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Columna
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No guarden aún la goma ni el lápiz

Andrés Ortega

No guarden aún la goma de borrar ni el lápiz, pues las actuales fronteras en los Balcanes no van a ser las definitivas, ni pueden serlo. Pero la manera en que se modifiquen es tan importante o más como el cambio en sí. Tras una década sangrienta, y demasiada historia a sus espaldas, los medios van a contar tanto como los fines. Como señala el antiguo embajador de EE UU en la zona, Christopher Hill, los Balcanes tienen al fin la oportunidad de resolver sus problemas en clave del siglo XXI y no del siglo XIX.

En los últimos días han ocurrido dos hechos contrapuestos. Uno negativo: la deserción de soldados bosnio-crotas y algunos episodios violentos que pueden sembrar dudas sobre la viabilidad de Bosnia como Estado. Sin embargo, muerto Tudjman, algo ha cambiado en Zagreb, y ya no predomina, al menos formalmente, el nacionalismo, y Croacia parece menos predispuesta a apoyar una secesión en Bosnia por la fuerza o la vía de los hechos. Pero no cabe descartarla. Oficialmente, desde Zagreb y Belgrado se sigue apoyando la existencia de Bosnia, tal como se plasmó en la paz de Dayton, en la que Milosevic fue una pieza, ¿indispensable? Está por ver. El caso es que Bosnia sigue siendo; pero inestable. Debe evitarse que se deshaga por la fuerza.

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Ahora que Milosevic está en la cárcel, el presidente Kostunica, pese a algunas buenas palabras, está cayendo en la tentación de recuperar para sí el capital político del discurso nacionalista serbio, con peligrosas ramificaciones en la situación de Montenegro y de Kosovo. Las elecciones el próximo domingo en la pequeña república montenegrina pueden indicar una dirección, que no es necesariamente la de la separación de Serbia, sino la de, como se sugiere desde Belgrado, conformar un nuevo tipo de federación. En cuanto a Kosovo, ha quedado sin destino evidente, salvo que no será ni lo que fue (una provincia de Serbia), ni lo que es (un caro protectorado de la OTAN) ni lo que Occidente pretendió que fuera (un territorio de convivencia multiétnica).

La buena noticia ha llegado de Macedonia, pieza central de este puzle. Esta vez la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) de la UE ha funcionado, y la gira por la zona del secretario de Estado, Colin Powell, ha demostrado que EE UU, pese a todas las tentaciones contrarias en la nueva Administración Bush, sigue básicamente comprometido. Los despliegues preventivos de la OTAN también han contado. Pero en Macedonia la UE ha actuado como facilitadora de un entendimiento para que las diversas partes étnicas se sienten en una mesa redonda, un 'Comité Europa', y negocien una convivencia pacífica. Por Kosovo, Occidente libró una guerra sin tener una política. Esta vez, en Macedonia, ha habido una política que, temporalmente al menos, evita una guerra. ¿No hay algo que aprender de esto?

La zanahoria ha sido la firma con Macedonia de un Acuerdo de Estabilización y Asociación con la UE que abre la perspectiva de un futuro ingreso en la Unión Europea. El horizonte de europeización puede ser el mejor acicate para una paz en la región en clave de siglo XXI, aunque acaba de empezar y sería deseable que en esta parte del mundo llevara a no estatalizar las diferencias, sino europeizarlas. Avanzar por esta senda implica aceptar los resultados de las diversas limpiezas étnicas, aunque sea para superarlos. Pero, ¿hay otro remedio, siempre que, a la vez, paguen los culpables en el Tribunal de La Haya?

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Quizás sería hora de ir pensando en una gran conferencia internacional sobre los Balcanes. Es una tarea compleja y que puede durar años. Tal conferencia, de hecho, se está creando gradual y sectorialmente. Podría transformarse en una estructura en la que solventar pacíficamente las diferencias, y desde la que reconstruir un cierto espacio, aunque no se llame balcánico. Pero requerirá goma, lápiz y algo más.

aortega@elpais.es

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