_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Diseño

Un día las botas de los beatnicks se echaron al camino. No tenían un destino determinado. Por eso los beatnicks se extinguieron y sus botas siguieron caminando solas. Nadie sabe en qué punto del horizonte se encuentran. A continuación los hippies juntaron la dulzura de la marihuana con el hedor a cuerpo que todavía permanece en el aire. La estética establece un campo magnético por donde se expande cualquier ideología, de modo que un proyecto político o un estilo de vida no puede imponerse sin la previa fascinación. Hubo un tiempo en que los rojos parecían guapos y nadie era moderno si no iba un poco sucio e incluso se cotizaban mucho los harapos de soldado desertor. ¿Qué ha sido de aquellas chicas de cara lavada, de aquellos jóvenes de córneas de limón que peregrinaron a la isla de Wight? Bajo las estrellas el sexo agitaba sus sacos de dormir después de cada concierto de rock y allí también fueron bellos los pantalones de campana con cinchos de grandes hebillas y las patillas de hacha que hoy nos parecen abominables. Cualquier idea que se le ocurriera a un progresista hacía temblar a los banqueros, pero lentamente el campo magnético de la seducción fue cambiando y agotada toda su carga aquella generación cayó en la tumba junto con sus guitarras. En seguida comenzaron a ser guapos los yuppies engominados, los tiburones con chaqueta sin hombreras y la perfumada barba de cinco días. La estética volvió a reconciliarse con el mercado. El dinero se enamoró de la belleza. No es nada frívolo asimilar los cambios históricos, sin excluir el Apocalipsis, a los devaneos de la moda. Si debajo permanece siempre intacta la antigua batalla de la gente sin esperanza contra la ambición de los tiburones, por encima siempre estará el diseño. Durante unos años los tiburones han impuesto su estilo de vida, pero ahora está emergiendo una generación de jóvenes marginales o inconformistas, unidos por una difusa cólera internacional. Si se vuelve estético citarse por Internet para apedrear a los encorbatados señores del Fondo Económico Mundial allí donde se reúnan, esa rebelión juvenil podría convertirse en una intifada planetaria. En cuanto la seducción impregne el espíritu de Seattle volverá a ser atractivo rebelarse y entonces aparecerán por el horizonte las viejas botas de los beatnicks que caminaban sin destino, ahora ocupadas por un millón de jóvenes armados con una piedra y eso ya no será un concierto de rock, sino una revolución.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_