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Fuera del cuadro

¿Mi situación en el cuadro de los últimos cuarenta años? Evidentemente, estoy fuera del cuadro. 'Yo nací provinciano en los domingos / de desigual memoria, nací en una oscura ratonera vacía, / asido a dios como a un trapecio a punto / de infinitamente arrojarme hacia el mar' ('Lugar vacío en la celebración', El inocente, 1967-1970). El cuadro era falso, se percibe por la mala calidad de los colores. Me refiero justamente al cuadro de los últimos cuarenta años. De los últimos cuarenta mal llamados años. El cuadro más o menos oficial de lo que triunfó en España -si a eso puede llamársele triunfar- en 1936-1939. Percibir ese cuadro en la periferia producía una inmensa sensación de vómito y de imposibilidad de vivir. Era una reacción fisiológica, una reacción de crecimiento -de crecimiento en el vacío- anterior a todo análisis mínimamente racional y, por supuesto, a todo análisis político. Escribir era un modo de tocar los límites de la ratonera y, en consecuencia, de sentir, de modo lacerante, la nostalgia de un espacio exterior.

Respecto del llamado grupo de los 50, yo me consideraría retratado en él si el retrato se llamase 'Retrato de grupo con figura ausente'

Frente a ese cuadro, se fue configurando (de modo más visible en lo cultural que en lo político, y eso por razones obvias) otro cuadro, un cuadro de oposición y de resistencia, al que se le vieron pronto sus condicionamientos, sus falsos colores, sus radicales imposiciones, su subrepticia índole de ratonera de recambio. Y la escritura volvió a ser así nostalgia de un espacio exterior. Política de cuadros y de grupos frente a otros cuadros y otros grupos, todo lleno -a uno y otro lado- de predicadores, de papagayos solemnes de la ideología, de fabricantes de estatuas de escayola, de gentes con vocación de monumento, con vocación de conformidad (aunque su conformidad fuera otra), muy resistentes ellos mismos a la inconformidad, a la inconforme aparición de otras formas. El cuadro oficioso que se oponía al vigente por decreto era, en cierto modo, tan falso como éste y, desde luego, no menos impositivo. Eso sucedía en la época de publicación de los primeros libros que llevan mi nombre. Sobrevivir como escritor -o incluso como persona- ya era entonces resistirse a posar inmóvil para el retrato de grupo. Respecto del llamado grupo de los 50, yo me consideraría retratado en él si el retrato se llamase Retrato de grupo con figura ausente. El grupo no es más que la momentánea asamblea de los que se aprestan a correr. Todos adoptan una posición análoga en la línea de partida. Sólo una vez que la señal ha sido dada empieza la verdadera aventura del escritor: la larga, la prolongada soledad del corredor de fondo (Sillitoe). Lo que pasa es que los antólogos o los críticos -que suelen ser personajes bastante funestos- suelen confundir el punto de partida -más o menos impuesto- con la trayectoria del corredor -infinitamente libre. Su trabajo resulta así más fácil: le facilita, en efecto, la composición de antologías y manuales y las clases sobre poesía contemporánea con que se engaña o aburre a los adolescentes en las universidades o en los cursos donde se vende pseudocultura española de Smith o Middelbury College.

Esa confusión entre punto de partida y trayectoria ha sido particularmente padecida por los poetas que me son contemporáneos. La mistificación empezó con la famosa antología de Castellet Veinte años de poesía española que se publicó en 1960 y que dio la vuelta al mundo en distintos idiomas más o menos progresistas. El engaño aún persiste. El grupo, en cuanto tal, no es más que un criadero de mediocres. La lectura individual se sustituye por la lectura de grupo y lo singular por lo mostrenco. Se olvida así algo fundamental: el hecho de que, con respecto al grupo, el escritor es un fenómeno póstumo. Nace, en realidad, cuando el grupo fenece.

En la también fenecida teoría de las generaciones se buscaba para la constitución de éstas un hecho común determinante. El hecho histórico del presente siglo que yo siento hoy como más determinante es la aparición del cometa Halley, que se interpretó en 1910 como un signo del fin de los tiempos. Así lo vio Alexander Blok, en un impresionante poema que se llama Némesis: 'Siglo veinte... / Los incendios humeantes del crepúsculo / (presagio inquieto de los días nuestros), / el espectro terrible de un cometa / amenazador y caudal, allá en lo alto'. El cometa debe reaparecer hacia 1986. Así es como cabría describir en manuales o antologías veraces al autor de los libros firmados con mi nombre: Poeta español relativamente contemporáneo, situado entre dos apariciones del cometa Halley.

Estas notas inéditas de José Ángel Valente se publican por cortesía de su viuda, Coral G. Valente.

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