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Columna
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Una torta

¿A usted le gustaría que su hijo le pegara una torta? ¿No? Entonces ¿por qué si usted le pega una torta a su hijo le parece normal? Dicho de otra manera: si usted se cree con derecho a pegarle una torta a su hijo, su hijo tiene el mismo derecho a pegarle una torta a usted.

Estas aserciones se vienen utilizando para apoyar la propuesta de ciertas organizaciones no gubernamentales (ONG), asociaciones de padres y el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, dirigida a los poderes públicos para que el Código Penal establezca que dar una torta a un hijo es delito.

Los promotores de la novedad encuentran argumentos en las paradojas, en las perogrulladas y en las simplezas; de esta guisa: 'Si a usted no le pegan una torta por cruzar un semáforo en rojo, tampoco se la puede pegar a su hijo cuando comete infracción'. El pedestre supuesto pertenece a esa oleada de mensajes basados en el sofisma que ha irrumpido en los medios a título de hallazgo intelectual pero que son en realidad consecuencia de la demagogia y la estulticia. Ejemplo paradigmático es aquel energúmeno a quien una secuencia televisiva convierte en héroe porque le arrima un escupitajo a una chica que fuma cerca y la pregunta en irónico son de venganza: '¿Te molesta?'.

Los planteamientos capciosos que sirvan para sacar conclusiones ofensivas siempre han sido recurso de analfabetos funcionales, turba inculta, gente estólida dotada de la audacia que presta la ignorancia; sin embargo, en los tiempos que corren dan al parecer el perfil adecuado para arrear al personal, fabular estados de opinión e incluso meterse en las vidas privadas.

Lo tienen claro: ¿que un padre le pega una torta a su hijo? Pues se le denuncia por delincuente y se le manda a la cárcel.

Lo de la torta sería digno de un estudio psicológico acerca de la capacidad mental de sus propulsores. Han decidido que el padre que pega a un hijo es un tipo violento, que, incapaz de corregirle con sensatas palabras, tira por la calle de en medio y le pega un tortazo, que probablemente ese padre haya sido en su niñez víctima de malos tratos y se desahoga ahora maltratando a su hijo, que el hijo maltratado guardará rencor al mundo y de mayor será un ciudadano incivil ávido de venganza, y no admiten discusión.

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Y todo por una torta.

O menos que una torta, pues el Defensor del Menor y compañía no dirimen ni intenciones ni magnitudes. Para la prohibición del contacto físico que proponen establezca el Código Civil en los supuestos de reprimendas, valdrían igual el pescozón y el cachete, el cachete y el tirón de orejas, el tirón de orejas y el capón bajo el pelo, el capón bajo el pelo y la torta, la torta y el azote en el culo, el azote en el culo y la paliza.

Razonar al hijo, señalarle que ha hecho algo incorrecto, explicarle los fundamentos sociológicos o funcionales de la incorrección y exhortarle para que no vuelva a ocurrir, constituyen el adecuado proceder educativo, y de ahí no se puede pasar, salvo incurrir en delito.

Así que cuando el chiquitín empiece a gatear y se lance a meter los dedos en un enchufe, o a tirar del cable de la televisión, en vez de darle así en la mano o en el culete como hacen muchos padres para que le sirva de advertencia, se le dictará una charla acerca de la electricidad, la corriente, el voltio, el amperio, la toma de tierra y, ya puestos, sobre Faraday, apodado El Chispa, por su dominio de la materia.

Claro que tal vez se diga esto aquí y ahora porque un servidor desconoce la esencia de la vaina educativa. Mas todo tiene remedio: las asociaciones y ONG antes aludidas han editado un folleto donde lo explican todo, todo. No mediante áridos textos de farragoso contenido que requieran lectura y pensamiento, sino con dibujos y leyendas, porque los ciudadanos somos duros de mollera, a veces muy burros, y si no nos ponen en un tebeo lo que hemos de hacer, estamos perdidos.

Si no fuese por el Defensor del Menor y las ONG, no sé qué sería de nosotros, padres e hijos. ¡Gracias, señores! ¡Mua!

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