_
_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La fuerza de una sociedad

Atacada por sorpresa y humillada el pasado 11 de septiembre, la sociedad estadounidense se ha movilizado. No lo ha hecho sólo en torno a su presidente -hasta ese día cuestionado y que hoy rompe todos los techos de popularidad- para una lucha global contra el terrorismo. La capacidad de solidaridad social y de patriotismo ha quedado patente en la forma en que la sociedad se ha volcado en el rescate de las víctimas del derrumbamiento de las Torres Gemelas y del ataque contra el Pentágono.

La fortaleza social que ya observara Alexis de Tocqueville en ese país se ha puesto en marcha para salvar vidas y ayudar a los familiares y amigos de los heridos o los que aún se encuentran bajo los miles de toneladas de escombros. La capacidad de comunicación que permite Internet ha facilitado su inmediatez, y el valor de los bomberos, que han perdido a varias decenas de los suyos cuando acudieron tras el ataque contra la primera torre, ha sido reconocido en el mundo entero. Por desgracia, cada vez son menos las posibilidades de encontrar más supervivientes.

Más información
Pakistán pide a Kabul la entrega de Bin Laden para evitar una catástrofe
Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Este patriotismo se ha visto reforzado por el profundo sentimiento religioso -de muy numerosas confesiones- que caracteriza a la sociedad estadounidense, a diferencia de las europeas. Los ciudadanos de Estados Unidos han sabido apreciar los gestos de solidaridad que les han llegado, de esta parte del Atlántico, de 800 millones de europeos. Europa está con Estados Unidos, y Nueva York es un poco de todos.

Pero la solidaridad europea no significa dar carta blanca a Washington. Europa no suele ver el mundo en blanco y negro, frente a una sociedad estadounidense que a menudo ha pecado de ingenuidad al no comprender que EE UU pueda tener enemigos, aunque se ha unido como una piña siempre que ha encontrado uno. Ante esta comprensible ola sentimental, sería un error acallar el debate crítico, pues ahí reside la fortalza de las sociedades abiertas. Por esa razón, EE UU tiene que tener sumo cuidado a la hora de cambiar las leyes con que se rigen sus servicios de espionaje. El prácticamente todo vale que quiere introducir el ministro de Justicia y fiscal general, el archiconservador John Ashcroft, puede provocar un peligroso retroceso en las libertades civiles. Se sumaría al hecho de que la verdad es la primera víctima en las situaciones de guerra, condición que no hay que confudir con la actitud responsable de las grandes cadenas de televisión de EE UU al haber optado por no retransmitir escenas escabrosas de heridos y cadáveres en las labores de desescombro. Han huido del efectismo, cuando las imágenes a distancia de la tragedia ya han sido suficientemente impactantes.

De momento, Bush está actuando con calma y cautela. Todo error o precipitación puede abrir fatales boquetes en la coalición internacional que intenta montar, en la que ha de conjugar intereses muy diversos, incluidos los de un Pakistán en manos de una dictadura militar y próximo al régimen talibán pero dispuesto a colaborar con EE UU. Las presiones han empezado a dar sus frutos: hoy, una delegación paquistaní viaja a Kabul para exigir la entrega de Osama Bin Laden, supuestamente cobijado en Afganistán, y transmitir un mensaje de Washington expresado públicamente ayer por Colin Powell: de no entregar al millonario saudí, el régimen de los talibán se expone a unas represalias masivas. Razones hay de sobra para detenerle, sea o no el que concibió y organizó el pavoroso atentado. Pero, tras el tremendo fallo de los servicios de información, que no supieron detectar los preparativos de estos atentados, cuando llegue la hora de la respuesta, EE UU tendrá que suministrar, si no pruebas, sí información creíble y suficiente sobre la participación de Bin Laden en estos horribles atentados.

Las miradas estarán hoy puestas en los resultados de esta misión paquistaní a Kabul y en la reacción de la Bolsa de Nueva York cuando vuelva a abrir, después de que el vicepresidente Cheney declarara ayer que 'posiblemente' la economía norteamericana esté actualmente en recesión, aunque espera que se recupere a finales de año. Los mercados tienen una responsabilidad especial, pero también los Gobiernos y las instituciones, que deben tomar de forma solidaria medidas para que los inversores recuperen la confianza.

Ante la magnitud de lo que está en juego y la actitud de solidaridad y cooperación de España, resulta ridículo que José María Aznar haya aprovechado la situación para defender la reelección de Manuel Fraga en las elecciones gallegas, por lo que tiene el fundador del PP de símbolo de estabilidad de los valores democráticos y de la libertad. Aznar afirmó que 'el momento no está para bromas'. Efectivamente: tampoco para las de este tipo. Que un candidato u otro gobierne en Galicia es importante para los gallegos y el resto de españoles, pero no va a cambiar la ecuación global, que también les afecta. En momentos de tal gravedad, el presidente del Gobierno, por mucho que lo sea también del PP, debería abstenerse de hacer campaña electoral para concentrarse en una crisis que promete ser larga y compleja. Hay que distinguir el patriotismo del patrioterismo; y del oportunismo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_