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Columna
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Dinero

JOSÉ F. DE LA SOTA

El inglés Martin Amis (lean sus libros, me lo agradecerán) escribió una novela titulada precisamente así: dinero, pasta, tela o money, da igual. Nuestra literatura le ha prestado muy poca atención al asunto económico. No tenemos avaros como el de Molière, ni jugadores como el de Dostoievski, ni tan siquiera monederos falsos a imitación de Gide. Nuestro viejo país ineficiente dio a luz a Don Quijote, el personaje menos materialista que pueda imaginarse.

El hidalgo católico no se puede rebajar hablando de dinero, pidiéndolo o ganándolo o soñándolo. Eso tal vez explique el escaso prestigio que en las letras hispánicas tienen las clases medias. la marginalidad, de un lado, y la alta burguesía ociosa, por el otro, protagonizan obras de teatro, poemas y novelas. En los últimos tiempos, sólo Belén Gopegui ha introducido en la gran literatura a la llamada 'sufrida clase media'. La misma clase que, según el último informe de la OCDE, trabaja cada año ocho meses (hasta el mes de agosto) para la Hacienda pública y el resto (cuatro meses) para la suya propia, al borde de la asfixia.

A uno le da la sensación de que en España y en el País Vasco aún se habla poco (o no lo suficiente) de dinero. Otra cosa es que se piense en él a todas horas y que confiemos a la ciega fortuna de un cupón o un boleto de la Loto nuestra liberación del yugo laboral.

Pasa lo mismo con los escritores: se permiten soñar con los cincuenta kilos del premio Planeta, pero jamás se atreven a pedir lo que es justo por sus libros, charletas, prólogos o columnas periodísticas. No somos, por desgracia, guionistas de Hollywood, ni podremos, como ellos, declararnos en huelga para reivindicar un complemento de 18.500 millones de pesetas a la industria del cine, que tan sólo les paga por guión, y por término medio, 80.000 dólares.

Hay mañanas, como ésta en que preparo mi Declaración sobre la Renta, en las que a uno le acometen unas tremendas ganas de hacerse protestante.

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