_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Retórica y asfalto

El rosario de agravios provocados por las declaraciones del alcalde sevillano pidiendo la megacapitalidad para su ciudad y reivindicando nuevas inversiones, fue zanjado por Manuel Chaves acusando a los quejosos de hacer 'política de campanario'. Un poco más y les podía haber llamado llorones y catetos. Pero, diga lo que diga Chaves, las reivindicaciones periféricas andaluzas tienen sus razones y un origen claro: 1992. Las inversiones realizadas ese año en Sevilla son las que dan lugar a los agravios comparativos cuyo imparable crecimiento revelan las encuestas. El desfase entre lo prometido para entonces y lo llevado a cabo en cada provincia sirve para sopesar las razones de los agraviados.

Generalmente, este asunto se tiende a ver como un pulso entre ciudades, y, especialmente, entre Málaga y Sevilla. Pero las encuestas muestran también que buena parte de los andaluces consideran que, aunque en menor medida que Sevilla, Málaga ha recibido también un trato de favor. Curiosamente en el último rosario de agravios los que más callados han estado han sido, precisamente, los que más razones tienen para quejarse: los andaluces que viven en la parte más oriental de nuestra comunidad.

De entrada, la A-92, ese 'gran eje vertebrador de Andalucía', como se llamó en su momento, esa 'magna obra' que fue alimentada con más retórica que asfalto, sigue sin llegar a Almería, ciudad que está, en cambio, perfectamente comunicada por carretera con Murcia y Valencia, lo cual, dicho sea de paso, más que una desgracia para los almerienses lo es para el resto de los andaluces, que ven cómo los intercambios económicos de esta zona tan dinámica tienden a derivar hacia el Levante, en lugar de hacerlo hacia el interior de Andalucía. De momento es impensable que la A-92 llegue a Almería antes de tres años. Excusas hay para todos los gustos. Desde que, en 1995, la Junta tiró la toalla y traspasó al Estado dos de los cinco últimos tramos, ya hay a quién echar las culpas. (Si yo fuese el alcalde de Almería imitaría al simpar Monteseirín, y mientras el alcalde sevillano celebra el décimo aniversario de la Expo, conmemoraría en Almería el décimo aniversario de la A-92 con promesas incumplidas y fotos de baches, socavones y corrimientos).

Es útil saber que tanta incapacidad y desidia tienen sus costos. Recientemente, la Cámara de Comercio de Almería, Analistas Económicos y Unicaja hacían público un estudio que recogía en estas páginas Ana Torregrosa: si hubieran finalizado en 1991 las obras previstas en el extremo oriental de Andalucía, la región habría crecido un 3,34% más; Almería, un 9,63%, y poblaciones como Motril, Roquetas y El Ejido, más de un 12%. La generación de empleo en Andalucía se habría incrementado en un 3,4% y en un 9,4% en el conjunto de las provincias de Almería, Granada y Málaga. Según afirmó en la presentación de ese informe el presidente de Unicaja, Braulio Medel, Andalucía pierde, a falta de la conclusión de esas obras, más de 61.000 millones de pesetas al año.

Pero no soñemos con el futuro: démonos con un canto en los dientes si lo que ya existe de la A-92 no se acaba de desmoronar.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_