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PRECAMPAÑA ELECTORAL EN EUSKADI
Columna
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¿Diálogo?

El lehendakari Ibarretxe ha terminado por convocar elecciones a futuro. Es lo que debió hacer en cuanto ETA rompió la tregua sobre la que basó su programa de investidura, poniendo su cargo a disposición de los electores para asumir sus responsabilidades políticas. Pero no lo hizo así, incumpliendo su palabra por temor al voto de castigo con que se le pudiera sancionar retrospectivamente. Y en lugar de ofrecer cuentas a la ciudadanía, optó por esconderse en su búnker de Ajuria Enea, escudado tras retóricas excusas autojustificatorias. Esta conducta es tan indigna que constituye en su espíritu una auténtica prevaricación, sólo explicable por puro electoralismo defensivo, aferrado al poder que patrimonializan las redes clientelares de su partido.

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En el colmo de la contradicción, Ibarretxe se negó a convocar elecciones alegando que la sociedad vasca debe ser 'consultada' para ejercer 'su derecho a decidir'. Pues bien, señor mío, enfréntese de una vez a las urnas con un programa inequívocamente soberanista, a ver qué le dicen sus electores. Pero no caerá esa breva. Como el nacionalismo está en claro retroceso y se bate en retirada, el PNV jugará a dos bandas por temor a perder el poder, pactando con los soberanistas de EA pero escamoteando su independentismo a la vez. Y para revestirse mejor bajo el manto del manso cordero, Ibarretxe comienza este próximo sábado por escenificar su campaña con una convocatoria cuyo nudo argumental es la oferta de diálogo pacificador como señuelo.

En efecto, las encuestas revelan que los vascos rechazan el independentismo y sus estrambóticos delirios, por el estilo del Pacto de Lizarra. Pero los votantes, en cambio, se siguen mostrando sensibles a la semántica del diálogo, aunque sólo sea entre cristianos (o nacionalistas) con exclusión de los paganos españoles. Así que nada más fácil, y eficaz al mismo tiempo, que ocultar todos los errores y fracasos del PNV bajo el manto de la mansedumbre dialogante. Puro pragmatismo por partida doble, pues con el truco del diálogo se matan dos pájaros de un tiro. Por un lado, se lava la mala conciencia culpable por todos los pecados cometidos en el pasado, desviando así el voto de castigo de los electores que pudieran pedirles cuentas: si conspiramos bajo cuerda con los asesinos, confiesan, sólo fue en busca del diálogo pacificador. Y de otra parte, se promete una zanahoria a futuro, ilusionando a los votantes con los rendimientos esperables del diálogo pacificador.

Pero hay que negar la mayor. El diálogo cristiano entre nacionalistas pacíficos y violentos, con exclusión de paganos (como exige el 'ámbito vasco de decisión'), es inútil además de contraproducente. Y esto se puede demostrar tanto con argumentos formales como con evidencias empíricas. Según el análisis del modelo Axelrod, las concesiones a los violentos sólo son entendidas por éstos como un incentivo que estimula su agresión. Pero además, tal como evidenció Waldmann en un libro injustamente ignorado (Radicalismo étnico, Akal, 1997), cuando los movimientos nacionalistas se componen de dos alas de halcones (los duros procedentes de las capas populares) y palomas (los intelectuales pacifistas de clase media), siempre termina por imponerse la iniciativa de los violentos. Sin duda, en este libro se contiene la mejor demostración por anticipado del fracaso inevitable de Lizarra.

Por eso, para favorecer la pacificación hay que evitar el diálogo entre nacionalistas duros y blandos, pues cuando se da, estos últimos acaban sucumbiendo ante las imposiciones de aquéllos. Y en cambio, la única posibilidad de negociar un 'final dialogado de la violencia' (según rezaba el pacto de Ajuria Enea), por improbable que sea su éxito, tiene que darse entre el Estado y los radicales más duros, pero para ello es condición necesaria que los violentos pierdan toda esperanza de alcanzar objetivo político alguno. Y es en este sentido que el diálogo propuesto por los nacionalistas blandos resulta más contraproducente, pues al ofrecer respaldo a los terroristas se impide que puedan crearse las condiciones necesarias para el final del conflicto.

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