gris de una calle llena de militares, de curas y de miedo. Frente al olor a gas y a cocido recalentado de aquel Madrid que vieron con ojos asombrados gente como Benet, Azcona o Caballero Bonald, esta mujer (¿o era un hombre?) sólo veía cine.

Su agenda, minúscula, forrada en un cuero plastificado, ha aparecido en las estanterías de un anticuario y sirve ahora para relatar, con la minuciosidad con la que ella (la letra es de ella, pero ¿y si era él?) reflejaba esa parte feliz de la vida: ir al cine mientras alrededor se padecían el miedo y el frío. Iba diez veces al mes, anotaba con su letra picuda, de colegio de monjas, algún comentario telegráfico sobre las películas que había visto ('Cine Tívoli, Huida hacia el sol. Infantil. Se pierden con avión en la selva y aterrizan. Hay unos alemanes huidos'; 'Cine Benlliure. Tifón sobre Nagasaki. Está bien'; 'Cine Benlliure. Un marido de ida y vuelta. Muy divertida, de Fernán-Gómez'; 'Cine Universal. La castellana del Líbano. No vale nada'; 'Palacio de la Música. Tres pasos hacia la gloria. Americanada de gánsteres'...) y da ciertas informaciones muy sugerentes sobre los acompañantes que van con ella (es ella, no puede ser él) a esos espectáculos gracias a los cuales en ese tiempo (y ahora) se puede llegar a pensar que la vida está en otra parte. A veces va con ella una sola persona, señalada por su inicial, pero casi siempre se hace acompañar por dos o más de una pandilla cuyos componentes se repiten como si fueran miembros de una secta para la que el cine es un modo de conversación. De su escalón social dan noticia no sólo su disponibilidad para ir al cine casi todos los días sino sus propios viajes, pues entonces hacer un fin de semana en Málaga no debía ser un trayecto común; un amigo suyo, un tal Manolo, viene y va también con gran desparpajo, de Madrid a Avilés e incluso a Estocolmo. Adentrarse en esa agenda (que ella culmina con un índice muy sistemático de las películas vistas y criticadas) es como vivir dentro de un personaje que está en el cine esperando la llegada de un novelista.

En su inquietante 'Vértigo', el alemán W. G. Sebald hace un recorrido sobre sí mismo, desde Stendhal hasta Kafka

El valor de leer. Este húngaro que ha hecho vivir Imre Kertész en Sin destino acaba de caer preso por los nazis y se encuentra con los primeros episodios terribles de la cárcel; en ese momento de perplejidad y de rabia parece uno de esos personajes signados por la maldición de las diásporas sin destino que retrata Muñoz Molina en su Sefarad. Este húngaro es un adolescente que lleva a la cárcel su propia y aún titubeante cultura, pero sobre todo lleva la rabia de no haberse aprendido un libro en concreto, cuyo autor había sido un preso; lo había empezado a leer, 'pero no pude acabarlo porque no lograba entender el razonamiento del escritor'. Los nombres de los protagonistas eran muy largos 'y, al fin y al cabo, aquel libro no me interesaba en absoluto; después de todo, yo aborrecía la vida de los presos'. Encarcelado él mismo, este adolescente sobre el que edifica su historia Imre Kertész se hace la siguiente reflexión: 'Lo único que recordaba era que el preso decía que se acordaba más de los primeros días de su cautiverio que de los últimos, a pesar de que éstos estaban más próximos al periodo en que escribió su obra. Esa sola idea ya me pareció sospechosa, pues creía que se trataba de una mentira. Sin embargo, ahora sé que decía la verdad: yo mismo recuerdo mucho mejor el primer día que todos los siguientes'. Conozco pocas expresiones tan eficaces sobre el valor de leer.

2013. En su inquietante Vértigo el alemán W. G. Sebald hace un recorrido sobre sí mismo, desde Stendhal hasta Kafka, para llegar a su pueblo natal, en Alemania; en el libro, esa particularidad de su nacimiento queda en el misterio de las iniciales: no importa el lugar, importa la esencia desde donde viene la melancólica memoria de este hombre. Al final de ese recorrido, que es también un viaje por la Europa agrietada de los años ochenta, Sebald regresa a Inglaterra, donde vive, y acude a la National Gallery de Londres a ver de nuevo un cuadro de Pisanello que le obsesiona. En el tren que le devuelve a su casa contempla toda la divina comedia trágica que le rodea, tiene una pesadilla sobre su propio destino y al final le pone al libro el colofón de una fecha ya para siempre improbable: 2013. Hace dos semanas un accidente acabó para siempre con su trayecto y ahora esa sola cifra, 2013, se convierte en un asombrado personaje de Sebald, uno de los grandes del pasado. ¿La literatura tiene pasado?

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