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Reportaje:

Ochenta dólares por ver una bomba

El lujoso barrio de Kabul ocupado por los jefes talibanes renueva su vecindario

Guillermo Altares

Primero no había bomba. Luego resulta que sí, que cayó a las ocho de la tarde, hace dos semanas, cuando estaban todavía los talibanes en Kabul. Finalmente se resuelve el misterio: para ver la bomba estadounidense de 200 kilos sin explotar hay que pagar 80 dólares (unas 15.000 pesetas), explica Ahmed, el dueño de la casa que recibió desde el cielo algo que no era precisamente paquetes amarillos de ayuda humanitaria.

El escenario es la calle 15 del barrio de Wazir Akbar Khan, el más lujoso de la capital afgana. Esta zona de Kabul fue un objetivo preferente de los ataques estadounidenses porque allí vivían muchos comandantes talibanes y militantes de Al Qaeda, la organización terrorista de Osama Bin Laden, que habían expulsado de las lujosas casas a sus habitantes.

Una casa utilizada como madraza para adoctrinar a recién llegados ha pasado a ser una comisaría

En sus calles se puede comprobar la precisión de los ataques y también los errores: la mansión donde vivía Jalaluddin Haqqani, ministro talibán de Asuntos Fronterizos, tiene las ventanas destrozadas por la onda expansiva de un misil. Pero el bombazo cayó justo al otro lado de calle, donde acaba el lujo y empieza la pobreza, y destrozó por completo una modesta casa de adobe, ahora en ruinas, cuyo propietario, Fakhir Mohamed, es un afable comerciante de 61 años.

'Los bombardeos han sido buenos porque han echado a los talibanes; pero la lucha contra el terrorismo exige precisión', dice su hijo, Ahmed, un técnico informático, que se encontraba en el tejado en el momento en el que cayó el misil, con su hija de dos años en brazos. Milagrosamente nadie resultó herido; tampoco en la casa de Ahmed, porque la bomba no estalló y todavía sigue allí.

No se puede decir que Ahmed sea un tipo muy legal: había alquilado el domingo la casa a un equipo de la televisión estadounidense NBC sin explicarles la sorpresa que había dentro de ella. Un miembro de la ONU, que está localizando bombas sin estallar en la ciudad para su desactivación, apareció por allí por casualidad, les explicó la situación y los periodistas abandonaron la casa inmediatamente.

Ahora, en la mansión de Al Qaeda vive una familia que acaba de volver de Peshawar. Solamente hay dos mujeres y no quieren decir su nombre, ni prácticamente hablar, porque no están sus maridos delante. Se limitan a contar que la nueva policía de la ciudad, soldados muyahidin vestidos de negro, registró cuidadosamente el lugar el pasado domingo, aunque las mujeres no saben si encontraron documentos. En la casa no queda nada, sólo una pizarra que ha sido borrada y los muebles de cocina destrozados.

En la lujosa mansión en la que vivía Haqqani con sus hombres sólo quedan unos pocos papeles. Todo lo que había allí fue limpiado por la policía y en una de las muchas habitaciones quedan sólo unos cuadernos escolares.

Justo enfrente de la casa hay una muestra de lo precisos que eran a veces los bombardeos estadounidenses y británicos. El coche de Haqqani había sido alcanzado de lleno por un misil: ahora es un amasijo de hierros retorcidos y renegridos. Dos talibanes murieron, pero el ministro había logrado escapar.

A sólo una manzana, otra casa con buen aspecto, con una chimenea de piedra, perteneció a los árabes e incluso se dice que allí tenían una de sus madrazas para adoctrinar a los recién llegados, y ahora se ha convertido en una comisaría de la nueva policía de la ciudad y por tanto no se puede visitar. Fuera, en la calle, hay varios muyahidin. Uno de ellos, un chaval de 14 años con una metralleta más grande que él, es regañado por su superior cuando se anima a hablar con la prensa.

Ulan Alia, otro habitante del barrio, sabe perfectamente lo que es una víctima colateral, porque su cuñada murió cuando una bomba alcanzó de lleno su casa, aunque no había ningún objetivo militar allí. Sí en los alrededores. Su tragedia fue vivir en el mismo barrio que los talibanes y mercenarios extranjeros de Al Qaeda, aunque también están instaladas en esa zona numerosas ONG.

Imagen de archivo de dos vecinos de Kabul entre escombros en el barrio de Wazir Akbar.
Imagen de archivo de dos vecinos de Kabul entre escombros en el barrio de Wazir Akbar.AFP

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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