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El cartero no siempre llama dos veces

En un magnífico trabajo inédito sobre la historia de la ciudad de Valencia entre 1874 y 1959, escrito en 1988 con motivo del 750 aniversario, Ramiro Reig, recurriendo a su habitual ironía, comentaba que no era de extrañar que San Vicente Ferrer compartiera con la Geperudeta los honores de patrón de la ciudad: era el único santo que había hecho un milagro en dos tiempos (el del albañil).Venía la broma a cuento de la peculiar parsimonia con la que se ejecutaban los 'proyectos urbanos' en nuestra ciudad, parsimonia que, entre otras cosas, obligaba (y obliga) al estudioso a ir con cuidado, pues es frecuente que la fase X del proyecto Y se ejecute en un periodo histórico tan alejado de su origen como para exigir un análisis de la 'relectura' que de ésta realizan los sucesivos grupos en el poder.

No cabe duda de que el Paseo de Valencia al Mar es el caso paradigmático por excelencia, aunque también la avenida del Oeste se inició en 1940, 50 años después de ser 'pensada' y en un contexto y con unos intereses radicalmente diferentes. Pero la palma, como decía, se la lleva nuestro Paseo. Formulado en 1865 por Sorní y reformulado el 1891 por Meseguer,el Paseo fue primero una ensoñación burguesa de la Valencia de la Restauración. Luego , un proyecto elevado a la categoría de 'revolucionario' por los blasquistas, que andaban escasos de ideas y se apuntaron sin rubor al carro. De momento, sólo papel. Nuevo parón y, tras una relectura interclasista, un tímido inicio en la segunda República (los chalets), y un aprovechamiento oportunista en la dictadura franquista para ubicar las facultades de Ciencias y Medicina, que anticipaban la vocación de 'campus' de la avenida, rebautizada en el tardofranquismo como de Blasco Ibáñez por el alcalde D. Miguel que, como quien no quiere la cosa, aprueba su prolongación -con un aberrante cambio de diseño- hasta Serrería, genera enormes plusvalías en Algirós y permite que crezcan a derecha e izquierda las fincas sin que medie alumbrado, alcantarilllado, urbanización, ni gaitas. Los primeros compradores llegaban a sus hogares atravesando ríos y valles, montañas de escombros, y campos de lechuga colindantes a las todavía supervivientes alquerías. Guay del Paraguay.

En 1979 aquello ya era irreversible y hubo que gastarse entre quinientos y mil millones para urbanizar el entuerto. El PGOU de 1988 aplaza el planeamiento de los Poblados Marítimos y en el segundo mandato de nuestra ínclita alcaldesa se inicia la última movida: llevar al mar la avenida. En ello estamos. Es tan evidente que el proyecto no tiene nada de estratégico para la ciudad como que la regeneración del área exige alguna actuación 'dura' y de suficiente escala. Como siempre, hay mil soluciones, pero los votos mandan, y se opta por el proyecto aprobado. Yo sugerí no hace mucho que, puestos a prolongar, se optara por la peatonalización, pero sigo esperando alguna reacción escrita. Y para acabar la telenovela, en la Escuela de Arquitectos se montan un ciclo denominado Una mirada sobre el Cabanyal. A buenas horas mangas verdes .

He narrado esta pequeña historia de nuestro más que centenario proyecto para llegar justo aquí. Reconozcámoslo: siempre llegamos tarde. Si hay un santo de los que pierden trenes, reales o virtuales, no dudemos: organizemos un Te-Deum en la catedral y que comparta trono con el señor de los milagros y la protectora de los desamparados.

La verdad es que lo de llegar tarde también es algo idiosincrásico. Tarde en el sentido de dejar que se decida la opción peor o manifiestamente mejorable. Cuando la vuelta atrás es complicada, se procede al lavado de conciencia. Cierto que nuestros gobernantes no se distinguen por su talante dialogante, y aplican aquello de 'ladran, luego cabalgamos'. Hubo un tiempo en que las meteduras de pata eran de la exclusiva responsabilidad de los gobernantes no elegidos. La gran parafernalia de concurso internacional para la horrenda plaza de la Reina (1957); el regalo de Don Adolfo (El Saler ) que, amén de salvaje, también nos costó un dinerillo; la broma ya comentada de D. Miguel de prolongar Blasco Ibáñez u otra que también trae cola, como la licencia de Jesuitas; la supresión de tranvías y árboles como sacrificio bíblico al sacrosanto coche; el truco de la Ciudadela (ahora público y, visto y no visto, privado y horrendo); la pequeñez de la Feria Muestrario y del Palacio de Ripalda; la no explicada privatización de las 'playas' de la estación de Aragón; la pretendida 'conversión' del cauce del Turia en un infumable eje viario y ferroviario con fincas adosadas (gracias Justo, gracias Ricard, gracias a todos los que pararon la locura del Saler e impidieron la locura del cauce). Minucias.

Pero con la democracia seguimos llegando tarde, y tenemos menos excusas. Algunos ejemplos. Cuando ya estaban encargados los proyectos y expropiados los terrenos del nuevo campus de Tarongers, alguien se descolgó proponiendo imitar a la Pompeu Fabra, ubicando en el centro histórico las nuevas instalaciones. Un pelín tarde. La evitable destrucción del Camí del Pouet y de las alquerías sólo hubiera requerido que se incluyera el área en el catálogo de protección y no montar un 'salvem' cuando llega el de la excavadora. En Jesuitas, se conocía la historia. ¿Por qué no se planteó el rescate de la licencia en 1989, 1990, 1993 o 1995? Antes, el presupuesto municipal se cuadraba a martillazos, porque ni el Estado ni la Generalitat se distinguían por su colaboración.Cuando se empiezan a aprobar PAI al diktat de los más burdos intereses inmobiliarios, ¿dónde está la deontología del Colegio de Arquitectos y la oposición de la Escuela de Arquitectos, por no hablar de la 'oposición'? ¿Por qué se ha tragado con Nazaret I y Nazaret II y no se ha planteado una opción global del frente marítimo? ¿Por qué no se acometió con carácter de urgencia, en 1989, el planeamiento diferido de los Poblados Marítimos? En dos años se podría haber dejado el tema zanjado con una solución mejor que la aprobada.

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Me consta que siempre ha habido voces de alerta, y les pido excusas. Pero convendrán que acostumbrarse a llegar siempre tarde produce histéresis y, por tanto, la sociedad llega a acostumbrarse. Por cierto, el Parque Central es como el Guadiana. Un día de estos aflorará una propuesta inconveniente y nos cogerá al personal con el culo al aire. Nos quedaremos con las ganas de ser los protagonistas del lance de Jack Nicholson y Jesica Lange. Porque no se olviden: el cartero no siempre llama dos veces.

Josep Sorribes es profesor de Economía Regional y Urbana de la Universidad de Valencia.

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