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LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
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Una noche en el Grec

La señora Ana Alonso Castrillo, en una carta publicada en este periódico (15 de julio), se queja de que en el Teatro Romano de Mérida 'se permita el acceso al recinto de bebidas y bocadillos, como si de un estadio de fútbol se tratase'. 'Al tiempo que las palabras de Medea volvían a hacerse actuales en la magistral interpretación de Núria Espert', escribe la señora Alonso Castrillo, 'un nutrido grupo de personas salía y entraba trayendo consigo la cultura de hoy: la coca-cola'. Vergonzoso.

A mí me ocurrió algo parecido, pero a la inversa. Estaba sentado con mi mujer en la primera fila del Teatre Grec, en Montjuïc, al aire libre, aguardando a que empezase la representación del Dom Juan de Molière, y como el comienzo de la función se iba retrasando, encendí un cigarrito de Punch, y luego otro, y otro. Cuando me estaba fumando el tercero, se oyó una voz que rogaba al público que no hiciese fotografías, desconectase los teléfonos y se abstuviese de fumar. Así que apagué el cigarrito. Y empezó la función. Sganarelle, el criado de Dom Juan, y Guzmán, el cochero de Doña Elvira, fumando sendos cigarrillos. Sganarelle: 'Digan lo que digan Aristóteles y toda la filosofía, no hay nada como el tabaco: es la pasión de la gente honesta, y quien vive sin tabaco no merece vivir'. Y sigue con su elogio del tabaco.

¿No habría posibilidad de organizar en el Grec un área de fumadores, de poder sacar una butaca de fumador?

En Mérida, la coca-cola; aquí, en Montjuïc, el tabaco, el peor enemigo de la humanidad. Pero no el tabaco del público: el de los actores, el de ese condenado Molière. Habría que prohibir ese tipo de obras, todas las obras en que se fuma, tanto si es en un teatro cerrado como si es al aire libre. O, cuando menos, prohibir las escenas de las obras en las que se fuma, lo cual, dicho sea de paso, no ofrece ninguna dificultad en el Dom Juan de Molière, pues el autor francés la ha colocado al inicio de su obra de manera totalmente caprichosa, sin relación alguna con el argumento.

Me pregunto cuál es la razón que impide fumar en un teatro al aire libre. En algunos teatros en los que el público está instalado en tinglados de madera, con un montón de cables bajo sus pies, comprendo que se prohíba fumar por razones de seguridad. Pero no es éste el caso del Grec. En el Grec se prohíbe fumar bien sea porque el tabaco, el humo del tabaco, molesta a los actores (cuando no son éstos los que fuman), bien sea porque el humo molesta a los espectadores que no fuman, víctimas indirectas e inocentes del tabaquismo. Pero esa prohibición no se aplica a las terrazas de los bares ni a los bancos de las calles y plazas públicas, donde coinciden fumadores y no fumadores. ¿No habría posibilidad de organizar en el Grec un área de fumadores, de poder sacar una butaca de fumador? A veces un buen cigarro, un buen habano de aroma delicioso (mucho más delicioso que el perfume de la espectadora de al lado), ayuda a soportar un latazo de dos horas largas de duración (y sin media parte, que son los peores), al igual que ocurre en las plazas de toros (donde sí dejan fumar) cuando los toros no embisten.

Me dicen que el Grec va bien (aunque hay quien se queja del elevado precio de ciertos espectáculos), y yo me alegro. Pero ese Grec no es el mío. Mi Grec no es el que te obliga a ir hasta L'Hospitalet para ver un espectáculo o te invita a un coloquio sobre un espectáculo que has visto en Montjuïc, en el convento de San Agustín, cuatro días más tarde. A mí me gustan los festivales, de teatro, de música, de danza, de circo... hechos a la medida de una ciudad, a ser posible una ciudad pequeña, en la que uno se pueda desplazar a pie, donde el festival esté presente en todas partes, en especial en las librerías y en los bares, en las terrazas de los bares y restaurantes. Como ocurre en Aviñón, donde se puede beber el vino del festival, un tinto nada despreciable.

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Hubo una época en que el Grec sí me gustaba. Era una época en la que no había tantos espectáculos y el festival se limitaba al teatro de Montjuïc. Era y sigue siendo agradable subir a Montjuïc en las noches calurosas, y más ahora que los jardines están cuidados, que se puede cenar o tomar una copa, sentado, aguardando el comienzo del espectáculo.

Pero nada comparable con Aviñón, un festival permanentemente criticado, cuestionado, pero que ya ha cumplido sus bodas de oro; un festival que se desarrolla en una ciudad cuyas calles llevan los nombre de Jean Vilar, Daniel Sorano, Gerard Philipe, María Casares... Por cierto, ya que hablamos de Aviñón, no puedo evitar contarles lo que ha ocurrido este año en el festival, durante una representación de Le balcon, la obra de Jean Genet. La obra, como es sabido, transcurre en un prostíbulo. Al final se produce una revolución y como consecuencia de ella la regente del burdel, madame Irma, es coronada reina. Pues bien, ¿saben qué música escogió el responsable de la banda sonora para ilustrar el momento de la coronación? Pues nada más y nada menos que Els segadors, el himno oficial de los catalanes.

Evidentemente, ni el responsable de la banda sonora, Jean-Damien Ratel, ni el director del montaje, Jean Boillot, sabían de la condición institucional y casi sagrada de aquel himno, pillado en los anales del barroco español. Pero la sorpresa que con toda probabilidad se llevaron los catalanes asistentes a aquella función debió de ser mayúscula. Mi viejo amigo y colega Joan-Anton Benach, uno de los asistentes, no sabía si tomárselo como una ofensa imperdonable o, todo lo contrario, como una inapreciable conquista. 'Ya era hora, me dije: la proyección exterior de la política de la Generalitat comienza a dar sus frutos', escribe Benach en su periódico.

Después de oír Els segadors en un prostíbulo -amén de en la inauguración del Teatre Nacional de Catalunya y en la plaza de toros de Ceret-, ¿quién se resiste a su enseñanza en las escuelas?

P. S. Veo que Mondadori ha traducido Il rispetto, la novela de Giuseppe Ferrandino, el escritor de Ischia. No se la pierdan. Ferrandino es el autor de Pericle il Nero, aquel Pericle Scalzone cuyo oficio es dar por el culo -'di mestiere faccio il culo alla gente'- para intimidar al personal. Ya les hablé de ella: divertidísima. También les recomiendo Meglio morti, de Marcello Fois (Einaudi), que la semana pasado compré en Laie. Y si van por Sicilia, háganse con un ejemplar de L'endiadi del dottor Agrò, de Domenico Cacopardo (Marsilio), siciliano de Letojanni y ex magistrado del Consejo de Estado. Una excelente novela policiaca, basada en un hecho real. Seguro que a Camilleri le ha de gustar tanto como le gustan las novelas de Fois y de Ferrandino. Buenas vacaciones a todos (los que las tomen).

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