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Columna
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La fractura

José Luis Ferris

Hace un par de jueves me dio por hablar del patriotismo americano. La verdad es que estaba la cosa muy caliente aún, y el caos provocado por el golpe terrorista hacía temer una represalia inmediata y brutal. Pero miren por dónde, George W. Bush y su Administración me han salido respondones y hasta prudentes, y no saben cómo me alegro. Tampoco voy a pensar que tuvo algo que ver la frase que dije entonces: 'Estamos ante un momento histórico en el que la potencia hegemónica de América tiene la gran oportunidad de demostrar al mundo la sensatez y la inteligencia que los hechos le han negado'. Pero bueno, estas tres semanas de respiro no han estado mal. Rosa Montero dice que Estados Unidos se ha portado con una prudencia y una sagacidad política notables y que, antes de contestar con un exabrupto nuclear, se ha preocupado de investigar a los culpables y de buscar un consenso. Hasta el mismo Woody Allen ha afirmado esta semana que el presidente norteamericano ha tomado las decisiones adecuadas, ya que no ha respondido como un vaquero justiciero. No está mal.

Al parecer, el nuevo inquilino de la Casa Blanca se ha ganado en quince días las simpatías de América, de los países aliados y de los que no lo son, pero que ejercen de espectadores y han pagado su entrada. Un fenómeno como éste, el de Bush, no se conocía desde el mandato de J. F. Kennedy. Sin embargo, no sé por qué, no me fío un pelo ni de los jefes de Estado que tienen el misil fácil ni de los que se pasan el día deshojando la flor de la venganza. Ahora mismo, mientras me acerco al final de esta columna, oigo que la OTAN ha activado la cláusula de defensa mutua, es decir, que ya hay luz verde para bombardear a discreción el refugio de Ben Laden en las montañas del nordeste de Afganistán. Esto es un espectáculo continuo y la sensibilidad se resiente. Además, no sé si me voy a conmover demasiado después de ver a cámara lenta el choque fortuito entre Manuel Pablo y Giovanella en el estadio de Riazor. Eso sí que impresiona y no esas masacres cotidianas que son ya el pan de la costumbre y el complemento ilustrado de cada desayuno. Qué lástima ¿verdad?

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