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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Impuestos sin milagro

De la paupérrima información pública disponible se desprende que en los últimos cinco años, los que lleva gobernando Aznar, la presión fiscal sobre los contribuyentes españoles ha aumentado en dos puntos, desde el 33,7% al 35,7% del PIB. Las cifras dicen, pues, lo contrario de lo que difunde el marketing político del PP, que no ha dudado en tomar el todo por la parte y afirmar que sus gobiernos han bajado los impuestos, cuando en realidad han reducido el impuesto sobre la renta de las personas físicas (IRPF). De tapadillo, con el señuelo de la bajada del IRPF, en el último lustro ha crecido la recaudación por cotizaciones sociales y por impuestos indirectos. Más que de una reducción, de lo que cabe hablar es de una transferencia fiscal, desde los impuestos directos a los indirectos.

Tampoco hay excesivas dudas sobre la interpretación de estas cifras. Los ingresos tributarios han crecido por encima de como lo ha hecho la actividad económica durante el mismo periodo, de forma que el aumento de la presión fiscal no es un espejismo que pueda explicarse únicamente por el ciclo de prosperidad vivida por la economía española desde finales de 1995, sino a un proceso de sustitución progresiva de los ingresos públicos. Por no mencionar el hecho de que el Gobierno 'se ha olvidado' de deflactar la tarifa del IRPF desde la reforma tributaria de 1999, gracias a lo cual la Hacienda pública ha ingresado 150.000 millones adicionales.

Cada vez está más claro que casi toda la actividad del sector público se ha sacrificado en el altar de la reducción del déficit público, antes y después de que España tuviera que cumplir los objetivos de Maastricht. El sacrificio más doloroso es el de la inversión pública, sometida a un proceso drástico de jibarización que está empezando a socavar el estado de las infraestructuras del país. El examen de las cuentas públicas de los últimos cinco años, de la involución de la inversión pública y del explosivo crecimiento de los impuestos indirectos explica fácilmente por qué se ha conseguido con tanta facilidad bajar el déficit público y entrar en la Unión Monetaria. De milagro, nada.

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