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Columna
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Madrid 'gay'

El próximo sábado, día 30, se celebra en Madrid la Manifestación Estatal por el Día del Orgullo Gay. Lleva celebrándose muchos años, pero a la pasada convocatoria asistieron 100.000 personas: sólo quien pretenda negar la evidencia podrá obviar la importancia de esta cifra y la trascendencia política de tal movimiento. Entre los ciegos que no quieren ver se me ocurren varios con mayúsculas: PP, CiU, Conferencia Episcopal... Y eso por no dar nombres y apellidos. Pero, como yo me tengo que centrar, voy a centrarme en nuestro ayuntamiento (que no sé si el Estilo obliga, de forma genérica, a escribir en mayúscula o se queda en minúscula por méritos propios).

El Día del Orgullo Gay se ha convertido en Madrid en toda una semana en la que, además de esa manifestación masiva, se producen decenas de actos y una fiesta, popular y multitudinaria, en el barrio de Chueca que poco tiene que ver ya con las tradicionales verbenas o romerías o como se llamen. Que los tiempos han cambiado es una realidad, y también lo es el hecho de que ese cambio está siendo propiciado por la gente o la ciudadanía o como se diga. Lo que quiero decir es que el alcalde de Madrid debería incluir en su calendario pasarse el sábado por la manifestación (no hay excusas protocolarias: lo vimos en la procesión de no sé qué cofradía, o como se llame, en Semana Santa, con mayúsculas) y cualquiera de estos días por cualquiera de esas múltiples actividades que él no propicia. Para entender cuál es su ciudad. O mejor no, mejor que no se pase, mejor esperamos a que se acabe su contrato (o como se llame) y ocupe su lugar (se ocupe de nuestro lugar) otro alcalde menos chulapo. O, mejor, una alcaldesa, que le diera otro aire a esta pradera de modistillas.

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Para situarnos, digamos que el movimiento gay comienza por ser un movimiento reivindicativo referido a unos derechos supuestamente particulares que consisten en algo tan universal como la igualdad de todos ante la ley, lo que, traducido al Derecho, no es otra cosa que equiparar a homosexuales, lesbianas y transexuales con heterosexuales; es decir, reconocer un derecho que ya tienen como seres humanos. Ser iguales ante la ley significa, simple y llanamente, el derecho al matrimonio y a la adopción. Mientras no se consiga esta paradoja histórica de dar al otro lo que le pertenece habrá que seguir insistiendo en lo obvio. Pero sucede algo más: digamos que ser homosexual es una opción sexual y ser gay es una opción política. Y lo que sucede en este Madrid que de pradera ha devenido en erial es que su política municipal no es gay. No he dicho homosexual (¡por todos los alfileres de san Antonio!), he dicho gay. Las calles madrileñas, sin embargo, se están encargando de ser gay; es decir, han dado un giro político.

Ser gay significa la exaltación de ciertos valores, empezando por defender el amor y fomentar la alegría, el baile, la participación, la libertad: valores de incontestable valor municipal. Ser gay, además, es municipalmente necesario porque supone estar comprometido contra el machismo, contra la xenofobia, contra el maltrato, contra la represión, contra la censura, contra el sufrimiento impuesto, contra la segregación. Ser gay significa tomar conciencia de la necesidad de un mundo mejor, una ciudad más justa, más compasiva, más valiente, más generosa, moderna, cosmopolita, laica. Ser gay significa entender que todas estas ilusiones son pretensiones políticas, y pretender que sean representadas por políticos que las entiendan.

Por eso Madrid se está poniendo tan gay, porque para ser gay no es necesario ser homosexual. Entre las 100.000 personas que acudieron el año pasado a la manifestación del Día del Orgullo había todo tipo de orientaciones sexuales y un tipo de orientación política: la que toma la calle para avanzar. Y la toma marchando sin violencia, con niños y con perros muy bien educados, bailando lo que le gusta, hablando claro y muy amablemente, dando una cara sin empotrar, sin miedo a ser quien es, sabiendo romper los propios esquemas, ejerciendo una lucha que atañe a todas las personas progresistas. El alcalde debería tomar nota. O mejor, coger la puerta y largarse un discurso de despedida. Porque Madrid ya no es lo que era. Madrid es gay. Y quiere alguien que entienda lo que es.

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