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LA CRÓNICA
Columna
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Muebles 'sexys', alegres y burbujeantes

Pierre Paulin, que ha expuesto algunos de sus muebles en Barcelona, diseñó para Pompidou

Las chicas de comienzos de los sesenta eran tremendamente sexys, joviales y burbujeantes. Nada iba mejor a sus esbeltas anatomías que los jerséis de punto muy ceñidos, de preferencia sintéticos, cuello cisne y vivos colores. Y qué bien quedaban ellas sentadas indolentemente en una butaca o un sofacito de espuma, descalzas, sorbiendo un julepe de color granadina y escuchando los singles de Nino Ferré que un pollo embutido también en un jerseycillo muy ceñido les ponía en un minúsculo pick-up. Entonces las butacas no estaban pensadas para sentarse, sino para repanchingarse. Era a comienzos de los sesenta: época de relajo y de repanchingue mobiliario; la pesadilla de la guerra había terminado hacía apenas 15 años y el precio del petróleo no le quitaba el sueño a nadie. Cundía la pachorra. ¡Qué desenfado!, ¡qué confianza en el futuro!, ¡qué cortecitos de pelo!

Resultaba imposible no pensar todo eso la tarde del pasado jueves, en la sala met-room de Beth Galí, durante la inauguración de la exposición de muebles del diseñador francés Pierre Paulin (1927), una colección de muebles sexys, alegres y burbujeantes (la definición es de Élisabeth Védrenne), recubiertos de espuma de poliéster y enfundados con tejido de punto elástico. Decir Pierre Paulin es decir sillas, sofás y butacas de formas esculturales y abstractas. Asientos con forma de seta, de gajos de naranja, de pétalos, lenguas, pastillas, lazos... Es hablar de purísmas invitaciones a la bartola chic, de muebles sobre los que hacerse un ovillo y sentirse aristogato. Hablar de Pierre Paulin, en fin, es hablar de piezas ya históricas del diseño contemporáneo sobre las que la otra tarde uno se hubiera decontractado muy a gusto si no hubiese sido por la nutrida asistencia a la inauguración (siempre da cosa descalzarse ante desconocidos).

Lloviznaba sobre Barcelona. La Primavera del Diseño 2001 está siendo un éxito. El diseño de la primavera, por su parte, deja mucho que desear este año. Menos mal que en la met-room unas jovencitas desafiaban la humedad perruna del Barri Gòtic con sus camisetas blancas y servían copas de un voluntarioso tinto de Valdepeñas y unos combinados de cachaza que te propulsaban a espacios siderales y soleados. El gran Jenaro se había vestido para la ocasión (un traje diplomático con pata de elefante que podría muy bien venir del guardarropa de Gainsbourg) y Philippe Reliquet (director del Instituto Francés de Barcelona, entidad organizadora de la exposición) velaba personalmente por el confort social de los invitados.

Todo invitaba a la voluptuosidad, a la alegría del instante, a la confianza en el futuro y hasta en el pasado. ¿Todo? ¡No! Un valeroso grupo de neuronas se resistía numantinamente a las delicias de la invasora percepción. Ya saben: la cabeza del cronista no puede desconectarse; a lo sumo, ponerse en stand-by. ¿Y qué fue lo que pasó? Pues que ante los bocetos de los salones y los muebles que Pierre Paulin concibió en 1971 para los apartamentos privados del señor y la señora Pompidou en el palacio presidencial del Élisée -sólo les diremos que parecen más propios de una película de James Bond que de un presidente de la República francesa, por muy entendido en poesía y en filología hispánica que éste fuera-, ante la vista de esos espacios enmoquetados, espaciales, jamesbondescos, sexys y ultramodernos, uno no podía dejar de hacerse unas preguntitas. Preguntitas de politólogo de jueves por la tarde, de acuerdo, pero insidiosas como moscas durante una siesta de agosto.

Esto es: ¿cómo quedarían Jordi Pujol y Marta Ferrusola sentados en uno de esos mullidos butacones con forma de rovelló? ¿Podemos imaginarnos a José María Aznar estudiando las audaces e innovadoras investigaciones sobre la historia de España que le escribe Pilar del Castillo, acodado a una mesa como la que Paulin le diseñó a François Mitterrand? ¿O relajándose sobre una butaca con forma de lengua tras una dura jornada de gobierno de este país de ingratos, mientras espera que Sánchez Dragó -azul sobre rojo- comience su emisión y que Ana Botella le sirva un gin-tonic, la bebida predilecta de Luis Cernuda? No y mil veces no. A nuestros gobernantes actuales uno los imagina pirrándose por el estilo imperio y por el estilo directorio; por los gobelinos y las porcelanas de Sévres; por rocaille empalagosa y cubierta con pan de oro; por todo aquello, en suma, que el presidente Pompidou, ¡en 1970!, quería apartar de su vista en cuanto entraba en sus aposentos privados. Por su mobiliario los conoceréis. Bastó que llegara al Élisée un inquilino como Giscard D'Estaing -un hombre más versado en gemología que en filología- y los muebles de Paulin fueron enviados ipso facto a los sótanos presidenciales. La moldura le ganó la partida a la moqueta. El silloncito dieciochesco forrado de seda, a la butaca sensual y ceñida como una chica seventy. La gravedad, a la alegría.

Dejamos la met-room con este runrún en la cabeza. El olor de los pollos asados de Los Caracoles se mezclaba con ese olor a perro mojado que inunda el Barri Gòtic cuando llueve. Recordábamos, como un rayo de sol en medio de un cielo grueso y plomizo, una visita otoñal al Centro Pompidou, donde se exhiben esos apartamentos mágicos de Paulin para el Élisée.

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