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Columna
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Una 'storia' italiana

El advenimiento de Silvio Berlusconi a la presidencia del Consejo de Ministros de la República Italiana ¿es sólo finta o puede que revolución? ¿Nos hallamos ante el comienzo de un cambio biológico en la política de la península mediterránea, o la extraordinaria capacidad de transformismo del país transalpino ha vuelto a parir un ratón?

En favor de esta última versión light estaría la evidencia de que el mapa electoral, si lo consideramos formación a formación, apenas ha variado desde las primeras legislativas de la era Berlusconi, en 1994, cuando Il Cavaliere se presentó y ganó a la cabeza de Forza Italia. Este partido ha mejorado su prestación en las elecciones del pasado día 13, pero sin salirse del cuadro; y su principal oponente, los Demócratas de Izquierda de Massimo d'Alema, aunque ha perdido un par de puntos, sigue siendo el mayor partido de la oposición. En Italia, lo determinante son las alianzas entre fuerzas, de manera que el que una pequeña agrupación política esté dentro o fuera de tal o cual alianza es lo que quita o pone rey en el palacio Chigi.

Igualmente, Berlusconi, tan laico como masón, aunque seguramente sólo con la convicción justa e imprescindible, tuvo buen cuidado de incluir en su plataforma electoral una referencia a los valores cristianos en contraposición al presunto 'neojacobinismo universal y multicultural' del centro-izquierda; es decir, que, si no el nombre, los votos, al menos, de la extinta Democracia Cristiana sí que los quiere.

Pero ahí acaban las continuidades. Italia puede que haya sido el país más ideologizado de la Alianza Atlántica; no en vano, y tras el auge de la izquierda socialcomunista a finales de los años cuarenta y un referéndum que trocó la monarquía de Saboya en República de tangentopoli, el sistema estaba encuadrado en torno a una DC cuyo objetivo básico era alejar al comunismo del poder. Y ese mundo, cuya relativa pervivencia podía sostenerse aún en 1994, en especial cuando Berlusconi tuvo que renunciar a los siete meses de ¿gobierno?, precisamente porque le abandonó uno de esos partidos trashumantes -la Liga de Umberto Bossi-, probablemente está pasando a la historia.

La reincidencia del electorado en votar a un empresario que no está en la cárcel, con las tres condenas de momento sufridas, sólo porque la justicia italiana no es de este mundo, es el aviso de que aterriza en Roma un gobernante que representa como nadie el tiempo de la revolución mediática, del neoliberalismo sin más ideología que su propia expansión y de la mundialización, sobre todo, vinculada al éxito material.

Italia no ha elegido en Berlusconi tanto a un gobernante como a un Papa, un padrone o, como ha dicho Giorgio Bocca en La Repubblica, un capo; el de tutti i cappi. El gobernante democrático más rico del mundo -14º en la lista de la revista norteamericana Forbes- no tiene los estudios de Amintore Fanfani, que era un gran experto en santa Teresa, o la finezza de la que tanto alardeaba Giulio Andreotti al compararse implícitamente con los políticos españoles, pero en cómo leer el siglo XXI el magnate de la televisión les gana a todos.

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¿Qué es lo que Berlusconi ha vendido entonces al votante? El producto de mayor consumo en las televisiones contemporáneas del mundo occidental. Un excepcional reality-show, el último capítulo del Gran Hermano, pero con un argumento único, su propia vida, versión de bolsillo de las Vidas ejemplares de Plutarco en lujoso color, papel del caro, y con el triunfo en la vida como requisito y predestinación para todos los que pretendan aspirar a la gobernación de un país.

¿Significa todo ello que Berlusconi le ha dado gato por liebre al sabio, escéptico y avezado público italiano? No hay por qué creerlo así. Simplemente, esa Italia que estuvo tan bien preparada para sobrellevar los tiempos del comunismo bipolar, tanto que había un golpe militar en stand by -Operación Gladio- por si un día el PCI ganaba las elecciones, es el país occidental donde quizá más se siente hoy el extrañamiento de la política convencional, y, a todo ello, llega alguien y le dice a los italianos que les firma un contrato de obra con la promesa de que, si no lo cumple, se va. En eso consiste gran parte de la mundialización. Italia está innovando, como siempre.

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