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Elecciones en Galicia
Columna
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Entre Hamlet y Fraga IV

Manuel Rivas

Me preguntas, amigo, que por qué va a ganar Manuel Fraga por cuarta vez consecutiva en Galicia. Noto por el tono, más bien irónico, que tu pregunta es una especie de interpelación. ¿Es que el gallego no cambia nunca de orquesta? Bueno, 'el gallego', como ser abstracto, no existe. He consultado la guía telefónica y sólo existen cuatro Gallego Gallego. Me he tomado la molestia de llamarles por teléfono y dos me dicen que están indecisos. No descartes, pues, el factor sorpresa. Hay, según todas las encuestas, medio millón de gallegos en parecida situación. Y como declaró George Bush, en otro memorable escenario electoral, 'no es una exageración decir que los indecisos pueden ir por un camino...o por otro'.

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¿De dónde han salido tantos indecisos? Esto es lo malo que tienen los tópicos, que la gente se los acaba creyendo. Ya lo decía Galbraith: si le insistes día tras día a un funcionario en que no sirve para nada, pues acabará haciendo nada. Eso es lo que ha pasado con el tópico del gallego indeciso en mitad de la escalera. Que al final se han atascado las escaleras. Hay escaleras muy monumentales en Galicia, convertidas ahora en enormes ambigús. La de la Torre de Hércules, la muy hermosa y caracolada de Bonaval, la que separa en Compostela la Quintana dos Mortos de la de los Vivos. Todas ellas están colapsadas en estos momentos, ocupadas por gallegos irresolutos, hamletianos, con un trébol en la mano.

Los expertos dicen que la mayoría de indecisos son jóvenes y mujeres. La intervención final de los gallegos hamletianos podría dar lugar a dos sorpresas. Una mayúscula, equivalente al descubrimiento de la penicilina o del sacacorchos, en caso de que hiciesen tambalear la mayoría absoluta del Partido Popular. En cualquier caso, Fraga podría compensar la pérdida con los votos de la emigración suramericana. No sé si votarán los muertos, aunque parece que ya lo ha hecho algún difunto. Pero, contabilidad aparte, la derrota moral sería absoluta.

La otra sorpresa, minúscula, sería que finalmente Fraga consiguiera su verdadero objetivo, que es, como siempre, ganarse a sí mismo. Es decir, superar su techo electoral. Puede ocurrir. Y sería un motivo de legítimo orgullo y confort para la gente que se siente contenta y segura ante lo que el saludo presidencial en el dominio web de la Xunta define como 'la silenciosa elocuencia del reloj'. Es una frase feliz y enigmática que se repite por doquier. Cliqueas, y surge en la pantalla La Silenciosa Elocuencia del Reloj. Es como un haikú que define a un régimen. Siempre sospeché que en el fraguismo había un fuerte componente nipón. Una mezcla de Tradición y Relojería. Una nueva victoria de Fraga alegrará a sus muchos electores, pero privará otros cuatro años a los amantes de la literatura y la gastronomía de la tercera entrega de sus memorias, continuación de En busca del tiempo servido, del que bien podría haber dicho la crítica: '¡Por fin un Proust que moja la dichosa magdalena en la fabada!'.

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Consideras, bromas a un lado, que Fraga es un centauro político, con una mitad, digamos la cuadrúpeda, anclada en el franquismo. Y no como parte del pasado, sino reavivada en presente, sea para exculpar a Pinochet o mandar al infierno a las parejas de hecho, incluida la que podrían formar sus opositores, el Partido Socialista y el Bloque Nacionalista Galego. Ya hemos tocado alguna vez este asunto. Me llamas desde un país que es una antigua democracia y donde resultaría repugnante la sola idea de que algunos colegios públicos conserven el nombre del dictador, como aquí todavía ocurre. Pero no son estas fealdades residuales las que deberían centrar nuestra atención, sino otra fealdad de mucha mayor dimensión, y que no se limita a Galicia: la ocupación patrimonial de la Administración pública. La confusión entre partido, Gobierno y facción, con la subordinación de los organismos que debieran ser independientes, y un intervencionismo de francachela en la economía y la información, que pondría de los nervios al serenísimo Karl Popper de 'la sociedad abierta'. De esa horma cojea Galicia. Y no sólo Galicia. Para comprender el engendro Gescartera es muy útil consultar el capítulo que Jesús Mota dedica, en Aves de rappiña, a la previa deglución por el Gobierno de la Comisión Nacional del Mercado de Valores.

Imaginar la derrota de Fraga es hoy en Galicia un ejercicio anormal. Álvaro Cunqueiro decía que en la declaración de los derechos humanos debería figurar en primer lugar el derecho a imaginar. Pero si ejerces ese derecho, en el sentido de aventurar un cambio político, corres el riesgo de que te confundan con uno de esos vecinos de Noé que le pronosticaron cielo despejado la víspera del diluvio universal. La imaginación tiene sus exigencias y no debe confundirse con la fantasía. Si a muchos chavales les encanta Harry Potter es porque creen que sus poderes mágicos son verosímiles. Que ellos, los lectores, en parecidas circunstancias, podrían invertir los papeles y darle un divertido escarmiento a adultos intratables.

Desde el principio de esta campaña, cundió la idea de que era inverosímil un cambio político en Galicia. Y esa es la primera premisa para que nada cambie. La propia campaña electoral se desvirtuó, desde el momento en que el poder descartó los debates públicos, y añadió a la propaganda convencional un interminable desfile de ministros sumamente obsequiosos ante las cámaras, como si patrocinasen un concurso televisivo.

-¡Una lavadora para la señora Galicia!

-¡Y un microondas!

-¡Un tren de juguete! ¡Y un viaje a Disneylandia para todos los gallegos!

Don Manuel, como siempre, es el mediador entre los Reyes Magos y el pueblo. Sin embargo, se habían producido con anterioridad acontecimientos que parecían haber erosionado seriamente esa imagen de Fraga como gran roca antropomórfica confundida con la geología gallega. Primero, en las principales ciudades, con la excepción de Ourense, perdió con estrépito las elecciones municipales el Partido Popular y su lugar fue ocupado por una coalición de socialistas y Bloque. A continuación, la Xunta trastrabilló con dos graves asuntos. La crisis de las vacas locas y un agujero de mil millones procedentes de subvenciones públicas en la Confederación de Empresarios, presidida entonces por un hombre de confianza de Fraga, Antonio Ramilo. Los dos casos, empezando por las vacas, no han quedado muy bien enterrados. Sonaron las alarmas. Fue el momento más bajo del Partido Popular en Galicia. Y Fraga reaccionó con el modelo Palomares. Una huida hacia adelante. Un gran contraataque propagandístico y mediático. La oposición, con sus malquerencias, le facilitó la tarea de recomposición.

Es indudable que Fraga ha hecho muchas cosas. No ha parado de hacerlas. ¡Es el único presidente del mundo que ha inaugurado una catarata! El hombre que asiste a la proyección de El bosque animado, y que se emocionó cuando el malvado cazador trataba de capturar al topito Furacroios, ¿es el mismo que, al día siguiente, sale de caza y se lleva por delante a Bambi, a un pobre corzo de Os Ancares? Sí, es el mismo. Sea para bien o para mal, Fraga no para. En publicidad, hay una regla básica: si no hay necesidad, se crea. Fraga se ha hecho necesario, imprescindible, para mucha gente. Un alcalde de izquierdas me contaba, con asombro, cómo Fraga le solucionó con una llamada telefónica una tarde de un sábado un problema que nadie quería atender ni en Madrid ni en Santiago. Es un estado de disposición y alerta permanente, en el que servir es sinónimo de mandar. El hombre encarna al partido que encarna a la institución que encarna al pueblo. El presidente es visto como un Patrón, como le llaman sin recato sus subordinados, que cuida de la gran familia a cambio de la adhesión acrítica.

Ese estado de cosas es muy eficaz como maquinaria electoral, muy cómodo también para un partido, y confortable para élites perezosas, pero semejante tutela resulta a la larga nefasta para la sociedad. Fraga se equivoca cuando se atribuye todos los éxitos, incluso los deportivos, recordando a aquel presidente brasileño, Getulio Vargas, que pretendía dictar los nombres de la selección nacional. Todo lo que funciona bien en Galicia, funcionaría igual, con ésta u otra Xunta. Sin embargo, Fraga acierta cuando el pasado miércoles, en un acto de la campaña, se fijó en un chaval que aparecía entre el público, y exclamó: '¡Hay un niño en el mitin! ¡Un aplauso!'.

A medida que nos acercamos a la Galicia donde la mayoría absoluta se hace absolutísima, a la Galicia del acarreo electoral, de la intimidación a los periodistas, donde ser opositor es complicarse la vida, a medida que nos adentramos en esa Galicia, nos adentramos también en el territorio más depauperado, más atrasado, más desesperanzado, donde el último negocio abierto es un tanatorio y donde no nacen niños. ¿Por qué será?

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