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LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
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El honor de la Guardia Civil

Fin de semana en Valencia. Eliseu Climent me invita a participar como jurado en un premio de periodismo (¡de investigación!), en el marco de los Premis Octubre. Euromed, 9.05 horas. Enciendo un robusto de Bolívar y me leo un Simenon, Il pleut bergère... ('Demandez Le Petit Parisien... Édition spéciale... Ferrer a été fusillé!... Demandez l'exécution de Ferrer...'. Je savais bien qu'il y avait quelque chose dans l'air, que cette journée n'était pas une journée ordinaire!', nos cuenta el pequeño Jérôme, un Simenon con siete años, mientras desde la ventana ve a los policías, nerviosos -'Allons!... Circulez!... Pas de rassemblement...'-, dispersar un grupo de obreros).

Hacía siete años que no asistía a la cena de los Premis Octubre. Les noto algo más jóvenes, más eufóricos. Está visto que contra Zaplana -y Aznar- se vive mejor. Cuento dos, tres barones socialistas, de las antiguas baronías valencianas. Cenan en mesas distintas. Me dicen que es difícil reunirles, que apenas se hablan. Todo lo contrario de la alcoyana independentista Isabel-Clara Simó que acaba de ganar el Andròmina con su novela L'home que ensumava dones, y sale a recoger el premio con cuatro dedos de la mano derecha desplegados (las cuatro barras o los cuatro kilos del premio, según apunta mi vecino de mesa), para acto seguido montarse un mitin hilarante para unos y patético para otros. Enciendo un habano y me termino la botella de tempranillo de Poveda (no he probado bocado, y no por falta de apetito). 'Què fumes?', me preunta Pasqual Maragall. Le digo que un robusto de Ramón Allones. 'Cony, nano! Cada dia fumes coses més rares!', me suelta el futuro presidente de la Generalitat. Raras lo serán para él, que no para Duran Lleida, que de cigarros sabe un huevo.

Premis Octubre: entre Simenon, un arroz en el Saler, 'Procés a la Guàrdia Civil' y varios habanos...

Al día siguiente, con mi buena amiga la teniente de alcalde Núria Carrera y sus tres hermosos hijos, Ton, Andreu y Biel Barnils, nos vamos a zampar un arroz en Casa Carmina, en El Saler, una dirección que me ha facilitado el boxeador y novelista Ferran Torrent. Un arroz 'amb fesols i naps', servido en cazuela honda, de barro, como Dios manda. ¡Qué arroz, qué delicia de arroz! En mi condición de alicantino consorte (mi mujer es de Elda y nos casamos en Elx) juro que el arroz de Casa Carmina (calle de Embarcadero, 4. Tel. 96 182 00 49 / 96 183 02 54, arroces por encargo) nada tiene que envidiar a los sabrosos arroces caldosos de las tierras alicantinas. Y, para abrir el apetito, esgarrat de pimiento con bacalao, anguila guisada con cebolla confitada y canela, anguila guisada en all i pebre, almejas de Carril... De postre: Arnadí de calabaza, un dulce ancestral de calabaza con almendras. Una gozada. Y muy bien de precio. Volveré.

Regreso a Barcelona. Euromed, 18.00 horas. Enciendo un robusto de Romeo y Julieta y empiezo a leer Procés a la Guàrdia Civil, de Manel Risques (Pòrtic, 287 páginas, 3.450 pesetas), que he comprado en la librería Tres i Quatre de Valencia. Hacía semanas que iba detrás de ese libro, desde que el colega Quico Valls entrevistó a su autor en nuestro Quadern de los jueves. En su libro, Risques investiga la actuación de los jefes y oficiales de las comandancias primera y segunda del decimonoveno tercio de la Guardia Civil, a las órdenes del general José Aranguren Roldán, durante la rebelión militar del 19 de julio de 1936 en Barcelona, así como el consejo de guerra sumarísimo al que, tres años más tarde, fueron sometidos algunos de ellos, con resultado de pena capital, ejecutada, por el hecho de haberse mantenido fieles al Gobierno de la República española y de la Generalitat catalana. Fieles, en definitiva, a la Cartilla de la Guardia Civil, cuyo artículo primero rezaba así: 'El honor ha de ser la principal divisa de la Guardia Civil; debe, por consiguiente, conservarlo sin mancha. Una vez perdido no se recobra jamás'.

Resulta impresionante ver cómo algunos de esos jefes y oficiales, gentes de derechas, de ideas más monárquicas que republicanas, de religión católica, incluso de misa diaria, gentes que de no ser por razones 'geográficas', es decir, por hallarse en una plaza en la que no había triunfado la rebelión, una rebelión a la que no fueron invitados de manera oficial, tal vez se hubiesen apuntado al alzamiento, se mantenían fieles a las órdenes de sus superiores, fieles al Gobierno legítimo de la República y de la Generalitat.

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Jefes y oficiales que hicieron cuanto estuvo en sus manos para no tener que enfrentarse a sus compañeros con las armas, que incluso se desvivieron para salvarles la vida en los primeros momentos de la rebelión, unas veces con mayor fortuna que otras. Jefes y oficiales, algunos de los cuales luego serían depurados por la República y que, al terminar la guerra, se entregaron a los suyos (suyos de corazón, que no de obediencia), creyendo ser tratados decentemente, con honor, y se encontraron deshonrados, acusados de haberse vendido a la República a cambio de 'comilonas' o de dinero (el famoso millón y medio de pesetas que, dicen, le entregaron al general Aranguren). Jefes y oficiales convertidos en cabezas de turco, para salvar el honor de un Ejército rebelde que había fracasado en su propósito de adueñarse de Barcelona y de Cataluña.

La lectura de ese interesantísimo libro me trae a la memoria las palabras de mi madre, cuando me hablaba de la 'presencia', de la 'confianza' que le inspiraba el general Aranguren cuando se cruzaba con él, acompañado del presidente Companys o del conseller España, por los pasillos de la Generalitat en aquellos días de julio. Y también las palabras de mi padre cuando me hablaba de la valentía del coronel Escobar frente al convento de los carmelitas de Diagonal / Llúria, cuando intentaba salvar la vida de sus compañeros rebeldes, escena que mi padre presenció un 20 de julio, a una prudente distancia, desde la terraza del bar Guinea (ya no existe), en Diagonal / Claris. Una escena que yo revivo ahora mismo, con la ayuda del libro de Risques, mientras me tomo un café y enciendo un robusto de Partagàs en la terraza del Bauma, justo enfrente de la iglesia de los carmelitas.

P. S. 'J'aime les femmes, les livres, le vin, les chevaux... la vie, quoi!'. Esta frase podía haberla pronunciado el editor Jorge Herralde, en sus años mozos esperanza blanca del hippismo catalán del Real Club de Polo. Pero no, la frase es de otro ilustre editor, Guy Schoeller, el fundador y director de la colección Bouquins, fallecido el pasado día 24 en el hospital americano de Neuilly, a los 86 años. Fue, por dos años, el marido de Françoise Sagan, se vanagloriaba de no haber editado un solo libro que no le gustase, y a él le debemos una espléndida, completa y no censurada edición de las Mémoires de Casanova. Brindaremos por él.

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