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Columna
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Ambición de grande, aparato pequeño

Andrés Ortega

El aparato de la política exterior española apenas si ha crecido en los últimos 20 años. El número de diplomáticos en activo es hoy similar al de 1980, cuando España no era miembro de la OTAN ni de la Unión Europea. Entonces había 653 de ellos, y hoy 765, aunque en activo sólo 668. Este es un cuerpo diplomático pequeño en cualquier comparación, incluso (aunque ésa es otra historia) con un país como Grecia. Las demandas que hay sobre el servicio exterior son hoy enormes, no ya para que España se comporte como país grande, sino simplemente para cubrir el día a día en un mundo globalizado y con acontecimientos especiales, como las presidencias rotatorias semestrales de la UE (en 1989, en 1995 y la próxima en 2002) u otras eventualidades.

En tal situación parece increíble no sólo que no se haga un uso racional del escaso capital humano de que se dispone. Que se permita que un diplomático que lo ha sido casi todo en el ministerio, como Máximo Cajal, vaya ahora de cónsul a Montpellier -aunque lo haya solicitado él por ese absurdo sistema del bombo en el que suele primar la antigüedad sobre la idoneidad- es una pérdida de talento. España va a tener próximamente tres diplomáticos con rango de embajador en consulados en Francia; todo un despilfarro debido a rencores políticos que este país no se puede permitir ni ahora ni antes. Habría otros ejemplos de revanchismo. Pero conviene recordar que también el ex ministro de UCD Marcelino Oreja iba para cónsul cuando Felipe González lo rescató y lo apoyó en su afán de llegar a ser secretario general del Consejo de Europa.

Tampoco, desde que España ha vuelto a ser alguien en el mundo, han crecido suficientemente los medios financieros. En proporción, sólo ahora ha alcanzado el presupuesto de Exteriores el nivel que tenía en 1992 (un 0,7% de los Generales no financieros del Estado), como si el mundo no hubiera cambiado radicalmente, y España también. Y si siempre se cita que España es el 8º contribuyente a la ONU, a menudo se olvida que en las contribuciones voluntarias, que son las que permiten pesar más en las decisiones, este país cae al puesto 17º. Aunque sea útil para el planeamiento, no sirve de mucho diseñar ambiciosos planes sobre la política exterior hacia Asia u otras zonas, si no se les dota de los medios suficientes. El actual equipo en Exteriores aspiraría a aumentar en un 50% el presupuesto en la actual legislatura.

En los últimos 20 años, ningún ministro se ha ocupado realmente de la reforma del servicio exterior, que, necesariamente, ha de ser profunda. Que entren 15, 20 o 25 diplomáticos nuevos cada año no es suficiente. En un mundo globalizado, donde las aptitudes tienen que ser muy variadas, es necesario lograr un servicio exterior más abierto hacia otros ministerios, más integrado con la Presidencia del Gobierno -crecientemente presente en la acción exterior- y con nuevas capacidades, es decir, menos cerrado y más normalizado. Que desdiga ese chiste que pregunta: '¿En qué se diferencia un diplomático de cualquier otra persona?', para responder: 'En nada, pero él (o ella) no lo sabe'. El concepto clásico del diplomático español ha quedado obsoleto. Ejemplo se podría tomar del Foreign Service británico, el mejor del mundo, que recluta a sus funcionarios directamente en las universidades, les pone a trabajar sin pasar por escuela alguna y les hace rotar en puestos de instituciones internacionales, especialmente en la UE. Es urgente volver a intentar atender y coordinar a los funcionarios españoles en instituciones internacionales, que demasiado a menudo se sienten abandonados, cuando podrían convertirse en una baza de primer orden.

Hay mucha tarea que hacer. Pero con un aparato tan pequeño, difícilmente España llegará a ser grande.

aortega@elpais.es

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